Capítulo 1

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Las mayores victorias son aquellas que se celebran en silencio – dijo él. Ese fue mi último recuerdo antes de entender que se estaba despidiendo, me decía adiós, no le volvería a ver. No puedo creerme que ni en su lecho de muerte me brindara un gesto de cariño, un simple te quiero hija. Nada. Minutos más tarde aparecieron las enfermeras, tapando aquel cuerpo sin vida que se humedecía ante las lágrimas incesantes de mi madre en pena. Es ley de vida, siempre esa frase para intentar consolar a los demás y la verdad es que es una mierda. Se llevaron la camilla y acto seguido me marché a mi casa, encerrándome en el baño de mi habitación. Ahí estaba yo, llena de odio, de rencor, con los ojos cristalizados, no soportaba la mujer que veía en el reflejo, la ira me consumía y ese espejo fue testigo de lo podrida que estaba mi alma. Mi puño atravesó ese cristal que ahora se había multiplicado y convertido en réplicas más pequeñas de él. Las paredes escucharon aquel chillido lleno de frustración que acompañaba aquel golpe. Me dejé caer al suelo, que estaba bañado con la sangre fresca de ahora unos nudillos rotos y doloridos. La pena invadió mi cuerpo y desconsolada lloré, saqué aquel dolor que llevaba dentro, en mi cabeza solo podía pensar en los pocos momentos que pasamos juntos y en esa frase, esa maldita frase ¿qué quiso decirme con eso? Tras más de una hora encerrada en aquel baño, decidí lavarme la cara y salir de ahí. Me tumbé en mi cama mirando hacia el techo y sin darme cuenta, me quedé dormida del cansancio que llevaba encima de toda esta mierda de semana. A la mañana siguiente, un rayo de luz entró de una forma intrusa por esa ventana con la persiana medio bajada, provocando que mi sueño se viera interrumpido por aquel reflejo.

Me desperté, y nada más abrir los ojos, observé de forma desorientada un vestido negro colgado en el pomo de mi armario, en él se encontraba una nota que decía: Ciara, el velatorio es a las 19h, póntelo. Genial, no había sido un sueño. Me duché y me puse el vestido, y una vez ya en la iglesia me reuní con mi madre. No entendía por qué estaba tan destrozada, al fin y al cabo, al igual que yo, apenas le veía porque viajaba mucho por su trabajo. Dos horas y media fueron suficientes para darme cuenta que la mayoría de las personas allí presentes, no sabía quiénes eran y los otros pocos eran familiares lejanos con los que no hablaba desde hace años. Lo siento mucho, era un gran hombre No se merecía esto Ahora está en un lugar mejor y por supuesto Es ley de vida esas fueron las cuatro frases estrella que nos decían queriéndonos dar el pésame, y lo pesado realmente era tener que ver como una panda de desconocidos se acercaban a mi madre con algún tipo de interés económico estando el cuerpo de mi padre presente.

Las horas iban pasando y a mí ya me dolían las piernas de estar tanto tiempo de pie, fingiendo no sentirme rota por la muerte de un padre al que apenas conocía. Tal vez estaba siendo bastante fría y sin corazón ante los allegados, pero no podía dejar que vieran que realmente tuve cariño hacía él, un hombre que se la pasaba en su despacho la mayor parte del tiempo buscando un tesoro inexistente. Realmente estaba obsesionado, echaba horas y horas ahí dentro y cuando creía haber descubierto algo, sin decirnos ni adiós, se iba a saber dónde, pudiendo volver en días o incluso semanas. Hubo un tiempo que no fue así, recuerdo que cuando era pequeña, nos la pasábamos jugando en el jardín e incluso hacíamos acampadas allí, quedándonos hasta las altas horas de la madrugada observando el firmamento y sus constelaciones. Me encantaba la ilusión que ponía cuando me contaba esas fantásticas historias astrales y el significado. Mi favorita era sobre una gran batalla donde luchaban grandes ejércitos clasificados por los signos zodiacales, unidos por primera vez en la historia se enfrentaron con el ejército del Señor del Espacio y Tiempo para arrebatarle el corazón de Orión, un objeto el cual le otorgaba el poder del Cosmos, de poder crear y destruir a su antojo todo aquello que el Señor del Espacio quisiera. Mi padre siempre me contó que la batalla fue una traición por parte de los doce reinos hacia el Supremo y que a partir de esa batalla la paz dejó de prevalecer aquí en la Tierra, así es como los humanos fuimos castigados con la ambición y el odio, queriendo gobernarnos unos a otros, luchando entre hermanos por el poder y la arrogancia.

El corazón de OriónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora