Capítulo 2: Ira y negación

35 13 3
                                    


Es curioso cómo ciertos eventos pueden hacer que nuestro mundo se paralice por completo. Puede que incluso que llegue a orbitar en sentido contrario. El aroma de las flores deja de ser tan intenso. Los arroyos pierden su bravura y el sol su intensidad. El viento mañanero ya no refresca; ahora hiela.

Y a ti te resulta casi ofensivo. ¿Por qué nadie más puede ver lo que tú ves? ¿Es que no les importa? Por qué querría nadie perder el tiempo peleando sobre absurdeces. Quién tiene estómago para reír o seducir. ¿Desde cuándo nuestro mundo se había vuelto tan individualista? ¿Es que siempre había sido así?

Yo ya no le daba los buenos días a doña Kunia cada mañana mientras ella servía el desayuno, ni me paraba a charlar mientras compraba pan o flores en el mercado. Mi hueco en la enfermería ahora yacía vacío y ya había perdido todo su calor. Ya no besaría la frente de mi madre cuando la tersura de su piel diera lugar a nuevos pliegues, ni podría cuidar de mi padre cuando sus piernas fueran demasiado débiles para valerse por sí mismas.

Pero el mundo resoplaba de nuevo, y lo seguiría haciendo, incluso mucho después de que mis propios pulmones dejaran de respirar.

Pero el mundo resoplaba de nuevo, y lo seguiría haciendo, incluso mucho después de que mis propios pulmones dejaran de respirar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Poco recuerdo de las semanas que prosiguieron a la muerte de Lord Gorwil. La mayor parte de lo que no se perdió en mi memoria, tampoco es digno de mencionar.

Durante aquel periodo, toda capacidad de raciocinio abandonó mi persona. Necesitaba ocultarme, pero por muy bien que me escondiera, por mucho que corriera o evitara cualquier tipo de interacción social o con mi entorno, el bochorno de que, a la larga, me darían caza me asfixiaba y no me permitía pensar con claridad. Yo, en quien mis padres habían invertido tanto tiempo y cariño, había traído la desgracia a mi familia. Desarrollé una necesidad casi primal y constante por huir. Una necesidad que me acompañó más tarde, durante muchos años de mi vida.

Lo que mejor recuerdo es el sentimiento de culpa, que me quitaba el hambre y, en general, las ganas de vivir. Recuerdo haber tomado notas en mi diario (en un intento torpe e inútil de deshacerme de la culpa) pero, fruto de la paranoia, terminé arrancando e ingiriendo dichas páginas poco después de escribirlas. Mi paranoia me hacía sentir ansioso, y mi ansiedad no hacía sino alimentar mi paranoia. La culpa me terminó carcomiendo a largo plazo pero, sin duda, si algo caracterizó aquella etapa fue esta obsesión. El sentimiento constante de ser perseguido, de haber perdido la cabeza, de que en cualquier momento mi vida terminaría en manos de la justicia. Los múltiples días que pasé en vela hicieron poco a favor de mejorar mi constante estado de vigila. ¿Aquellas sombras que me perseguían durante la noche eran fruto de mi imaginación?

A pie viajé desde Ogana hasta la ciudad vecina más cercana. Y después, hasta la siguiente. Y repetí sin descanso hasta que los nombres de aquellos poblados me dejaron de resultar familiares. Entonces aparecieron las brumas. Pero en esta ocasión, no se apropiaron de las calles sino de mis recuerdos. Cuando me encontré lo suficientemente cansado como para no poder evitar más el sueño, las pesadillas no hicieron más que acrecentar aquella nebulosidad.

Empecé a dudar de mis propios recuerdos. Soñé con aquella mañana todas y cada una de las noches. En algunos de mis sueños le entregaba a Gorwil su vitamínico, como había hecho múltiples veces en el pasado. Sabía bien lo que hacía, su infusión tenía un olor muy distintivo, ácido y acre al mismo tiempo. De un color crema verdoso. En otros sueños, sin embargo, el líquido tenía un color y una textura ligeramente más cristalinos. Como aguado.

¿Cómo pude cometer un error así?

Cuando un individuo se somete a semejante estrés, su cerebro hace todo tipo de maniobras para que el sujeto abandone tal estado. Mi memoria se llenó de lagunas. De una forma u otra, la incertidumbre me hizo seguir adelante; no me dio razones para sobrevivir, pero tampoco me permitió encontrar otras por las que no hacerlo. Desarrollé un instinto de supervivencia que desconocía en mí. No me exigió demasiado, sólo lo justo. Poco a poco. Paso a paso. Hasta que me acostumbré (si es que uno llega a hacerlo) a vivir con un vacío constante en el pecho. Vacío que se alimentó y desarrolló aún más conforme los huecos de mi memoria se fueron completando. Aprendí a vivir con mi conciencia, sabiendo que le había quitado la vida a alguien. Que, por un instante, había jugado a ser un Dios. Aunque la justicia hace ya tiempo que olvidó mi nombre, a veces me inunda la sensación de que los Dioses aún me castigan por aquel día en el que, de una forma u otra, sentencié el destino de uno de sus discípulos.



¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
HONOR Y CAUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora