27 El Interludio

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Jason no era de quedarse dormido en las expediciones. Tendía a ser paranoico al aventurarse más allá del nido. El cazador ya había experimentado esta faceta del joven en su primera misión juntos y en las aguas termales. Por eso, cuando Zaine abrió los ojos quedó paralizado al verse envuelto por los brazos del mercenario.

Por petición de Jason, el cazador aceptó compartir tienda antes que el muchacho se marchase con el jinete de cenizas. Zaine había sentido el peso de muchos pares de ojos cuando desapareció dentro de la tienda del mercenario para no volver a emerger. Jason se demoró en regresar, tanto que Thuban se quedó dormido sobre la cabeza del cazador. Zaine, decidió estudiar otro acápite del libro negro en vez de afilar su espada o chequear el estado del antifaz.

Se recostó en su saco de dormir, que había colocado con anterioridad junto al del mercenario. Zaine colocó a Thuban sobre su pecho, acariciándole las plumas del lomo con sumo cuidado mientras ojeaba las manchadas páginas amarillas.

Por más que Hurguen le hubiese mirado como a un bicho raro y se burlase de él, aquel libro estaba gastado. Como si hubiese pasado por muchas manos antes de llegar a las suyas. El cazador prefería no pensar en las implicaciones de aquel pensamiento. Pasó página, alcanzando el punto donde se había quedado.

No había leído la segunda línea cuando las mejillas se le encendieron. Y sin embargo se forzó a mantenerse inmutable. Nunca antes había sentido la necesidad de tocarse. Menos al leer e imaginarse a otra persona. Pero cada línea llamaba a su imaginación, convirtiendo a Jason en el dominante de sus fantasías. Zaine cerró el libro, respirando profundamente buscando calmar su fuego interno.

Encontró que rosar las plumas del lomo de la cría de wyberno conseguía apaciguar esa sensación. Devolvió el libro a su bolso y dejó que el sueño lo arrastrara. No sintió llegar al mercenario. Así como tampoco percibió que se acostase a su lado y lo envolviera con sus brazos hasta terminar en aquella posición.

En campaña Jason dormía completamente vestido con sus armas al alcance de la mano. Listo para saltar en cuanto el momento lo ameritara. Como mismo estaba Zaine. O estaría, si el mercenario no tuviese sus piernas enredadas entre las del cazador. Afuera aún era oscuro, y aunque la temperatura estaba fresca ellos permanecían cálidos en el abrazo.

La lógica le indicaba que debía levantarse. Recoger agua para que se lavasen la cara y marcharse a preparar el desayuno. Había mucho que hacer para reiniciar la marcha. Pero al observar sobre su hombro la relajada expresión de Jason, Zaine no encontró el deseo de moverse.

Lo más lentamente que pudo giró dentro del abrazo, buscando encontrarse de frente con las fracciones del mercenario. Afortunadamente Jason no se despertó, sino que soltó una queja y lo aferró con fuerza. Entonces el cazador percibió el bulto dentro de la camisa del muchacho, donde Thuban se había escondido. Rio por lo bajo, acomodando la cabeza sobre el pecho de Jason. Desde allí percibía los latidos de su corazón, rítmicos y pausados. El ascenso y descenso de su pecho con cada respiración.

Allí, Zaine se sintió seguro.

Protegido.

Cálido.

Al punto que pensó que aquello era lo más cercano a un hogar que había conocido.

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Crónicas de la Superficie: Los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora