PRÓLOGO

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Su respiración era lenta, delicada, como si de manera repentina dejara de existir, su pálida tez, aun siendo de piel como la canela, me aterrorizaba, mi pecho ardía de tanto correr, mis labios partidos pedían un respiro y agua, el frío invierno era de lo peor en estas circunstancias.

"Dante... Vuelve pronto."

Era lo único que deseaba a parte de un médico para el infante acostado en mi pecho. Traté de tomar un poco de calor con la cobija que lo envolvía, pero era tomar una decisión.

Él o yo.

Apreté mis labios, estaba demasiado débil como para quitarle lo único que le daba calor, y si se lo quitaba con esta tormenta... no iba a sobrevivir.

Tan rápido como lo cubrí sonó una rama a lo lejos y lo pegué a mí.

-¿Dafne?...

Susurró en un posible delirio. Le cubrí los labios con temor escuchando más ramas cercanas romperse y mi corazón desbocarse. A mi alrededor tenia pequeñas piedras, y un machete que logre tomar de la cocina de la escuela. La cueva era ten pequeña que probablemente ya habían visto algo.

Apreté temerosa el mango del machete y con delicadeza dejé a Elliot en la tierra, lo miré con tristeza y besé su frente.

-Saldrán de aquí, lo prometo.

Le susurro y tomé una piedra pequeña asomando mi cabeza.

A 10 metros, ahí estaba... El Monstruo Amarillo, un humano antipático e infanticida. Con la piedra en el pecho esperando el momento de lanzarlo, sentí un helado metal en mi sien. Mi corazón dejó de latir, mis ojos estaban deseando ver tan siquiera a Elliot y Dante lejos... pero solo pensé; Íbamos a morir... sin ser libres...


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