34 El Reclamo

11 1 1
                                    

Zaine atravesó el área del bosque donde llevaron a cabo la cacería, examinando las redes con el ojo crítico de un experto. Era fácil para él percibir la diferencia entre las elaboradas por jóvenes que solían vivir en el bosque oscuro, de las de los niños del nido de Jason. Los nuevos tenían más destreza, siendo sus trabajos de calidad superior.

"Y más resistentes" pensó al ver un babuino de cara marrón morder las cuerdas con sus afilados dientes.

El cazador desenfundó su espada, observando por encima del hombro a la multitud de jóvenes que le miraban espectantes. Algunas caras las reconocía, como la de la joven que llevó a sus espaldas para sacarla de la nube de humo, o el primer varón que liberó de sus ataduras. Por supuesto, Ayala estaba siempre presente y la curiosidad brillaba en sus ojos. Incluso los exploradores que acostumbraban a acompañarle a cazar y que una vez dudaron al seguir sus órdenes, ahora observaban con dedicación.

– Este animal es lo que no queremos atrapar – explicó, señalando a la bestia que luchaba – La carne es dura y rancia. Tampoco acumulan mucho musculo en su vida y contrario a sus ancestros, no crecen mucho. Pero tienen una mordida peligrosa. Así que apártense.

Los muchachos dieron tres pasos hacia atrás, siguiendo el movimiento del brazo del cazador con sus cabezas. Zaine cortó las cuerdas, retrocediendo para salir del camino del animal quien no comprendería que intentaba liberarlo. La criatura se marchó dando tumbos y chillidos, pero cuando tropezó con una rama en su huida les sacó unas risas a los nuevos aprendices de Zaine.

El cazador recogió las cuerdas mientras los niños reían.

– El sitio donde colocas la trampa es tan importante como el animal a capturar. – explicó y el sonido de su voz invocó un silencio atronador. – El no conocer el área donde trabajas y su fauna aumenta las probabilidades de capturar animales peligrosos que no son consumibles. Así terminaremos perdiendo tan buenas elaboraciones como esta. – dijo alzando la red para que los muchachos la viesen.

Doce cabezas asintieron con entusiasmo, mostrándole al cazador que su mensaje había sido captado y sería reproducido en el futuro.

– Maten a los animales que sí se puedan comer y liberen a los que no. – Ordenó – el que no tenga presas en su red que llene una cesta de frutos o raíces del bosque.

– ¡Sí, señor! – les escuchó proclamar antes de marcharse a la carrera a cumplir con lo establecido. Los nuevos estaban adaptados a cumplir órdenes. Eran soldados disciplinados. Y los jóvenes del nido intentaban imitarlos.

Zaine notó que Ayala se había quedado atrás. La niña giraba el hombro izquierdo con molestia, quejándose silenciosamente. El cazador entrecerró los ojos, se acercó a las monturas que dejaron atadas a unas ramas bajas y dejó la trampa rota dentro de la cesta que cargaba June. El ciervo le miró con indiferencia y mucha menos hostilidad, ya acostumbrado a su presencia.

– ¿Todo bien? – preguntó el cazador al regresar sobre sus pasos y llegar junto a la niña.

Ayala se sobresaltó al verle y por su expresión, él supo que creía estar disimulando su malestar.

– ¿Soy tan obvia? – preguntó la muchacha mostrándose avergonzada. El cazador prefirió no contestarle, a su vez, extendió la mano hacia el hombro de la pequeña. Se detuvo a pocos centímetros, esperando la autorización para tocarla, ya que el mismo no era muy propenso a aceptar el tacto de los demás.

Sabiendo que había excepciones a esa regla, y tras la aceptación de Ayala, palpó el hombro de la joven. Lo encontró tenso y duro, pero estaba en su sitio y no parecía herido. Ella tampoco dejó escapar queja alguna, más que una torcedura en la expresión de su rostro.

Crónicas de la Superficie: Los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora