1. EL SUEÑO

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1. EL SUEÑO

Cuando Jonás Berglund cumplió 13 años, el 27 de junio, recibió, por fin, el anhelado magnetofón. De inmediato comenzó sus investigaciones. Quería proceder metódicamente y por eso empezó grabando los ruidos que surgen en la naturaleza cuando los animales se comunican entre sí. También quería grabar todos los ruidos mecánicos que se producen en las diversas actividades humanas. Aquella noche el 27 de junio, Jonás, con su hermana Annika, que tenía 15 años, y un amigo de ambos, David Stenfäldt, que era un año mayor que Annika, caminaban despacio por el campo, junto a la vía por la que el tren nocturno de Estocolmo debía de pasar en breve. Jonás quería grabar el traqueteo de las ruedas. Era una noche preciosa, todo lo serena y hermosa que pueden ser las de verano. Empezaba a asomar la luna, que en un par de días sería luna llena. No se movía ni un soplo de viento; en la hierba cantaban los grillos; el agua murmuraba, lamiendo suavemente las piedras del riachuelo que nacía en el bosque, al otro lado del campo, y atravesaba el pueblo de Ringaryd. Jonás acababa de grabar el canto de los grillos y había desconectado el magnetofón. –¿Lo sabías, Annika? –preguntó de repente David. Jonás conectó de nuevo el aparato. –¿Qué? –contestó Annika. –Que cuando uno se hace viejo, ya no es capaz de oír cantar a los grillos. –¡Pero si cantan altísimo! –contestó Annika. –¡Precisamente por eso! Esos tonos tan altos no se perciben cuando uno se hace viejo –explicó David. Jonás desconectó de nuevo el aparato. –¿Alguien quiere regaliz? –preguntó, sacando una caja de regaliz que llevaba siempre en el bolsillo. Pero no quisieron. En realidad, lo sabía. Jonás creía que Annika y David eran unos anticuados, pues decían que su regaliz era demasiado fuerte y que el regaliz corriente era mucho mejor. Jonás no lo tomaba por su sabor, sino por sus efectos. Quería conservar siempre ágil el pensamiento, y decía que el regaliz le hacía más inteligente; pero ninguno de sus dos amigos lo comprendía así. Entre tanto llegaron las 21 horas 36 minutos, es decir, la hora en que pasaba el exprés por Ringaryd. –¡La hemos hecho bueno, se nos ha escapado el tren! –murmuró Jonás. –Me extraña –contestó David– Tendríamos que haberlo oído. –Voy corriendo un momento al río –y Jonás desapareció cuesta abajo. Todavía no había grabado en su magnetofón el murmullo del río de Ringaryd. Los otros dos lo siguieron. Mientras esperaban el tren, grabó el ruido del agua. Quería tenerlo, como contraste de la naturaleza frente a los trepidantes ruidos de los adelantos humanos. De repente, Annika susurró: –¡Silencio, por ahí hay alguien remando! Se oía un ruido liguero, cauteloso. Jonás puso el magnetofón en marcha: –Aquí, Jonás Berglund. Estoy grabando junto a la orilla del río. Estamos oyendo el chapoteo de unos remos. Parece que hay alguien remando. ¿Quién podrá ser? –Seguro que es un hombre mayor –susurró Annika. 3Jonás comentó en voz baja: –Si, debe de ser un hombre de edad indefinida. Justo en ese momento se oyó toser al desconocido. Era una tos fuerte, que Jonás grabó en su cinta. Al mismo tiempo se oyó el grito de un pájaro, lo que resultó una combinación de sonidos muy interesante. Aparte de eso, todo estaba en calma. Se oyó al bote deslizarse entre los juntos y atracar en algún sitio cercano. Jonás siguió informando: –Debido a la espesa vegetación de juncos, no puedo dar noticias exactas sobre el lugar en que ha atracado el bote. De pronto sonó un ruido lejano a través del silencio, y Annika exclamó: –¡Jonás, corre si quieres grabar el tren! Los tres subieron apresuradamente hasta las vías y llegaron justo en el momento en que el tren pasaba atronadoramente. –¡No te acerques tanto, Jonás! –le gritó Annika; pero su voz se perdió en el estrépito del tren. Jonás registró, jadeante, en la cinta: –Estoy grabando el ruido del estrés de Estocolmo, que pasa en este momento, con gran peligro de mi vida. Ahora son exactamente las veintiuna horas treinta y seis minutos. La distancia que me separa de las vías es, más o menos, un metro treinta. El tren pasó de largo y Jonás desconectó el magnetofón. –¡Eres un imprudente, Jonás! –gritó Annika– ¡Acercarte de esa manera al tren! –En este trabajo es inevitable correr ciertos riesgos –contestó Jonás tranquilamente, mientras el tren desaparecía a lo lejos, dejando un silencio indescriptible. –Me gustaría saber adónde va –dijo de repente Jonás. –¿A quién te refieres? –le preguntó David. –¡Hombre, al que estaba remando! Anda, vamos deprisa y lo averiguaremos. –Lo que debemos hacer es volver a casa –murmuró Annika. Sin embargo, David opinó que aún podían dar un paseo por la orilla. Todo estaba oscuro y lleno de vegetación. Ninguno conocía el camino. –¡Mirad ahí! –Jonás se quedó parado, señalando un bote escondido en un lugar adonde era difícil llegar desde tierra– Tiene que ser alguien que no quiere ser visto; esto es muy sospechoso –dijo, grabando la noticia. –¡Deja de jugar a periodista! –le riñó Annika. De pronto, la orilla se hizo accesible. Había numerosos sauces llorones que hundían sus ramas en el agua. Los chicos caminaban sobre un césped blando como el de un parque. La luna los iluminaba. Entonces vieron un pequeño atracadero y, amarrado en él, un bote blanco que se balanceaba bajo la luz de la luna. –Por aquí tiene que haber un camino que suba hasta arriba –dijo David. –¿Has estado alguna vez aquí? –le preguntó Annika. –No –contestó. –Entonces, ¿cómo lo sabes...? No respondió. Se comportaba de una manera muy extraña, andaba dando vueltas como un sonámbulo, con los ojos muy abiertos. –¡Aquí está el sendero! –gritó, señalando una senda que subía la pendiente– Lleva al jardín que 4hay detrás de la casa –dijo, y empezó a subir la cuesta. –¿De qué casa hablas? Acabas de decirnos que no has estado nunca aquí –dijo Annika. Tenía que caminar deprisa para poder seguir su paso. –David, nos ha dicho que no has estado nunca aquí... –¡Claro que no he estado! Pero tengo la impresión de que conozco todo esto. –Tiene que ser el jardín de la quinta Selanderschen –indicó Jonás. –Es posible –admitió Annika–. Esa casa se puede ver desde la carretera. David se quedó mirando a Annika como si no la entendiera. –¡Deja ya de hacer teatro, David! –le dijo Jonás– ¡Claro que ya has estado aquí! Lo que ocurre es que lo has olvidado. David no contestó. Siguió subiendo la pendiente. El sendero se abría paso entre los árboles. David subía con rapidez. Annika y Jonás lo seguían. –¡Caray, cuantos mosquitos! Annika agitaba los brazos, pero a Jonás se le ocurrió algo mejor: puso en marcha el magnetofón, pues todavía no había grabado el zumbido de los mosquitos. –No vale la pena, Jonás –le dijo Annika–. Es perder el tiempo–. Y se rascó también a correr. –¡Qué prisas tienes! ¡Espérame un poco, David! Se detuvo y esperó hasta que ella lo alcanzó. –¿Qué pasa, David? Pareces totalmente... –Si –la interrumpió–. Conozco este sitio con todo detalle, ¡y no he estado aquí nunca! Annika no sabía qué responder. David parecía tan distinto, que le daba miedo. –Oye, ¿por qué no damos la vuelta y regresamos? –le pidió. No, él quería seguir. Ya era tarde para dar la vuelta. Estaba nervioso y su cara resplandecía a la luz de la luna. Annika se volvió hacia Jonás, que aún estaba abajo, grabando el zumbido de los mosquitos. Estaba intranquila. –David, se hace tarde para Jonás. Tenemos que regresar. Pero David no la oía. Señaló el sendero, que ascendía. –Allí, detrás de aquel recodo y de aquellos arbustos, termina el sendero. Hay luego una empinada y vieja escalera de piedra, bastante desmoronada. Al subir hay una pradera; luego un muro de piedra con una cancela blanca entre dos pilares de piedra. Detrás hay un césped, con una lila a la izquierda. Un par de metros más lejos hay un estanque. Junto a él, un banco blanco, despintado. Detrás del arbusto crece un jazmín en flor. Desde el estanque arranca un camino enlosado, a lo largo del cual hay unos rosales cuajados de pequeñas y redondas rosas amarillas... David hablaba como en sueños. Mientras tanto, Jonás había llegado hasta ellos y había grabado todo. David se quedó callado y vio que los otros dos tenían cara de sueño. –¡Sigue hablando, David! –le pidió Jonás–. No te pares– ¡Sigue! David se frotó los ojos. –¡No! –contestó–. Con esto es suficiente. Les volvió la espalda y siguió caminando, aunque no tan deprisa como antes. Annika le cogió la mano. –¿Tienes miedo a la oscuridad? –le preguntó Jonás. Ella negó con la cabeza. No estaba oscuro, la luz de la luna lo inundaba. Cuando rodearon el 5arbusto, se toparon con una empinada escalera de piedra, tal como la había descrito David. Era muy vieja, ofrecía un aspecto ruinoso y los escalones estaban llenos de grietas entre las cuales crecía la hierba. Annika sintió un ligero escalofrío. El viento de la noche susurraba entre las hojas. Veían sus propias sombras negras delante de ellos, mientras que el aire estaba lleno de claridad. David subió la escalera, se agachó y cortó un tallo en flor. Se lo dio a Annika y le susurró: –Es una "estrellada gramínea" unas estellaris gramínea. Jonás y Annika lo siguieron escaleras arriba. Atravesaron la pradera, llena de flores silvestres adormiladas bajo la luz de la luna, después la blanca cancela del jardín, el césped, y pasaron también junto a la lila en dirección al banco despintado junto al estanque. Allí se sentaron. Ante ellos pasaba el camino enlosado, flanqueado por rosales amarillos. Todo era tal como David lo acababa de describir. –¡Es como un sueño! –murmuró Annika. –Sí –suspiró David!–. Debería ser simplemente un sueño; pero existe en la realidad. –¿A qué te refieres? –Anoche soñé con este jardín. Llegué a él de la misma forma que hoy, por el mismo camino. Por eso lo conocía ya. Anduve en sueños por él. Se calló un momento. Los otros dos no decían nada. Entonces prosiguió: –También estuve en la casa... En sueños, no en la realidad –señaló la casa que se destacaba blanca entre los árboles. Hablaba muy bajo, casi susurrando. Jonás había conectado el magnetofón y grababa todo lo que David decía. Al fin, David se levantó y fue andando lentamente hacia la casa, que estaba rodeada de altos tilos. Jonás lo seguía de cerca, pera no perder ni una sola de sus palabras. Hablaba bajo, como en sueños. No parecía su voz. –Llegué a un vestíbulo con una escalera, pasé por muchas habitaciones, pero yo no conocía nada. Sin embargo, sabía dónde estaban las puertas, las abría, entraba, pero nunca había cruzado por ellas. Sabía dónde estaba cada cosa, cada mueble, cada objeto; lo sabía todo. Pasé delante de unas ventanas con plantas y sabía que plantas eran. Sin embargo, nunca las había visto. Había muchas plantas. Pasé delante de ellas. Alguien cantaba. Era un canto muy bonito y, a la vez, extraño. En la repisa de la ventana vi una planta; sus flores eran azules. Y el reloj empezó a sonar muchas veces. Entonces vi como se movían las hojas de la flor, se elevaban y se alargaban como manos, muy lentamente, hacia mí. Y alguien seguía cantando; una niña, creo, aunque no la podía ver. No sabía dónde estaba ni quien era. Sólo oía su voz, que cantaba sin cesar... David enmudeció. Seguía con las manos levantadas, como las hojas de la planta que acababa de describir. –Entonces me desperté –dijo. –Yo jamás he tenido sueños como ése –comentó Annika, pensativa–. ¿Qué puede significar un sueño así? David se encogió de hombros. –Probablemente, nada... No sé... De pronto vieron a Jonás correr hacia la casa. Annika salió corriendo tras él. Encontraron a Jonás en la parte delantera de la casa, detrás de un arbusto. La casa estaba a oscuras. Dos ventanas estaban abiertas, una a la altura del suelo, la otra en el piso de arriba. Desde allí se oían pasos. Antes de que se lo pudieran impedir, Jonás estaba trepando por un viejo manzano que crecía junto a la casa. Annika le cogió un pie para hacerle bajar, pero se quedó con el zapato en la mano, mientras Jonás subía y subía. Entonces alguien encendió una lámpara en la habitación de arriba. Un tenue rayo de luz cayó 6sobre el jardín. Jonás había conseguido llegar a lo más alto del árbol y se ocultaba detrás de una rama muy frondosa. David y Annika se escondieron detrás de un arbusto. No se atrevían a hacer ningún movimiento. Oyeron como Jonás conectaba el magnetofón y empezaba a grabar en voz baja: –Aquí, Jonás Berglund. Me encuentro en el jardín de la quinta Selanderschen. Las condiciones del lugar no son buenas y ruego disculpas por la mala calidad del sonido. He instalado un puesto de observación en la copa de un manzano, justo enfrente de la ventana abierta, en la parte delantera de la casa. La ventana de abajo está igualmente abierta. En la de arriba acaban de encender una lámpara, que esparce una débil luz. Me parece como si oyera... ¡un momento, por favor! Hago una pequeña pausa para grabar los ruidos de la habitación. ¡Evidentemente, aquí pasa algo! ¡Un momento, por favor! David y Annika vieron horrorizados como Jonás seguía trepando por el árbol. Avanzó un poco por una rama, se inclinó y se tumbó sobre el vientre. Era muy peligroso. La rama se balanceaba tanto que Annika clavó sus uñas en la mano de David. Era horrible estar allí sin poder hacer nada, mientras Jonás avanzaba por la rama para acercarse lo más posible a la ventana con el micrófono. De pronto, la rama crujió; pero afortunadamente aguantó. Por lo visto, Jonás ya había grabado lo que quería, pues volvía sobre sus pasos. Abajo, en el suelo, sus dos amigos contenían la respiración. La rama se movía y crujía. Por fin lo consiguió. Jonás ya estaba a salvo; sobre la rama aún, pero apoyado en el tronco. –Grabando de nuevo. Los pasos que acabamos de registrar pertenecen a una vieja; perdón, a una señora, a una dama... que creo conocer... ¡Un momento, por favor! –Jonás desconectó el magnetofón y se inclinó hacia David y Annika. –¿Cómo se llama la dueña de la pensión? –susurró. –¡Baja ahora mismo, Jonás! –Sí; pero ¿cómo se llama? –Señora Göransson. Tengo mala memoria para los nombres. Carraspeó, parecía como si hubiera perdido el hilo. Pero lo cogió de nuevo, se metió una pastilla de regaliz en la boca y continuó: –Me encuentro a unos quince o veinte metros de distancia de la vieja..., perdón, de la señora, que camina como una sombra oscura por la habitación. Apenas puedo ver lo que hay dentro; pero veo que la señora Göransson viene con algo que parece papeles de periódicos. Con ellos empieza a envolver un paquete largo y bastante estrecho que está junto a la pared. Parece estar pensando que ese embalaje no es suficiente. Sus movimientos son rápidos y nerviosos. El paquete tiene como metro y medio de largo y contiene..., bueno ¿qué contendrá? ¿Quizá una alfombra? Pero ¿qué es lo que estoy viendo? Exponiéndose bastante, Jonás volvió a agacharse y se tumbó, apoyando el vientre contra la rama. Esta cedió; se balanceaba y temblaba peligrosamente, mientras Jonás susurraba en el micrófono: –¡Si! Veo una sombra sobre la pared, una sombra grande, oscura, que se mueve lejos de la señora Göransson. No se trata de la sombra de la señora Göransson; eso prueba que hay otra persona en la habitación y... ¡un momento, por favor! Jonás orientó el micrófono hacia la ventana; dentro se oía toser. La señora Göransson empezó a hablar tan claramente, que hasta David y Annika la pudieron oír: –De todas maneras, quiero comprobar si está todo en orden. Jonás susurró al micrófono: –Si, hay otra persona en la habitación, alguien que por algún motivo no se muestra abiertamente; que calla, pero que tose. ¿Quién podrá ser? Ahora veo a la señora Göransson ir hacia la puerta. La sombra desconocida camina muy cerca de ella, se inclina y desaparece. Veo como quita el paquete de la pared y lo deja en el suelo. Se apaga la luz y la habitación queda a oscuras. Pero, en cambio, veo que... 7Hizo una pausa y comenzó a bajar. Annika suspiró aliviada. Pero su alegría duró poco. Se acababa de encender la luz de la habitación de abajo. Jonás volvió a acomodarse en el árbol, unas cuantas ramas más abajo, pero aún bastante arriba. La casa tenía un alto zócalo de piedra, de manera que David y Annika no podían ver bien lo que ocurría dentro. Oían a Jonás murmurar al micrófono: –¡Atención! La señora Göransson acaba de entrar en la habitación de la planta baja. Va hacia el teléfono, que está sobre una mesa al lado de la ventana. Se encuentra ahora más cerca de mí que antes, y tengo que obrar con mayor prudencia. Sin embargo, la sombra del hombre de la tos no puedo verla. Ahora la señora Göransson está hojeando un cuadernillo. Lo más probable es que esté buscando un número de teléfono. ¡Exacto! Lo ha encontrado y empieza a marcar... Jonás orientó rápidamente el micrófono hacia la ventana para grabar el ruido al marcar. Al mismo tiempo sonó el pitido de un tren que pasó atronadoramente. Por suerte era un tren corto. Cuando volvió el silencio, se podía oír la voz de la señora Göransson: –Si, por supuesto, ya sé que corro ese riesgo. ¿A qué se refiere? No, no se ve, nadie se dará cuenta. Claro, aquí estuvo un viejo de esta localidad... No, naturalmente que no he cogido a uno cualquiera. En caso de que este viejo se fuera de la lengua, nadie le creería. ¡Sé bien lo que hago! Nadie lo toma en serio... Si, gracias, acabo de recibir la mitad del dinero. Pero ¿cuándo lo va a mandar? De acuerdo, saldrá bien. No olviden mis nuevas señas. Muchas gracias. Hasta pronto. La señora Göransson colgó el teléfono, y Jonás retiró con cuidado el micrófono. Todo quedó en silencio. Ella permaneció un momento junto a la ventana, mirando fijamente la oscuridad de la noche. Durante todo la conversación había permanecido allí, de pie. Parecía como si mirara directamente a Jonás. David y Annika contuvieron la respiración. ¿Lo habría descubierto? Se acercó a la ventana y se asomó afuera. Había tal silencio que casi se podía oír su respiración. Los segundos parecían eternos. ¿Escuchaba algo? ¿Había oído algún ruido? Finalmente se asomó más aún y desenganchó la contraventana. Justo cuando la cerraba, oyeron cómo decía en voz alta: –¿Cuándo piensas salir? La ventana se cerró con un golpe, y Jonás murmuró en el micrófono: –Bien, amigos oyentes, ruego disculpen las molestias, ocasionadas por un ruidoso tren que iba hacia el sur. Ustedes mismos pueden comprobar las difíciles condiciones en que he realizado este reportaje. La ventana, abierta hasta ahora, está cerrada, y rápidamente se extiende la oscuridad y el silencio sobre la quina Selanderschen. Antes de finalizar mi reportaje quiero haceros algunas preguntas: ¿Sabremos algún día qué ha sucedido esta noche tras estas paredes? ¿A quién pertenece esa misteriosa sombra? ¿Pertenece al hombre que antes vimos remando en el río? ¿Quién es el hombre de la tos? Jonás apagó el magnetofón y bajó del árbol. Annika le devolvió el zapato en silencio. De repente se dio cuenta de que tenía frío, pero ella estaba tiritando. –¡Qué frío hace! –dijo–. Ha habido como una ráfaga de viento frío. Los otros dos no dijeron nada. Jonás estaba ocupado otra vez con su magnetofón, y David parecía ensimismado. Tenía una expresión extraña en los ojos. –¿Qué te pasa, David? ¿Se puede saber? David se encogió de hombros y contestó que no era nada. Pronto volvió a tener el aspecto de siempre. Annika se sintió aliviada y dijo a Jonás: –¡Ahora si que tenemos que volver a casa! 

Los escarabajos vuelan al atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora