10 No hay palabras correctas para decir adiós.

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—Sabía que no ibas a dejarlo ir solo.

Orel se sentó en la cama al lado de su esposo después de la interesante conversación con Jared.

—¿Te molesta que lo acompañe?

—Me da miedo, en realidad.

—Cariño —Ian le acarició la espalda. La piel se sentía tibia debajo de la camisa de seda transparente—, la familia de Donovan es buena, no habrá inconvenientes.

—Tres Callums juntos, por favor. En cualquier idioma eso significa problemas, incluso en un desierto desolado donde solo hay canguros.

—Confía en mí. Eres mi amorcito. Sabes que, si te prometo regresar, lo haré —dijo Ian con una sonrisa cargada de dulzura.

Orel hizo una mueca. El lindo orificio en su mejilla derecha hizo su aparición. Todo estaba tomando forma, ¿por qué Ian quería romper ese equilibrio?

—¿Por qué no me dejas ir contigo?

—No es un viaje de vacaciones —explicó—, es un asunto serio.

—Mentiroso —replicó—. Tú también tienes dudas.

—Jared es impredecible —agregó—. La verdad es que me gustaría decirte que todo se resolverá de manera grata, pero no lo sé. Mi hermano está enojado con el mundo, y en parte lo entiendo. La familia lo privó de todo, incluso de su mujer y su hijo. Cualquiera en su lugar querría venganza.

—¿Piensas que te hará daño?

—Si ese fuera su objetivo, ya lo habría hecho. Creo que, en mi caso, está más que todo dolido.

—Y no es para menos.

—¿Piensas que debí haber actuado diferente?

—No. Aun así, es triste y doloroso.

Ian asintió. Su vista fue hacia el frente, hacia el enorme ventanal que daba a la playa. Pensó en lo mucho que disfrutaba de Ciudad del Cabo, en lo fácil que se habían adaptado, en lo feliz que era al ver a Orel sonreír y abrir los brazos, saludando la brisa marina.

—Estarás bien.

Se giró hacia su amor en ese instante.

Orel sonrió, tomó su mano y entrecruzó los dedos de ambos.

—Gracias por ser como eres. —Ian besó la comisura de sus labios y acarició con su nariz las mejillas de su novio—. Eres tan lindo.

—Tú lo eres. —La mano frágil de Orel fue hacia su pecho, entre la camisa celeste, y arrastró sus uñas romas.

—Pronto estaré de regreso. Haremos el amor muchas veces.

—Yo lo quiero hacer ahora. ¿Eso no cuenta?

Ian le gruñó en el cuello y Orel comenzó a reír.

Esa loca pareja dispareja. El abogado serio y respetado de cuarenta años; el joven ruso dulce y atrayente de veintitrés. El hombre poderoso acostumbrado a vivir en el peligro; el muchacho que luchó toda su vida por un plato de comida. Estaban juntos y, contra todo pronóstico, eran felices. Lo eran incluso con todas las diferencias.

Ian arrojó a la cama a su amante, y este dio un grito de sorpresa. Acarició su cabello y su vista azulada recorrió centímetro a centímetro su preciosa estructura.

—No me mires así.

—No te cohíbas si eres bello, al contrario, disfrútalo. —La mano firme se paseó por su cuello y presionó con suavidad.

Orel cerró los ojos cuando Ian surcó su rostro con dulces besos, paseó por su cuello y siguió hacia el sur. El hombre se irguió en la cama y se quitó la camisa. Despacio, sus manos se movieron hacia los botones de la camisa de Orel y uno a uno, sin dejar de mirarlo, fueron desprendidos.

—Cosita hermosa —susurró antes de besar su pecho. Su lengua dejaba una estela de saliva sobre cada lunar, cada cicatriz, hasta que rodeó los pezones rosados y succionó.

Orel gimió y sujetó la cabeza de Ian sobre su pecho, a la espera de que continuara con ese arduo trabajo.

