Capítulo catorce

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Yo mecía las piernas en la camilla de la sala de enfermerías como una niñita en una consulta médica esperando ser reprendida por su madre por no tomar las vitaminas. Janviére estaba sentado en la camilla frente a la mía, separada por quizás menos de un metro de distancia. Había algo de silencio mientras me mordía los labios con cierta ansiedad y esquivaba mi mirada de la cara vendada y nada contenta de Janviére.

—A veces pienso que eres un peligro para la sociedad—musitó con recelo, entrecerrando los ojos hacia mí, y hacia mi cabello también quemado.

Toqué mis cabellos chamuscados y me felicité a mí misma por no romper en llanto ni en un ataque de histeria ante mi nuevo corte. Apreté los labios con algo de culpa pero me fue inevitable soltar una suave risa, cuando recordé su cara negra en el laboratorio por la explosión.

—No te culpo realmente si lo piensas—reí un poco, sintiendo que nos hacía falta reír por la pequeña tensión y amargura que había en el ambiente, y por el silencio que hace rato tenía tantas ganas de romper—. De todos modos, fue por mi culpa que pasases de ser zanahoria a carbón.

La mirada de Janviére se suavizó cuando una sonrisa pequeña comenzó a esbozarse en su rostro, como más tranquilo y menos ofendido.

—Siempre le hallas el toque humorístico a todo, ¿no es así?—preguntó mirándome de la forma que me hacía suspirar, luego de reír suavemente.

Me encogí de hombros con una sonrisa.

—Oye, la vida es a veces más desastrosa que afortunada—le sonreí con ternura, mientras observé cómo los ojos cristalinos de Janviére me contemplaban con un sentimiento que no había visto hasta ahora en él, y que pese a que lo vi, me fue imposible de definir—. Sería algo tonto amargarse frente a situaciones que más bien te pueden sacar una sonrisa, ¿no crees?

Janviére sonrió también, despegando su mirada de la mía y posando sus manos en el borde de la camilla.

—No lo sé, ¿puedes sonreír ante el hecho de haberte quemado el cabello?—inquirió con una mueca incómoda, señalando con un movimiento de cabeza los bordes achicharrados de mi pelo—. Se te quemó bastante...—murmuró viéndome con algo de pesar.

—Bueno, hay tratamientos que quizás puedan ayudar—susurré peinándolo con los dedos descuidadamente—. Me hacía falta un cambio después de todo...

—¿Segura?—cuestionó alzando las cejas sin estar convencido.

—¿A quién engaño? Mi despiste ha jodido el cabello que tanto me costó tener desde que estoy en la primaria—me tapé la cara con las manos frustrada y horrorizada—. Mi madre me va gritar en cuanto me vea. Me repetirá que soy la torpeza en persona, y miles de Juno eres un desastre esto, Juno cruzas los límites lo otro...

Janviére suspiró todavía viéndome con cierta lástima, o nostalgia. No lo sé.

—Vaya que me encantaba tu cabello—se lamentó en voz alta, cosa que me descolocó por un momento, haciéndome pestañear confusa—, pero no te preocupes, de cualquier manera sigues viéndote bien—me intentó tranquilizar con una bonita sonrisa, calmada y dulce.

Pero en vista de que yo mantenía la mirada gacha, él se bajó de la camilla con suavidad y caminó hacia mí, e inspeccionó un poco las puntas de mi cabello incinerado, entonces dijo: —Vale, quita esa cara, no veo que por aquí haya nada que no se pueda arreglar con un buen par de tijeras—tomó unas tijeras que reposaban en una pequeña mesita de medicamentos, él las abrió y las cerró con los dedos, provocando el sonar del metal.

—¿Tú crees?—casi sollocé, entre sorprendida pero esperanzada—. ¿Crees que éste desastre tenga solución?—sujeté las puntas horrorosas y se las mostré, él asintió con un rostro serio y bastante determinado.

Quien quiere su mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora