—¡Conseguí el caso!— exclamé dando un brinco en el lugar, aún con la carta en la mano. Luego miré alrededor, los fantasmas de mi casa debían pensar que estaba loco, hablándole a la nada. No había nadie para festejar conmigo. No dejé que eso me echara abajo; era un trabajo muy bien pago.
Pensándolo dos veces, era un empleo raro, también; un excéntrico caballero me había contratado como escritor fantasma para su autobiografía. Debía pasar un tiempo en su casa, con él, para luego escribir sobre su persona.
A decir verdad la idea se me hacía aterradora. Escribir sobre un desconocido... ¿Qué pasa si lo describo de una manera que no le guste? ¿Qué pasa si lo ofendo?
Ese tipo de ideas se cruzaban por mi cabeza cada vez que dejaba de concentrarme en tareas simples, en oleadas de ansiedad repentina. La decisión final llegó a mí el día que estaba preparando las maletas para el viaje: no tenía nada que perder. Un trabajo de escritor fantasma era lo mejor que un fracasado como yo iba a conseguir.
Había estudiado la carrera de Letras en la universidad, y acabado trabajando en un periódico web amarillista de poca monta. Lo que siempre había querido hacer era escribir un best-seller, pero claramente eso no iba a suceder. No tenía contactos y estar trabajando en ese periódico nefasto le bajaba muchos puntos a mi currículum.
Me resigné. El periódico web no era la mejor opción, pero me daba de comer. O, lo hacía hasta que anuncié mi viaje y me despidieron. No querían un empleado tan poco leal, dijeron.
Todas mis esperanzas habían quedado puestas en el caballero desconocido.
Al menos no era una estafa, puesto que había pagado por mi pasaje ida y vuelta. Había hablado con él por correo electrónico algunas veces, arreglando los últimos detalles antes del viaje: conversamos sobre la estadía, que sería de treinta días. Conversamos sobre las herramientas que yo debía llevar para escribir cómodamente, me mostró fotografías de la habitación en la que me quedaría y parte del patio.
El lugar era una casona de campo a trece kilómetros del pueblo más cercano. Esta persona, si bien parecía ser el heredero de una enorme fortuna, no disfrutaba estar con nadie. Por ese motivo había decidido vivir tan apartado.
Mientras escuchaba música con auriculares en el autobús, la duda entró a mi mente como un insecto por las fisuras de la pared. Toda esta situación era sumamente sospechosa. Pero ya no tenía empleo y un personaje de videojuegos una vez dijo "témele a un hombre que no tiene nada que perder".
De verdad ya no me quedaba nada. Hacía casi diez años que había cortado lazos con mi familia de sangre. El abuso psicológico al que me habían sometido durante gran parte de mi infancia y adolescencia les había ganado un perma-ban de mi vida. Ahora era un adulto independiente, con diez centavos a mi nombre en la cuenta bancaria y sin nadie a quien pedirle dinero, pero era libre.
Tendría que ponerle todo mi empeño a este trabajo.
Llegué a la estación de trenes del pueblo el domingo por la mañana. Miré alrededor, un hombre de rostro enjuto esperaba por mí con un cartel que rezaba mi nombre.
—¡Hola! No pensé que enviarían un chofer por mí— exclamé entusiasmado. El hombre solo hizo un gesto para que lo siguiera, sin decir una palabra.
"Vaya forma de empezar", pensé, disgustado. Me subí al auto de mala gana y me puse a revisar mi teléfono, que se quedó sin señal unos minutos después de empezar el viaje. Suspiré, molesto. Ahora ni redes sociales podía revisar. Al menos habría wi-fi en la casona, ¿no?
Pues no. Revisé mis opciones de conexión y no había ni una sola. Bufé, molesto. Estaba incomunicado. No era como si tuviera mucha gente con la que comunicarme en primer lugar, pero... Vamos, ¡¿quién no tiene wi-fi hoy en día?!
El lugar se veía bastante vacío. Era una antigua casa colonial de dos pisos, en el vestíbulo había pocos muebles y la mayoría de las ventanas estaban cubiertas por gruesas cortinas. La luz venía del candelabro en el techo.
Una muchacha de aspecto cansado, muy pálida, hizo una pequeña reverencia antes de guiarme al comedor donde ya había un plato de comida caliente esperándome. Se inclinó de nuevo y se marchó sin decir una palabra.
Miré el plato de avena, pensando en las elecciones que me habían llevado a estar desayunando solo en una casa desconocida, esperando por un anfitrión cuyo aspecto seguía siendo un misterio, y sin internet como para pasar el rato al menos. Se me encogió el estómago, me recordaba a mi primer día viviendo solo.
Comí sin ganas, y cuando terminé la joven apareció de nuevo.
—Le mostraré su habitación, sígame por favor— dijo en tono quedo, esperando a que me pusiera de pie para guiarme a paso veloz por los pasillos.
Mi habitación estaba en el ala sur. Era igual a la foto, lo que me dio un poco de paz. Mismos muebles, misma decoración.
Me senté y me quité los borcegos, soltando un suspiro de alivio. Miré la puerta del baño y decidí entrar para darme una ducha. El viaje había sido largo, estaba cansado, adolorido y olía mal.
Me senté desnudo incómodamente en la tapa del váter mientras esperaba que el agua se calentara lo suficiente, picando mi piel con las uñas de forma ansiosa.
Los pensamientos intrusivos comenzaron a pasar a toda velocidad por mi cabeza. ¿Y si es una estafa? ¿Y si es un asesino? ¿Y si me van a secuestrar? ¿Y si todo es falso? ¿Y si no me pagan? ¿Y si no le agrado y me despide? ¡¿Y si me vuelvo loco sin internet?!
Suspiré metiéndome al agua y cerré los ojos intentando detener esas ideas que no dejaban de zumbar a mi alrededor como mosquitos. Me lavé bien el cuerpo enfocándome en la sensación del agua tibia recorriéndolo, haciendo mi mejor esfuerzo por mantener a raya la ansiedad que me estaba consumiendo.
¡¿Dónde estaba el caballero misterioso?!
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El Hombre de Porcelana (vampiros, gay, +18)
VampiriUn escritor frustrado recibe una muy esperada invitación para trabajar como autor fantasma en la biografía de un misterioso caballero. Es su oportunidad para sentirse vivo otra vez, por fin alguien reconoce su trabajo creativo. Tal vez esta sea la o...