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Violetta Sousa tiene la suerte más mala que haya conocido nunca.
Perdió su empleo, su novio y sus ahorros en un mismo día. Por si fuera poco, su casero amenaza con desalojarla si no paga los mese...
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VIOLETTA
Imprimo la última foto y la coloco en el montón que ya está listo. Justo es la foto que le tomé a Izan con su sobrina donde él sonríe mientras la apachurra, abrazándola fuerte e Isabella tiene una sonrisa a la que le falta un diente.
Sonrío y suspiro.
—Serás un gran padre, Izan Meléndez, no tengo dudas de eso. —Toco lentamente su rostro en la foto. Creo que me quiero quedar esta.
No entiendo nada de mí misma ahora, pero no puedo apartar la extraña felicidad que siento. Si Marina me viera... Dios, ni se lo he contado y ya la siento burlarse de mí.
Pongo a imprimir una segunda copia de la foto y mientras tanto guardo las demás en la bolsa de papel.
Dos toques en la puerta me hacen dar un brinco y esconder la foto bajo mi computadora, justo cuando sale. Dios, ¿qué hora es? Deben ser como las diez. Al fin solucionó lo del robo.
Niego con la cabeza y me río. Caray, estoy actuando como una colegiala, justo de lo que me he estado quejando de Marina y Laura. Estoy emocionada de saber que volvió.
—Voy. —Me voy corriendo a verme en el espejo del baño y me acomodo el cabello antes de ir a abrir—. Ah, eres tú.
—¿Cómo que “ah, eres tú”, perra desgraciada? ¿Pues a quién esperas? —Se ríe y entra. Es Marina, trae varias bolsas de mercado.
—A nadie, solo no pensé que vinieras hoy, ¿cómo estás?
Achica los ojos.
—Bien. Y por si no recuerdas, tú me dijiste que nos veríamos hoy. ¿Ya desayunaste?
—Sí... digo, no, comí a las tres de la mañana. —Aclaro mi garganta—. ¿Qué me trajiste?
—Traje todos los ingredientes para hacer entomatadas de queso, ¿se te antojan? También te compré unas barritas de fresa.
Mi estómago hace ruido y ella lo toma como afirmación.
—La tía Marina les va a hacer de comer, bebés —le habla a mi vientre y se va directo a la cocina. Sonrío.
Marina se pone manos a la obra, dorando las tortillas de maíz y yo le ayudo a picar lechuga. Prepara la salsa de tomate y después se pone a moler el queso. Cuando baña de salsa de tomate las tortillas y yo me pongo a envolver el queso con ellas, escucho la puerta abrirse.
—Ya volví. —La voz de Izan retumba en el pasillo y Marina me mira con los ojos bien abiertos.
—¿“Volví”? ¿Él acaba de decir “Volví”? —pregunta bajito y luego se escandaliza—. Perra, ya sé a quién esperabas. ¿Izan durmió aquí? ¿Contigo?
Yo la ignoro, fingiendo que estoy muy concentrada en envolver el queso.
—Estoy en la cocina —le respondo a Izan y pronto está con nosotras. Cuando entra y nota a Marina, parece sorprenderse por un segundo porque balbucea antes de saludarla, preguntándole cómo está.