𝐋𝐚 𝐜𝐚𝐬𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐬𝐦𝐨𝐝𝐞𝐮𝐬

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Me olvido por completo lo que se está hablando en la televisión

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Me olvido por completo lo que se está hablando en la televisión. No sé qué les pasa a esos dos, si me ven como comida gratuita o un nuevo pasatiempo, pero no puedo evitar suspirar de satisfacción cuando siento que el otro lado de la cama se hunde ante el peso de Bernard.

Su rostro está a pocos centímetros del mío y esos labios que me hicieron pensar cosas bastante prohibidas desde el momento que nos conocimos hasta ahora, se dedican a explorar la piel de mi cuello.

―Yo...

―Nosotros te cuidaremos hasta el final de los tiempos, pero nos gustaría saber si nos darías un poco de tu amor... ―susurra Bernard entre lo que creo que son pequeños besos y mordidas. Apenas mi cerebro entiende lo que está ocurriendo, lanzo un gemido en un tono muy agudo, lo que envalentona a Tituba a eclipsar sus labios en mi mejilla, muy cerca de las comisuras ―, ¿qué decís, Clarisse?

Mis dedos rozan los suaves cabellos de su nuca y, en lugar de apartarlo, lo aprieto más contra mí. Trago demasiado pesado apenas percibo que los dedos de Tituba ahora sí recorren mis piernas y que la cercanía de Bernard revela cierta dureza que suele ocultar sabiamente con una almohada entre nosotros.

"Esto no puede estar pasándonos..."

La electricidad que siento apenas si me deja respirar con coherencia, a pesar de que estoy medio muerta.

―Me encantás, cariño ―la delicada voz de Tituba me trae de nuevo a la realidad. Utiliza mi acento y esos dedos me han desatado la blusa bonita que Bernard me trajo al segundo día de mi estadía en la mansión ―, desde el momento que te vi, me encantaste.

Sonrío, incrédula.

―¿Por eso me seguiste? ―pregunto ahora, mirándola directo a los ojos y noto cómo se sonroja aún más.

Bernard, ni lerdo ni perezoso, no permite que Tituba termine su frase. Pasa sus dedos por el bello rostro de Tituba frente a mis ojos y, muerta de incredulidad, soy testigo de cómo le roba un beso en los labios.

―También te seguí porque me gustaste, sí. ―admite ahora Tituba y juro que me gustaría pellizcarme para ver si esa chica no está mintiéndome.

―también acepté la misión ―Bernard interrumpe y hace una pequeña pausa para lamer sus labios, mientras yo abro los míos, más deseosa ―, porque me caíste bien ―sus ojos borgoñas me inspeccionan y sonríe de lado, mientras se dedica a hacerme un sutil mimo en la punta de la nariz ―. Perdón por haberte tratado con tanta rudeza la primera vez que nos vimos. Sé que es probable que Camila no dejara el mejor recuerdo de mí en el libro, pero...

Así que no leyó el popular material ficticio de mi hermana. Si lo hubiese hecho, sabría que lo admiraba hasta los huesos y al final, terminó por tomarle un aprecio enorme.

En los meses que llevo acá, jamás me comparó con ella, algo que a veces hacía mi madre de forma inconsciente y me lastimaba tan hondo que...

Bernard, a diferencia de todo el mundo, sabe cómo dividir las aguas.

𝐄𝐥 𝐩𝐮𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora