f o r t y f o u r

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capítulo largo

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capítulo largo.

El chico de las estrellas, así era como solía llamarle. Con esos ojos que eran capaces de guardar en su interior la galaxia entera, con esa sonrisa dulce y sincera que lograba curarme de cualquier mal y con esas manos, que trazaron un largo camino por mi piel, hasta curar mis cicatrices. Él era todo eso, y mucho más. Nunca imaginé que podría perderlo.

Para una estrella común y corriente como yo, era imposible mantener la certeza de encontrarlo en la inmensidad de este universo, pero me di a la tarea de buscarlo, esta vez no para que sanara todas mis heridas, sino para que finalmente supiera que yo también estaba dispuesta a luchar por él, así como él lo hizo conmigo, que yo no me iría por las noches, tal como la luna lo hacía, que estaba dispuesta a permanecer a su lado para siempre, para complementarnos el uno al otro, hasta que no fuéramos nada más que polvo y un recuerdo imborrable en la galaxia.

El chico de las estrellas dejó de ser aquel que me reparó, que me devolvió a la vida. Tenía los ojos apagados, carentes de ese brillo resplandeciente que podía eclipsar al sol y a todos los planetas. A menudo me acercaba a él, solo para entender cuál fue el motivo por el cual decidió separar su camino del mío, quise acariciar sus heridas, pero él se alejó para que estas continuaran sangrando. No pensé que me costaría tanto recuperarlo.

Con sus palabras como cuchillos, conseguía dejar una marca permanente en mi corazón y en mi alma. Y quise saber si era posible que una simple esfera temporal como yo, sería capaz de devolverle todo ese brillo que alguna vez su salvador le obsequió, para sanarlo y ser perdonada por antes haberlo decepcionado, eligiendo a la oscuridad por encima de la luz.

Esa noche, me fue imposible dormir. Pasé las siguientes nueve horas sentada frente a mi computadora, escribiendo y dibujando el final de mi proyecto. Las lágrimas me empaparon las mejillas pero no permití que estas estropearan mi trabajo, porque ahora más que nunca sabía que nada podía ser más importante que mis objetivos. Ni siquiera aquellos hombres a los que amé alguna vez.

Hinami siempre me dijo que el mejor momento para que un artista pudiera plasmar sus ideas, era cuando este se encontraba colérico o devastado. Yo me sentí de ambas formas, y mientras el bolígrafo se deslizaba sobre el papel, inmortalicé cada momento vivido, cada adversidad superada, cada instante de romance desenfrenado y también, de alguna manera, me despedí de ambos. De sus juegos que durante tanto tiempo confundieron a mi mente, de su aroma que alguna vez se quedó impregnado en mi piel, de sus mentiras que alguna vez me conmovieron, y borrando de una vez por todas, las huellas de sus dedos, que durante mucho tiempo pensé estarían eternamente marcados en mi piel.

También me encargué de completar la versión digital. Y le hice saber a Jing Xiaojun que mi trabajo estaba completo.

Y las semanas siguientes pasaron tan rápidas, que al momento en el que me di cuenta de que noviembre ya estaba frente a mis ojos, sentí que el reloj avanzaba amenazante, con la certeza de que, en cualquier momento, una bomba estallaría junto a mí. Completé todas las lecciones de chino que me fueron posibles y conté todo el dinero que me había encargado de ahorrar con la venta de mis muffins a lo largo de estos meses. Con eso tendría lo suficiente para comprar unas cuantas cosas en Pekín.

arôme de rose » nakamoto yuta, lee jenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora