D i e c i s i e t e

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"Dime que todo estará bien

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"Dime que todo estará bien..."




Sus pasos eran ligeros, los sobres en sus manos perfectamente doblados se movían ansiosamente junto a sus dedos inquietos.

El omega de dieciséis años mordía sus labios de forma inconsciente. Sus ojos se pasearon por las escaleras frente a él y un suspiro abandonó sus labios.

— ¡Seokjin-ah!

Ese llamado hizo que se detuviera. Kim Seokjin giró en su lugar y sonrió para la mujer que se acercaba. — Hyoyeon noona. — saludó antes de abrazarla.

— ¿Cómo has estado? No te he visto desde hace siglos.

— Solamente han sido tres días, noona. — le dijo riendo. — Pero tú tampoco has venido a buscarme. No todo es mi culpa.

— Agh. Mira mis manos. — gruñó dejando a la vista sus dedos cubiertos de vendas — Creo que preferiría cortarme las manos. Trabajar en el salón de costureros y hacer ropa para cada maldita persona de este lugar es una mierda.

— Lenguaje, noona. — pidió tomando sus manos con cuidado. — Deberías pedir un descanso. Podría ponerse peor luego.

— Necesito el dinero. Y dijeron que si pedíamos descanso mejor no volviéramos a trabajar, que nos debíamos ir. Así que no tengo opción, querido. — suspiró ella. Su expresión dolida no duró mucho, una sonrisa apareció en su rostro y pellizcó la mejilla de su menor. — ¿Y tú? ¿Qué tal vas? No veo a Hoseok a tu lado, eso es extraño.

Seokjin sonrió y negó. Sus ojos se movieron hasta el ventanal a unos metros, agachando la cabeza un poco antes de responder — Hoseok tuvo que ir a la capital a comprar algunas cosas para el príncipe. — susurró — Ahora mismo mi príncipe y Namjoon han ido a recogerlo. Por eso no me ves yendo de un lado a otro.

Hyoyeon abrió los labios formando una "O", entendiendo. — Bueno, veo que tienes cosas que hacer. Esos sobres no se entregarán solos, niño. Nos vemos luego ¿si?

Asintió y recibió gustoso un beso en la mejilla antes de continuar su camino. Subió cada escalón en completo silencio. Pero se detuvo al llegar a su piso, su mirada cruzándose con la de la jefa Yang Mi.

Inclinó la cabeza con respeto por su posición y siguió su camino. Pero no pudo evitar mirar de reojo a la mujer que sonreía con algo de malicia en su dirección.

Tenía un mal presentimiento.

Entró a la habitación de su príncipe y dejó los sobres sobre una de las mesas del lugar, colocando encima un pequeño adorno de porcelana para que no corrieran el riesgo de caerse.

Dio media vuelta y salió del lugar, sonriendo amable para los guardias que cuidaban el pasillo por donde retornaba. Aunque esa sonrisa se borró al encontrarse cara a cara con su jefa.

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