Inmarcesible

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El trabajo de Will era, en muchos aspectos, desgastante. Estaba rodeado de gente que se regodeaba de sostener ideas machistas y una masculinidad frágil, desagradable y tóxica dentro y fuera del ambiente de trabajo. Claro, había más mujeres en el FBI ahora que en ningún otro momento de su historia como institución, pero eso significaba poco cuando la mayoría de los empleados y agentes eran hombres que creían que era su responsabilidad salvar al país de sus amenazas más grandes.

Will no era un buen ejemplo de masculinidad tradicional, si bien lograba distraer de ese hecho con su aspecto descuidado, su ropa utilitaria y su pasión por reparar motores y otros artefactos en la comodidad del garaje de su casa. Sin embargo era cuidadoso de ocultar otros aspectos, como su sensibilidad, su vulnerabilidad y especialmente su bisexualidad para poder moverse con libertad entre sus compañeros, destacando por su forma se resolver crímenes y no por su estilo de vida que ya era bastante castigado en líneas policiales tradicionales,ni que decir de un cuerpo elitista como era el FBI.

Luego estaba el hecho de que Will era parte de la división de homicidios, trataba con todo, desde casos fríos hasta asesinos en serie, crímenes de pasión y asesinos en masa. Nadie en su línea de trabajo estaba "bien" sin importar cuán funcionales parecieran en el exterior. Todos estaban mal de la cabeza, razón por la cual su seguro médico cubría terapia y medicamentos antipsicóticos y antidepresivos. Eran gajes del oficio, o eso se decía Will a sí mismo, en realidad le preocupa separar su mente de las atrocidades de su día a día.

Will no hablaba con su padre, su madre había muerto y no había tenido una relación romántica en años, además de rescatar perros y reconstruir lanchas para vender a pescadores locales, Will no tenía muchos pasatiempos ni distracciones. Ni siquiera tenía una cuenta de Netflix o una tarjeta de la biblioteca. Eso no significaba que Will estuviera solo.

Había una cosa más que Will Graham ocultaba. Si bien nadie le creería incluso si intentaba confesarla. Era algo increíble e imposible de probar, no había evidencia más allá de la palabra del mismo Will y no iba a arriesgarse a terminar en el hospital para locos criminales en Baltimore tratando de probarle al mundo que él, Will Graham, agente especial de investigación del FBI, estaba atado por un contrato mágico a un incubo de más de mil años llamado Hannibal.

—Deberías volver a casa Will, puedes terminar el papeleo por la mañana—Susurró Hannibal en su oído, Will se estremeció, su aliento cálido haciendo la piel de su cuello erizarse de forma incontrolable.

—Hannibal, déjame en paz.

El incubo sonrió, una sonrisa llena de dientes filosos y que destacaba en la oscuridad de la noche contra la luz débil de la lámpara del escritorio de Will. Hannibal era una criatura que Will jamás pensó encontrar atractiva, pero era claro que el demonio le conocía mejor que él mismo. Alto, con facciones cuadradas y elegantes, cabello cobrizo y un par de cuernos que nacían de su frente y se curveaban hacia la parte de trás de su cabeza, con ojos dorados, brillantes e inteligentes, cuando estaba vestido usaba trajes elegantes, de corte recto y de tres piezas, mientras que en la privacidad de la casa de Will prefería pasearse en completa desnudez, claramente orgulloso de los atributos que le dejaban en claro a Will que se trataba de un demonio sexual por sobre cualquier otra cosa.

Aquella elegante vestimenta que portaba a lo largo del día venía a petición de Will, Hannibal podría estar desnudo siempre, ya que nadie más que Will podía verlo, sin mencionar que su acercamiento al pudor difería mucho de él de un ser humano. Hannibal estaba a su lado siempre, cuando desayunaba, cuando se aseaba, cuando trabajaba o cuando conducía entre escenas del crímen, Hannibal siempre estaba ahí, susurrando en su oído, incitando al pecado. Will ya no era tan fácil de manipular, pero sospechaba que el reto era lo que mantenía a Hannibal interesado. Maldito enfermo.