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Esta vez, el viaje se me hizo mucho más largo. El coche se llenó de música y no hicieron falta palabras para rellenar el silencio, pero los dos nos dimos cuenta al instante de que este ahora era más pesado, más denso, de que contenía palabras que necesitaban ser pronunciadas pero no lo eran. Paramos dos veces durante el trayecto, una de ellas, para comer, y Alan se dio cuenta demasiado pronto de que me pasaba algo. No dejó de preguntarme durante todo el viaje, pero lo que menos me apetecía era hablar y no estaba de humor para contarle a Alan todo lo que me había dicho su madre. No tenía valor para hacerlo. Así que él, a la decimoséptima vez que me preguntó y no le contesté, lo dejó correr y paró de preguntarme, supongo que porque notó que no me encontraba bien y que no tenía ganas de hablar, cosa que agradecí.

Tuve mucho tiempo para pensar durante las seis horas que pasamos casi sin pronunciar palabra dentro del coche. Me di cuenta de que no me molestaba tanto como pensaba que la madre de Alan me odiara, sino que me dolieron mucho más las palabras que me dedicó en el último momento, y no por la persona que las había pronunciado, sino por su significado en sí. Es decir, ¿qué había hecho mal?, ¿en qué momento había sido yo egoísta?, ¿pasé de verdad dos semanas en una casa en la que no era bienvenida?, ¿por qué decía que no le hacía ningún bien a su hijo? Y luego, además, estaba el tono que había utilizado, porque podría no habérmela tomado enserio, ya que era la madre de mi novio y eso podría haber hecho que le cayera mal por naturaleza y que hubiera dicho todo eso en reacción a un extraño instinto de madre protectora sin que lo sintiera de verdad, pero en este caso no había sido así. Había usado un tono agresivo, feroz, poderoso; y su mirada desprendía una decisión y un desagrado tan grandes por estar hablando conmigo que me dio a entender que, no solo lo decía en serio, sino que además creía deducir que tenía alguna razón que yo desconocía para decirme todo eso, y, lo que es más importante, pensarlo de verdad. Porque ella lo hacía, ella me odiaba de verdad y no tenía ni idea de por qué.

Estuve dándole vueltas en mi cabeza todo el trayecto y no llegué a ninguna conclusión mínimamente verosímil. Estaba muy cansada mental y emocionalmente, así que nada más bajamos del coche, subí mi maleta al piso de Alan, seguida por él desde cerca, y fui directa a mi habitación para dormir un poco.

—¡Chicos, ya habéis llegado! —exclamó Alessandro con alegría cuando nos vio cruzando la puerta—. ¿Qué tal ha ido el viaje?, ¿todo bien?

No le contesté y pasé de largo por su lado camino a mi cuarto. Vi de reojo cómo fruncía el ceño antes de entrar a mi habitación y cerrar la puerta a mis espaldas, pero todavía podía escuchar sus voces a través de la fina pared.

—¿Qué le pasa? ¿Ya la has cagado con ella? ¡Joder, sí que os ha durado poco eso del amor! —le dijo Alessandro a Alan.

Silencio.

—No tengo ni la más mínima idea.

...

Escuché un ruido que me sacó del sueño profundo en el que me encontraba, y cuando vislumbré el rayo de luz directo a mis ojos adiviné que el sonido era una puerta abriéndose y que la persona que había entrado en la habitación no tardaría nada en despertarme del todo. Y no me equivocaba, pues a los dos segundos noté una mano en mi hombro que me sacudió suavemente y abrí los ojos para darle un puñetazo, pero entonces vi el rostro de Alan y se me quitaron las ganas de matar alguien.

—¿Qué hora es? —pregunté con la voz ronca para a continuación bostezar con fuerza.

—Las nueve y media. Siento haberte despertado, pero la cena está lista y quería saber si cenarías con nosotros.

Iba a decir que no me apetecía cuando escuché mis tripas rugir.

—Sí, claro, ahora voy.

Él me dedicó una sonrisa de boca cerrada y salió de la habitación. Yo me tomé unos minutos para despejarme y estirarme un poco después de la larga siesta que había hecho y salí al salón con los demás. La mesa ya estaba puesta y encima habían cuatro platos que olían de maravilla, acompañados por Alessandro, Leo y Alan. Todos sonrieron cuando me vieron.

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora