Capítulo 3: Lo que me ata a mi pasado

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En la calle, los días parecían semanas y las horas jornadas completas. Pero, a pesar de lo extenso que a mi me resultó aquel periodo, calculo que en realidad no pasaron más que un par de meses entre la muerte de Gorwil y el día que conocí a Eirene, a quien todavía no conocéis, pero que se convertirá en una persona clave para el desarrollo de mi historia. 


Yo, por entonces, me había convertido en un ser ambulante. Nunca permanecía en la misma ciudad más de lo necesario. Por lo general, con un par de días tenía suficiente para almacenar comida y descanso para el siguiente viaje.

Aquel era mi segundo día en Kazurh, un pequeño pueblo pesquero al suroeste de la región. Visitar este tipo de enclaves también tiene sus pros y sus contras.

Lo bueno es que las noticias de la capital nunca (o prácticamente nunca) llegan. Mi ansiedad, que por entonces había crecido lo suficiente como para ser considerada una entidad independiente de mi persona, se relajó. Aunque sólo un poco. Lo malo, por otro lado, es que las oportunidades para mendigar y recolectar lo que los demás ya no necesitan se ven bastante limitadas. Si es que, en mi caso, la falta de talento y picardía no eran limitación suficiente. 

Mi padre siempre decía que en la necesidad no hay ley, y que en tiempos de escasez, no es el mendigo más honrado que el ladrón. Y si algo abundaba en aquellos pueblecitos de las afueras, era precisamente eso; ladrones y escasez. Yo, que crecí en un hogar bastante acomodado, siempre he condenado, sin excepciones, a aquellos que dedicaban su vida al arte del hurto y de la estafa, dada su naturaleza deshonrosa. No me enorgullezco, por ello, al admitir que en varias ocasiones me vi tentado a hacerlo. Los escasos ahorros que había administrado concienzudamente estaban llegando a su fin. Espero que comprendáis que, si terminé cediendo o no, pertenece a mi más profunda intimidad.

Desde hacía un par de semanas había incluido en mi rutina (si es que podía llamarse así) los hábitos más básicos necesarios para el cuidado de mi imagen. Estos incluían un baño cada tres días, y un afeitado semanal. Con la mejora de mi apariencia también llegaron, aunque de forma bastante ocasional, nuevos negocios.

Paseando por la lonja, de casualidad, me encontré con un anciano mercader que se ofreció a pagarme unos cuantos centavos a cambio de mi ayuda. Todo cuanto debía hacer era colaborar con su nieto, que no tendría más de 12 años, para cargar con el pescado que su hijo, el padre del crío, había capturado durante la madrugada. No era mucho dinero, pero, por un día, me permitiría comer de forma honrada.

Acompañé al señor y a su nieto hasta el muelle, donde esperaba encontrar una humilde flota de madera. Tal vez 3, o 4 marineros. Mis expectativas eran bastante bajas y, sin embargo, la realidad no pudo cumplir con ellas.

Un hombre no mucho mayor que yo mismo nos recibió. Llevaba el pelo alborotado y sucio, y la barba descuidada. Surcos de sudor decoraban sus ya harapientos ropajes.

— Tú carga con estas dos. — dijo, señalando con el pie.— Isaliq, tú aquella otra. — el muchacho asintió y obedeció sin intercambiar palabra alguna.

Lo rutinario que aquella tarea parecía para ellos me impresionó. No intercambiamos nuestros nombres. Ni siquiera estrechamos nuestras manos o nos saludamos como es debido.

Me sorprendí al percatarme de que aquellas personas a las que yo juzgaba por su aspecto humilde, estaban haciendo lo mismo conmigo. Yo, a esas alturas, era poco más que un pordiosero. Descubrí a Isaliq, el crío, inspeccionándome de arriba a abajo en más de una ocasión; como buscando alguna tara en mi cuerpo que pudiera dar explicación a por qué alguien joven y sano como yo se ofrecía a tal trabajo.

HONOR Y CAUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora