IX: 18:00 - 18:39

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Había un largo trayecto entre la capital y el gran embalse negro de las altas tierras. En la época colonial los indígenas que se hicieron a las orillas pensaban que el enorme cuerpo de agua albergaba un monstruo mitológico, el Muyso, por ello aunque le dejaban ofrendas a las orillas de esa agua toda turbia por los sedimentos, la confederación Muisca estableció un contingente allí mismo, para que en el día en el que la enorme criatura decidiera salir, todo el pueblo lo pudiera recibir como se merecía.

La noche se cernió sobre la tierra.

La oscuridad llenó la carretera, en esa época los ocasos eran tempranos y relegaban rápidamente a los colores vivos del cielo a una esquina, ahí era donde entraban los faros del sentra a una potencia de la mitad, siendo el último vestigio de luz artificial que parecía haber en esos terrenos interminables, gracias a ellos Czizek podía medio dimensionar el verdadero tamaño de la sabana. Celia a su lado de nuevo dormía, pero esta vez sus sueños con murmuros eran más cortos y se movía más, quizá finalmente estuviera perdiendo control sobre su cuerpo. Él se había dado cuenta que poco a poco la temperatura de la chica estaba bajando y bajando y se seguía moviendo como con espasmos sonámbulos y perdía más y más el color de todo el rostro, tiritando, por eso le había tapado con una manta del Topo gigio que tenía atrás para cuando tocaba quedarse por fuera, pero no parecía dar resultados. Sin saber por qué verla allí le hacía pensar en Rama.

Le sudaban las manos, cuando paró un segundo a la orilla de la carretera para estirarse tuvo que fumarse otro pielrroja y cuando hubo pasado lo peor tocó el volante y estaba húmedo. Mientras se tomaba su tiempo vio a lo lejos las columnas de humo del ejército.

Las vías antes eran difíciles de recorrer por el volumen de carros y la cantidad de personas que viajaban constantemente entre la capital y la cantidad de pueblitos cercanos, había un comercio repartido por toda la sabana que subsistió hasta que la metrópolis se los fue tragando, pero tanto el gigante capitalino como los pueblos cesaron el crecimiento y desde La Mortandad fueron quedando poco a poco más y más aislados y deshabitados, comunidades enteras separadas del estado, el abandono, la ley de la nada, los incendios habían acabado con casi todo. Ahora el trayecto hasta el Embalse negro no duraba más de hora, o hora con quince y eso, porque había que coger por un camino improvisado cuesta arriba de una loma ya que una zona de la carretera había caído en un socavón repentino que había abierto un hueco de lado a lado.

Celia no estaba en condiciones para indicar el destino, pero como Czizek aún recordaba aquella conversación que en esos momentos le parecía lejana, miles y miles de ocasos de esos oscuros atrás, sabía qué rumbo tomar.

En ese entonces Czizek había recién entrado como agente de campo del DACOM, y fumaba más, era inexperto, quizá un poco más gordo, no estaba acostumbrado al trajín, le picaban los nudillos y sentía que todo se podía venir abajo muy rápido, sentía fríos raros cuando le tocaba la patrulla y lloraba también fácil. En ese entonces recién había aprendido a conducir, así que después de casi una década acumulando polvo pudo poner a rodar de nuevo el sentra de su padre, el gris que se quejaba mucho pero igual andaba siempre que no lo sobreesforzara. Fue una mañana que cayó al IED Agroindustrial como un simple refuerzo por un caso de inoculación sin confirmar, todo tranquilo, tan tranquilo que de hecho, fue con la idea de chicanear un poco, con el carro "nuevo" y el traje con corbata, se estacionó en la entrada principal, justo del otro lado de la calle detrás de los otros carros de los agentes, salió y se sentó en el capó a fumar mientras vigilaba la cuadra con los ojos entrecerrados y la mirada mala, como si hubiera algo que vigilar.

Esperaba y esperaba a que le confirmaran la entrada. Esperó bastante tiempo en realidad, tanto que poco a poco dejó de sentirse chicanero y empezó a sentirse demasiado ansioso, había perdido la comunicación con la unidad interior, o al menos ellos se habían quedado en absoluto silencio y él con esos nervios que había heredado de su madre se moría allí mismo de ganas de saber qué podría entrar a hacer, de no saber si era su respectiva primiparada o si algo en serio más serio estaba pasando adentro. No dejaba de cambiar de posición y retorcer mano contra mano hasta que el sudor le escurrió. Para colmo se desató una tormenta monstruosa, de esas únicas en junio, llovía tanto que en serio pensó que con tantas gotas y con tantos chorros desangrando las canaletas la calle se iba a inundar.

Nada nuevo sobre el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora