CAPÍTULO 38

129 8 0
                                    

CAPÍTULO 38

Eran un poco más de las ocho cuando Bárbara Strings escuchó que alguien llamaba al timbre de su modesta casa al sur de la ciudad, interrumpiendo lo que tan diligentemente se encontraba realizando entre las piernas de su invitada, de rodillas en la alfombra de su sala mientras ésta se encontraba sentada en su largo sillón de tapiz rojo.

La primera y segunda vez ambas intentaron ignorarlo, y mantener su atención puesta únicamente en los movimientos que la lengua de Bárbara realizaba con tanta maestría. Las siguientes veces en que la persona en la puerta insistió, resultó ya bastante complicado para ambas mantener la concentración.

—¡Ah!, ¡con un demonio! —exclamó la invitada de Bárbara con frustración, golpeando el sillón a sus costados con ambas manos—. ¡¿Quién carajos es?!

—Lo mismo me pregunto —murmuró Bárbara con molestia. Algo resignada, se separó de su invitada, se acomodó los pechos en su sostén, y comenzó a abotonarse con apuro su blusa—. Quédate aquí, no tardo.

—En verdad no tardes, ¿sí? —le pidió su visita con tono de súplica. A diferencia de Bárbara, ella no tenía intención de vestirse, y prefirió quedarse ahí, sentada en el sillón con sus piernas bien abiertas, y sus dedos comenzando a moverse inquietos en ese mismo sitio donde ella se encontraba hasta hace unos segundos.

Aquella imagen no hizo más que acelerar aún más el pulso de Bárbara, y así como las ganas de asesinar a quién fuera que estuviera en la puerta. Así que se dirigió rápidamente a atender y terminar con aquello lo antes posible. Se miró un momento en el espejo del recibidor para asegurarse de que no hubiera nada demasiado fuera del lugar, y entonces se asomó por la mirilla de la puerta.

El rostro que observó del otro lado fue ciertamente inesperado para ella, y la desconcertó bastante más de lo molesta que estaba.

Retiró rápidamente la cadena y el seguro, y abrió. La chica de elegante vestido rojo, medias negras y tacones altos se giró por completo hacia ella, sonriéndole ampliamente con sus labios rojos.

—¿Giselle? —pronunció Bárbara, totalmente perdida.

—Hola, Barbs —canturreó la visitante inesperada, riendo un poco. Acercó su cuerpo un poco más hacia ella, apoyando su hombro contra el marco de la puerta—. Disculpa por venir sin avisar. Pero dijimos que nos veríamos cuando volviera de mi viaje, ¿recuerdas? Y bueno, aquí estoy.

Volvió a reír, pero ahora sonando casi como si lo que acababa de decir fuera un chiste de lo más divertido, aunque sólo ella lo entendiera.

—Eso veo —murmuró Bárbara con dejo de nervios, echando a la vez un vistazo cuidadoso al atuendo completo de Giselle. Dudaba mucho que se hubiera arreglado así sólo para ir a visitarla.

Bárbara definitivamente no quería que su primera visitante escuchara algo de lo que decía la segunda, así que avanzó un paso hacia afuera, haciendo con el movimiento que Giselle también se apartara de la puerta y así poder cerrarla detrás de sí. Esperaba que eso pudiera amortiguar un poco el sonido de sus voces.

Ya estando ambas de pie en los escalones de la entrada, Bárbara se cruzó de brazos y miró a su amiga con severidad.

—¿Has estado bebiendo? —le cuestionó con tono de reproche.

—Sólo un poco —masculló Giselle, alzando una mano delante de ella con su dedo índice y pulgar escasamente separados—. Lo normal para relajarse, tú sabes. ¿Qué dices? ¿Me dejas pasar?

Bárbara titubeó, viendo de vez en cuando aprensiva hacia atrás.

—Me gustaría, pero... estoy... acompañada en este momento.

La Chica del Otro BalcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora