Galletas y chispas

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Beatriz no tuvo tiempo de oponerse porque de inmediato una negra y lujosa camioneta se estacionó frente a ellos

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Beatriz no tuvo tiempo de oponerse porque de inmediato una negra y lujosa camioneta se estacionó frente a ellos. Armando abrió la puerta dándole paso a que entrara y ella lo hizo con cierta duda.

Ella nunca había visto el interior de una camioneta como esa, le recordó al sitio de primera clase de un avión. En total había dos pares de asientos que se veían frente a frente, eran de una suave piel color hueso, muy cómodos.

—Ruiz, a V&M, por favor —indicó él.

Armando se había sentado frente a ella, a su lado había un pequeño compartimento en donde había unas botellas con agua y detrás de él estaba una separación oscura que por ese momento estaba plegada. Él se excusó y después se concentró en la tablet.

Para liberar la incomodidad que la estaba invadiendo, Beatriz dirigió la vista a la ventana y sin darse cuenta, comenzó a tararear el ritmo de la melodía que escuchó de fondo, eso provocó que Armando apartara la vista de la tablet para verle.

—¿Te gusta Tchaikovsky? —Ella solo asintió.— Sin duda el pas de duex es la mejor parte del cascanueces.

—No. La mejor parte es la del hada de azúcar-respondió volteando a verle.

—¿Hablamos de la música?

—Sí y aunque fuera de la danza, sigo creyendo lo mismo.

Él soltó una breve y sutil sonrisa por el comentario. Era extraño que alguien de su estilo aportara a ese tipo de conversación, usualmente se enfocaban en otra cosa, pero ella había hablado con tanta soltura, le agradó.

—Hablas como si supieras ballet, ¿O lo estudiaste?

Beatriz le miró con suspicacia, pero la mirada de él mostraba una genuina chispa de interés, así que decidió hablar.

—Cuando era pequeña.

—¿Cómo fue que sucedió ese cambio? Digo, una CEO y una bailarina no se parecen en nada.

—No era para mí, madame Monique decía que tenía la gracia de un pato.

—¿Y eso era malo?

—Claro, tenía que ser un cisne...

—Pero, una vez a un cisne siempre lo trataron como un pato hasta que él mismo descubrió que no lo era -respondió con una sutil carisma.

Como respuesta, ella comenzó a jugar con los botones del abrigo, Armando le observó con curiosidad y ella se percató de eso, así que se detuvo.

—Gracias... por el regalo.

—Te queda muy bien.

Ante lo que dijo ella le evadió la mirada.

—¿Ya no conduces? —preguntó Beatriz de repente. Él frunció el ceño con sutileza—. Es raro o bueno, supongo que me acostumbré a verte al volante y ahora que no lo estás... se siente extraño.

¿Quién eres? || Betty en NYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora