Capítulo 24

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Maracay está que arde del calor que emana; incluso, la brisa de aquella mañana se siente caliente

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Maracay está que arde del calor que emana; incluso, la brisa de aquella mañana se siente caliente. Seis hombres, en una casa alejada y solitaria aprovechan para apaciguar el calor con un par de cervezas, luego de haber pedido autorización a su jefe, claro está. Entre muchas botellas cigarrillos y cocaína, inician una charla de lo más habitual.

—Mano, ¿tú crees que el mexicano se muera? —comenta Carlitos, quien estaba a cargo en ese momento, ya que su jefe se encontraba atendiendo a la visita, como ellos decían.

—Yo lo veo mal, y el hermano que es un sifrinito mirando por encima del hombro, no dejó que el puma obligara más al doctor para que lo salvara. Si hasta se molestó por cómo lo llevó a rastra —aseguró Gregory.

Las carcajadas resonaron por todo el lugar.

—Imagínense que hubiera visto cómo sacó al policía la semana pasada de la casa y lo quebró frente a su gente —interviene otro de ellos.

—Ve eso y llora. —Todos vuelven a reír.

Con un movimiento de cabeza, Carlitos anima a sus amigos a arreglar e inhalar de la coca que reposaba en su mesa. Se acerca el primero y procede a abrir el empaque transparente donde se encuentra el polvo blanco que los lleva a otro nivel, ubica un paquete de pequeñas tarjetas y crea una línea fina del polvo que lleva entre sus manos. Hace lo mismo con todas las tarjetas.

—Todo listo, muñecos —dice refiriéndose al resto.

Todos sonríen y asienten dichosos, toman la tarjeta la acerca a sus fosas nasales e inhalan profundamente.

—Esto si es vida.

Carlitos se recuesta del espaldar de la silla en la cual se encuentra y antes de que pudiera cerrar los ojos para disfrutar de la sensación que está poseyendo su cuerpo, un fuerte golpe en la puerta lo hace reaccionar y un "alto, policía" lo obliga a refugiarse en el suelo y tras la silla, saca su armamento y lo acciona en contra de la policía, que en menos de nada tiene neutralizado a tres de ellos.

—Estos, malditos nos han caído por detrás, vamos al frente —le indica, al que ellos llaman el niño.

Comienzan a correr hacia el frente de la vivienda mientras continúan disparando a todo lo que van dejando detrás. Como puede, Carlitos saca su teléfono y marca el número de chamoy que se encuentra con su jefe, el puma.

—Marico, nos cayeron los policías, vamos en huida.

—Muévanse para...

No pudo escuchar porque la puerta delantera se abre y un disparo atraviesa su muslo derecho, haciéndolo caer y el teléfono se escapa de sus manos. Desde el suelo, mira hacia un lado y el niño también está en el piso y un policía de las Fuerzas de acciones especiales tiene un pie sobre su pecho. Al verse rodeado, no le queda más remedio que alzar sus manos en rendición.

Mientras tanto, en la casa refugio...

—Puma —grita Chamoy mientras corre hacia el puma para contar de lo ocurrido.

—Espero que sea algo importante para que entres así —contesta el mencionado.

—La policía les cayó a los muchachos y por lo que escuché, se los han llevado.

El puma indignado ante lo que acaba de oír, se levanta y camina de un lado a otro, rascando su cabeza.

—De seguro ha sido el maldito de Cristopher —dice, apretando su mano en un puño—. Te das cuenta del porqué quiero encontrarlo —comenta mirando a Patrick que se encontraba reposando en el sofá.

—¿Cómo puedes asegurar que se trate de un operativo comandado con él? —pregunta con tranquilidad.

—Porque tengo contactos a su alrededor que me informan de alguno de sus planes. Y sé que es él.

Patrick lo observa por unos segundos, se levanta de su asiento y colocando una mano su hombro dice:

—No te preocupes que mañana nos darán su información y podres certificar tus sospechas.

—Eso es lo que más deseo.

En otro rincón de la casa, Valentina y Esmeralda discutían, como de costumbre.

—Por encima se te ve que te has revolcado con Patrick, y yo que creía que eras una mujer fuerte y admirable. —Ella ladea la cabeza en desaprobación.

—Te agradecería que no opines de cosas o situaciones que desconoces, Valentina. —Esmeralda alza una ceja.

—Esta situación la conozco muy bien. Mi cuñado te envolvió a tal punto de no importante nada, ni si quiera mi dolor por el estado de salud de mi esposo.

El rostro pálido de Esmeralda se tornó de un rojo claro por el coraje que la empezaba a controlar.

—Cállate, tú que vas a saber de dolor, cuando te metiste en mi casa a "cuidar de mi madre". —Hace énfasis en esa última parte.

—Eso es muy distinto —grita, ofendida Valentina.

—¡Claro que lo que es! Tu entraste con engaños y nos envolviste con tu falsa carita dulce —Esmeralda se acerca y le da un leve golpecito en la barbilla.

Valentina resignada y sin ánimos de continuar esa contienda con la mujer que ya casi se convertía en su cuñada, se gira sin contestarle y se aleja de ella.

—Te vas porque sabes que tengo la razón ¡Cobarde! —grita enfurecida.

—Lo que diga la señora —contesta valentina a los lejos y continua su camino.

Sin duda la tristeza y el desespero de perder a su esposo la estaba consumiendo. Su rostro se encontraba desencajado, las ojeras y bolsas bajos sus ojos dejaban en evidencia su desgaste físico, aun así, una sola cosa rondaba en su cabeza ¿Qué sería de ella si su esposo fallecía?, ¿cómo iba a continuar sin él?

Desde muy joven, Valentina había estado enamorada de ese niño dulce y tierno que conoció una mañana en el parque de su vecindario, y creció con la ilusión de estar con él para siempre, pero eso cambió cuando llegaron a la adolescencia y los comentarios acerca de ese niño dulce y tierno comenzaron a rodar por toda la zona, se decía que era un joven involucrado en negocios turbios, que era consumidor y un mal viviente apoyado por su padre, Don pedro Damasco, uno de los hombres más ricos de la zona, ella seguía ilusionada, se negaba a creer... hasta que lo vio con sus propios ojos consumir marihuana, fue allí cuando se decepcionó, se alejó. Pero como buen portador del apellido Damasco, Paolo no descansó hasta tener a su princesa Valentina, como él la llamaba, a su lado. 


Riesgosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora