—¿Qué tal ha ido esta semana, mi amor? —preguntó mi madre al otro lado de la pantalla. Su rostro a través del móvil dibujaba una sonrisa de ilusión por estar viéndome.
Yo también sonreía, una sonrisa sincera, de esas que solo podía dedicarle a ella.
—Ha ido bien, tranquila —respondí, sabiendo que mi semana había sido de todo, menos tranquila.
Entre el encuentro con Jonatan, la aparición de Silas y que este último haya estado constantemente picándome en la semana entera, podía definir su pregunta con cualquier respuesta excepto tranquila.
Pero así debía hacerle creer que eran las cosas porque no quería preocuparla.
Lo único tranquilo en mi vida eran las sesiones con mi psicóloga y solo la veía una vez por semana. Que solo tuviera tranquilidad una vez por semana era algo alarmante.
Mi madre asintió.
—Me alegro mucho de escuchar eso, hija. ¿Y las amistades? ¿Has conocido a alguien?
Me callé, sintiendo un leve pinchazo en el pecho ante su pregunta. La verdad es que en los tres años que llevaba viviendo aquí, no había hecho ninguna amistad duradera, siempre conectaba con las compañeras que Marisa contrataba para la temporada de verano, pero cuando el contrato finalizaba y dejaba de verlas en el trabajo, no volvía a saber de ellas.
Y la verdad es que decirle que había conocido a Paula en el tren porque había tenido un ataque de ansiedad y que había conocido a Silas porque me había salvado de ser abusada nuevamente por mi ex no parecían opciones muy seguras.
Carraspeé, incómoda, sin saber que decirle. Ella debió notarlo porque frunció el ceño y su mirada se tornó preocupada.
—Te sigue costando integrarte, ¿verdad? —asentí en respuesta —, ¿y Jonatan? Pensé que eran buenos amigos, o bueno, creo que eran algo más incluso.
Todo mi cuerpo se tensó al oír a mi madre mencionar ese nombre. Mi corazón empezó a latir con rapidez e intenté respirar profundo para evitar un ataque.
—No, ma. Te dije que nos habíamos distanciado y es mejor dejarlo así.
—Pero parecía ser un buen chico, aun recuerdo lo ilusionada que te veías cuando me hablabas de él. ¿Qué pasó para que cambiara de repente?
Me pasé una mano por la cara, agotada mentalmente de esta situación con Jonatan y recordando con pesar aquellos meses atrás en los que llamaba a mi madre super contenta porque había conocido a alguien, y no solo por haberlo conocido, sino porque me hacía reír, me hacía compañía.
Pero me lastimó muchísimo. Me hirió de maneras que no creía posibles. Me rompió en mil pedazos.
—Así es la vida, ma. Las personas entran y salen de nuestras vidas de forma inesperada —suspiré, mirando en la barra de notificaciones la hora —. Tengo que irme. Debo volver al trabajo, te amo.
Mi madre suspiró al no obtener suficiente información sobre mi vida, pero aquel tema era del que menos me apetecía hablar con ella.
—También te amo, mi niña. Que tengas lindo día.
Cuando terminamos la llamada, dejé caer el teléfono en el sofá y me mentalicé para entrar a mi trabajo.
No sabía que sería peor, si lidiar con la carga de emociones en mi interior o con la gente a la que debía atender en la tienda.
**
Definitivamente lidiar con la gente aquel día había sido peor que tratar conmigo misma. Los clientes de hoy habían sido los de tipo maleducados, de aquellos que te tratan como si fuera del servicio y como si estuviera allí para lamerles la suela del zapato.
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El día que aprendí a amarme
Teen FictionAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...