CAPÍTULO 20

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Elyan se encontraba en ese estado de hibernación. Su herida sanaba rápidamente, así que pronto despertaría.

Al principio creímos que los otros volvían con él y que tal vez estaban siguiendo sus pasos, pero no era así. Mis abuelos ordenaron a los chicos que fueran a buscarlos, pero no encontraron a nadie más. Lo cual dejaba muchas dudas en mi interior.


¿Qué había sucedido con ellos?
¿Mi Noah se encontraba bien?
¿Dónde estaban los demás?

Mis pensamientos se revolvían y no me dejaban pensar con claridad. Lo único que quedaba era esperar a que Elyan despertara y nos contara que había pasado.

Todos los días me dediqué a curar sus heridas, era lo único en lo que podía entretenerme y pasar el rato con mi hermano que estaba mal.

Para mi todo era perfecto. Esperaba con gran ilusión a que un día mi Noah volviera junto a los demás, esperaba impaciente a que Elyan despertara y esperaba que pronto todo volviera a la normalidad, pero debo decir que me adelanté a los hechos.

Elyan no despertaba, ya había pasado casi una semana y simplemente seguía durmiendo. Mi esperanza se perdía con cada día que pasaba y un día desapareció.

Esa mañana era radiante y espectacular, perfecta para salir y admirar el día. Me alisté y comencé la rutina, primero recorrí las cortinas y luego me dirigí a la ducha. Me miré al espejo para lavar mi cara y noté que la marca en mi cuello ya no estaba, había desaparecido y eso solo significaba una cosa, mi Noah ya no volvería, había muerto.

Busqué por todo mi cuello, estaba seguro que había cambiado de lugar. Mi Noah no podía estar muerto, yo aún lo sentía presente, pero a pesar de que busqué y busqué, no logré hallarla, ya no estaba.

—No— susurré, mientras que las lágrimas salían una tras otra —No mi Noah— me tomé del lavamanos y me senté en el suelo, lamentándome aquel trágico momento. —No, no, no ¡NO!— grité la última palabra, mi dolor se acumulaba dentro de mi.

Permanecí en el suelo, sufriendo mi dolor, llorándole a mi amado. Si tan solo hubiera impedido que él fuera a ese lugar, si tan solo lo hubiera retenido, si yo hubiera sabido que él resultaría herido yo no lo habría dejado ir. Si eso hubiera pasado él y yo ahora ya no estaríamos aquí.

Mi abuela entró a la habitación, había escuchado el ruido de mi llanto. —¿Qué pasa, Robin?

—La marca… desapareció— la miré triste, decaído y con el alma en los labios.

—¿Qué?— la frustración se formo en su cara. —Se suponía que nada de esto pasaría.

—El murió— susurré, con un gran nudo atorado en mi garganta.

—Ya— caminó hasta mí y me rodeó poniendo sus brazos —Tranquilo, todo estará bien— acaricio mi cabello, eso me tranquilizaba.

Me hundí en su pecho, su aroma era relajante. Desde que era pequeño, cuando me ponía triste, mi abuela siempre me consolaba de esta manera, pero mi abuelo siempre decía que solo me maleducaba.
La resignación era lo que me quedaba. Tenía que dejar ir a mi Noah. No iba a ser fácil hacerlo, pero tenía que hacerlo.


(…)


Pronto el invierno se fue y dio paso a la primavera. La luna llena llegó, pero los sabios que se supone iban a venir jamás llegaron. Se rehusaban a hacer la alianza.

Elyan ni siquiera había abierto los ojos aún y las posibilidades de que despertara estaban lejos de la realidad. Su herida había sanado ya, pero no había señal de que su hibernación terminara.

—Despierta pronto, hermano— supliqué. Ya había perdido a mi Noah y a mi hermana Adel, no estaba dispuesto a perder a mi hermano también.

Me giré y salí de la habitación. Me había pasado los últimos tres meses al lado de él, hablándole siempre que podía hacerlo y también haciéndole compañía.

Por otra parte, después de casi dos meses que me había dejado, ya casi me resignaba a la muerte de mi Noah. Trataba de entender que no lo vería de nuevo y, gracias a mi abuela, entendí que tenía que ser fuerte por nuestro cachorro, el cual nacería pronto.

Mi cachorro era lo más importante para mi y no me importaba que él fuera algo importante para los sabios. La abuela dijo que cuando mi hijo naciera sería un ser amado por todos y que no importaría su rango, aunque eso último lo dudaba, si mi hijo era omega sería un rechazado y todos lo tratarían como alguien inferior.

Mi vientre había crecido mucho, mi bebé nacería sano y fuerte. Yo lo sabía, porque él crecía dentro de mi. Yo sentía como se movía dentro de mi vientre, sabía cuando estaba feliz o cuando necesitaba que le hablara.

Entonces los días se volvieron semanas y con ellas, paso un mes más, en el que mi hermano no despertaba. También los dolores de parto comenzaron, mi cachorro estaba por nacer, pero mi Noah no estaba aquí para que su hijo o hija pudiera conocerlo.

—Tienes que hacer esfuerzo— dijo mi abuela, ayudándome a parir.

El dolor se intensificaba, así que pronto perdí el conocimiento, mi parto no fue normal, se complicó, así que mi abuela optó por hacer una abertura en mi estómago para que mi hijo naciera sano y salvo.

Cuando desperté mis recién nacidas estaban en su cuna, al lado de la cama en la que yo me encontraba. Sonreí mientras miraba como dormían tranquilamente.
Elyan entró a la habitación, así que la emoción se reflejó en mi rostro —Hola— lo saludé alegre. —Me alegra verte bien, al fin.

Él sonrió y caminó hasta donde me encontraba —Finalmente me convertí en tío— se sentó en la silla que estaba al lado de la ventana —Creo que ese alfa dejó algo bueno después de todo— miró hacia la cuna. —¿Cómo vas a llamarlas?

—Aún no lo sé— sonreí —Podemos buscar el nombre en otro momento.

—Tu abuela me dijo que tú marca desapareció, lo cual significa que Noah murió.

—Si, prefiero no hablar de eso ahora.
El solo recordarlo me dolía hasta el alma. El solo pensar en él me hacía sentir mal. Quería tenerlo de vuelta, quería que la diosa luna me lo devolviera.

Alfa y Omega   [EDITADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora