Maratón 3/5El asesino estaba allí, en aquel edificio, pensó. Tal vez se lo cruzara en el pasillo. Quizá venir a trabajar no fuera precisamente lo más sensato, pero en cierto sentido quería estar allí, porque también estaba «él». A lo mejor le decía algo a ella, aunque sabía que dicha posibilidad era remota; a lo mejor captaba una expresión de su rostro, algo, cualquier cosa, que la ayudara a descubrir de quién se trataba. No era pre-cisamente ninguna Sherlock Holmes, pero tampoco era tonta.
Fionna había sido siempre la más intrépida del grupo, pero T. J. opinaba que ella también podía ser un tanto temeraria. El hecho de ir a trabajar aquel día lo sentía como algo temerario. Fionna no iba a ir; el dolor de cabeza que sufría el día anterior no había remitido, por lo que iba a pasar otro día en compañía de Cake, dejándose mimar.
T. J. tuvo que reconocer que también le había gustado que Galán se preocupara por ella. Era tonto, tal vez incluso idiota, ir a trabajar sabiendo que él se sentía alarmado al respecto, pero llevaba tanto tiempo considerándola como algo dado por sentado, que aquella intensa preocupación actual por ella actuaba como un bálsamo para sus sentimientos heridos. La noche anterior la había sorprendido con lo que le dijo. Tal vez sí que pudieran recomponer la situación juntos. No pensaba precipitarse a aceptar sus excusas más de lo que se había precipitado a pedir el divorcio cuando su matrimonio empezó a hacer aguas, pero es que lo amaba de verdad, y por primera vez en mucho tiempo creía que tal vez él también la amaba.
Luna y Shamal también habían logrado resolver sus diferencias al final, justo antes de que a ella la asesinaran. Tuvo dos días de felicidad con él. Dos días, cuando debería haber tenido una vida entera.
T. J. sintió un repentino escalofrío. ¿Tendría ella sólo dos días con Galán para resolver aquella frágil tregua entre ambos?
No. A ella no iba a atraparla el asesino, tal como había hecho con Clara y con Luna. No comprendía cómo Luna pudo dejarlo entrar en su apartamento como pensaba la policía. A lo mejor ya estaba dentro, aguardándola. Marshall dijo que no habían hallado señal alguna de que se hubiera forzado la entrada, pero tal vez él sabía abrir cerraduras o algo así. A lo mejor había conseguido hacerse con una llave. No sabía cómo, pero tenía que haber entrado de algún modo.
Si Galán estaba en el trabajo cuando ella llegase a casa aquella tarde, se dijo, no pensaba entrar sola en la casa. Pediría a un vecino que la acompañase. Y además contaría con Trilby para mayor seguridad; a aquel perrito no se le escapaba nada. Los cocker son muy protectores con sus dueños. A veces sus ladridos eran una lata, pero ahora T. J. se sintió agradecida de que estuviera siempre tan alerta.
Leah Street levantó la vista sorprendida al ver entrar a T. J. en la oficina.
-No te esperaba hoy -le dijo.
T. J. ocultó su propia sorpresa. La forma de vestir de Leah nunca resultaba favorecedora, pero por lo menos iba cuidada. Sin embargo, hoy venía como si hubiera encontrado aquella ropa tirada en el suelo. Llevaba una blusa y una falda, pero la falda le hacía una bolsa a un lado y se le veía el borde de la combinación. T. J. no sabía de nadie que aún usara combinación cuando no era necesario, sobre todo con aquel calor de finales de verano. La blusa estaba arrugada y con una mancha en la pechera. Hasta el pelo, que por lo general lo llevaba inmaculado, lucía un aspecto de no habérselo peinado antes de ir a trabajar.Reparó en que Leah la observaba expectante, y entonces rebobinó para recordar lo que le había dicho.
-He pensado que me vendría bien trabajar. Ya sabes, la rutina.
-La rutina. -Leah asintió, como si aquella palabra tuviera un contenido profundo.
Un misterio. Claro que Leah siempre había sido un tanto singular. Nada drástico, sólo un poco... aislada de todo.
A juzgar por lo que observó T. J., aquel día Leah estaba ciertamente aislada de todo, ocupada en su pequeño mundo. Tarareaba por lo bajo, se limaba las uñas, respondía unas cuantas llamadas. Por lo menos parecía racional, ya que no eficaz. «No sé, ya te llamaré» parecía ser su frase del día.
Poco después de las nueve desapareció, y regresó diez minutos después con manchas de suciedad en la blusa. Fue hasta donde estaba T. J., se inclinó y le susurró:
-Tengo un problema para alcanzar unos archivos. ¿Puedes ayudarme a mover unas cajas?
¿Qué archivos? ¿Qué cajas? Casi todos los archivos estaban en soporte informático. T. J. quiso preguntarle de qué estaba hablando, pero Leah dirigió una mirada fugaz y vergonzosa al resto de la oficina, como si se encontrara en alguna dificultad que nada tenía que ver con archivos y no quisiera que se enterasen los demás.
¿Por qué yo?, pensó T. J., pero suspiró y dijo:
-Claro.
Siguió a Leah hasta el ascensor.
- ¿Dónde están esos archivos? -le preguntó.
-Abajo. En el almacén.
-No sabía que realmente hubiera algo almacenado en el «almacén» -bromeó T. J., pero Leah no pareció pillar el chiste.
-Claro que lo hay -repuso en tono desconcertado.
El ascensor estaba vacío, y no se encontraron con nadie en el pasillo de la primera planta, lo cual no era para sorprenderse teniendo en cuenta que aún era muy temprano. Todo el mundo estaba en su despacho. Aquellos locos informáticos probablemente estarían inmersos en una batalla de bolas de papel, y todavía no había llegado la hora del descanso para tomarse un café, momento en el que la gente empezaba a moverse más.
Bajaron por el estrecho pasillo de color verde vómito. Leah abrió la puerta que tenía el letrero de «Almacén» y se hizo a un lado para dejar pasar delante a T. J. Ésta arrugó la nariz al notar el olor acre y rancio, como si hiciera mucho tiempo que no había entrado nadie allí. Además, estaba oscuro.
- ¿Dónde está el interruptor de la luz? -preguntó sin entrar.
Justo en ese momento sintió que algo contundente le golpeaba en la espalda y la empujaba al interior del local oscuro y maloliente. Cayó despatarrada en el áspero suelo de cemento, despellejándose las manos y las rodillas. Un segundo después lo comprendió todo, y horrorizada, se las arregló para rodar hacia un costado y ponerse de pie al tiempo que se le venía encima, con un silbido, un alargado tubo metálico.
Lanzó un chillido, o eso creyó. No estaba segura, porque el corazón le latía con tanta fuerza en los oídos que no podía percibir nada más. Intentó agarrar el tubo y forcejeó brevemente para hacerse con él. Pero Leah era fuerte, muy fuerte, y de un potente empujón la arrojó al suelo de nuevo.T. J. oyó de nuevo el silbido; a continuación explotaron un montón de luces en su cabeza y ya no oyó nada más.
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El hombre perfecto (fiolee)
Fiksi PenggemarAutor(CREADORA): →Rariana8 en DevianArt ← Representa en Wattpad: @Silence_SWS ¡Muchas gracias! Por leer, votar y comentar. [LA HISTORIA NO ES MÍA] ✅HISTORIA FINALIZADA✅