La mano de Ian fue al pene de Orel, el cual ya estaba erecto entre la fina tela. El ruso era una belleza, pero excitado era sublime. Sus labios hinchados, sus mejillas rojizas, sus ojos miel oscurecidos... Cada célula pedía más.

Ian tironeó de los pantalones y el bóxer para dejarlo desnudo. Toda la piel estaba disponible para su boca. El abogado se bajó sus pantalones hasta la mitad de la cadera junto con el bóxer. El pene se veía brillante y húmedo. Orel se chupó los labios con ganas de saborear ese trozo de carne que le mostraba y del cual se sentía orgulloso. Ian sacó dos sobres de lubricante de su bolsillo.

—Prepárate.

Su amante asintió, abrió uno de los sobres y esparció un poco sobre sus manos. El aroma a frutilla impregnó el ambiente. Ian se quitó el pantalón y el bóxer, y los dejó a un lado. Se acostó junto a su amante, de costado, con su mano sobre la cabeza para no perderse nada del espectáculo. Orel sonrió y abrió las piernas; sus dedos temblorosos rozaron la entrada. El dedo medio y el índice empujaron en el tibio canal y lo abrieron. Se arqueó de placer cuando se deslizaron hacia dentro. Ian aprovechó para pasar su dedo índice sobre los labios y perfilarlos. Luego lo paseó por el cuello y los pezones erectos. Las caderas de Orel se movían con ímpetu. El dedo medio tocó su punto erógeno. Un pequeño gemido abandonó sus labios, e Ian lo besó. Abandonó el trabajo sobre los pezones y fue hacia el pene, que se cubría de líquido transparente. La mano subió y bajó sobre el miembro al tiempo que los dedos de Orel se movían incansables en el cálido interior.

—Tócate para mí —dijo Ian en una voz ronca, muy baja, al oído de su novio, y este se estremeció.

Sus falanges entraban y salían con velocidad.

Ian se colocó entre sus sensuales piernas, arrastró sus uñas por la piel blanquecina y sujetó con firmeza las caderas. Orel le permitió hacer su trabajo.

Una estocada a fondo...

—¡Ian! —gritó tan fuerte que de seguro Dominic y Cameron lo escucharon. No le importó. Nada lo hacía en aquel momento en que se tornaba uno con el ser que amaba.

Lo embistió con toda la pasión que ardía en sus entrañas. Cada célula decía «suyo». Quería absorber la ternura de Orel y guardarla toda para él. Salió de su interior y lo arrastró hacia la orilla de la cama. Sujetó las dos piernas y las abrió solo para volver a enterrarse en él y follarlo de pie.

Orel se mordió el labio inferior para no continuar gritando e Ian encontró su próstata en tiempo récord. Embistió una y otra vez sobre ese punto enloquecedor hasta rebalsar a su amante con su esencia. Las piernas de Orel temblaban y su entrada palpitaba, mientras que Ian dejaba en él los vestigios de un poderoso orgasmo. Fue cuando ese dios de placer se arrodilló, se puso una vez más entre sus piernas y, sin mediar palabra, hundió su boca en el pene. Orel gimió alto. Sus caderas dolían por el fuerte agarre. La cabeza de Ian subía y bajaba, y el semen salió directo a la garganta del hombre. No abandonó el lugar hasta drenarlo. Orel se cubrió la boca y disfrutó la plenitud de un nuevo orgasmo. Ian se limpió los labios, subió hasta el rostro y lo besó con ímpetu. El sabor dulce de su amante aún estaba en él.

—No hay forma fácil de decir adiós, mi vida, pero te prometo que esta no será la última vez en que te haga el amor —le dijo mientras desparramaba besos en su cuello y en la mandíbula.

Orel acarició su cabello rubio y respiró sobre su cuello. Ian siempre olía perfecto, un aroma relajante a maderas y flores. Olía a hogar incluso en los momentos más difíciles.

—Con esa promesa me basta, abogado —respondió con sus ojos a punto de cerrarse—. Sabes que confío en ti.

JARED - T.C  Libro 3 - Romance gay +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora