Bertram Kastner - 8

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   Tras aceptar la invitación de Garet de permanecer refugiado en aquellas dependencias, dieron por terminada la reunión y abandonaron el despacho. Erika fue la encargada de guiar a Bertram hasta un pasillo que, de forma similar a un hotel, disponía de numerosas puertas a cada lado. Después de abrir una de ellas con la llave que sacó de su bolsillo, instó al forastero a que accediera al interior.


   La estancia resultó ser algo más que una simple habitación. Se podría decir que era un pequeño apartamento donde cualquier persona podría alojarse cómodamente durante una buena temporada. Disponía de un recibidor y sala de estar, amueblado con una mesita rodeada por dos butacas y un sofá. En una de las esquinas había un escritorio junto a una estantería vacía. Detrás de la puerta de entrada se podía encontrar un perchero, en el que Bertram dejó descansar su abrigo. Aprovechó para apoyar su maleta de viaje junto a la pared de al lado.


   Una vez que terminó de echar un vistazo, se interesó por el resto de habitaciones del alojamiento. Al final de un pequeño pasillo estaba el dormitorio, con una decoración propia de principios del siglo XX. Destacaban la robusta cama en el centro, una gigantesca cómoda y un armario con varias puertas. Todo el suelo estaba cubierto por una alfombra de tonos rojizos, similares a las gruesas cortinas que había en una de las paredes. Bertram confirmó que tras la tela no había ventana alguna, al igual que en el resto del apartamento. Al lado del dormitorio había una puerta que llevaba a un cuarto de aseo, con bañera y grifería de época, así como un lavabo con una gran repisa de mármol.


   De camino a la primera salita, Erika le esperaba en lo que parecía una pequeña cocina compuesta por un fregador, una pequeña nevera y un armario con jarras de cristal. Al abrir el refrigerador y comprobar que estaba vacío, se mostró algo contrariada.

– Lo siento, pediré que te traigan algo de alimento. – se excusó Erika.

– ¿Comida? – preguntó Bertram extrañado al creer que no podía comer nada sólido.



   Desde que fue convertido en vampiro, la sensación de hambre se había esfumado y no había tenido necesidad de probar bocado alguno. En cambio, sí que había sentido una sensación similar a la sed. Aunque ésta tenía la peculiaridad de venir acompañada de un dolor áspero y punzante en la garganta cuando la necesidad de saciarla era extrema. Recordó que las dos veces en las que había intentado calmarla bebiendo sangre humana no le habían ido demasiado bien.

– No me refería al tipo de alimento que consumías cuando eras mortal. – respondió Erika riéndose. – Hablaba de bolsas de sangre.

– ¿Como las de los hospitales? – se interesó Bertram ante la posibilidad de obtener el preciado fluido sin herir a nadie.

– No. Como, no. Es que son las bolsas de los hospitales. – contestó Erika con una sonrisa pícara. – De hecho, estamos junto a uno. Tenemos una vía de acceso directo por los subterráneos.

– ¿Robáis las reservas de sangre que la gente ha donado? – cuestionó Bertram indignado. – ¡Son para salvar la vida de la gente!

– No, no las robamos. Tenemos un acuerdo con los dirigentes del hospital para abastecernos con algunas unidades de las donaciones. – aclaró Erika con un semblante más serio. – Además, también nos entregan sangre de gente que acaba de morir. Mejor que sea para nosotros antes que echarse a perder en una caja de pino, ¿verdad?

– ¿Y así no estáis desvelando nuestra existencia a los responsables y trabajadores del hospital? – continuó preguntando Bertram. – ¿Qué ganan ellos en esto?


   Erika soltó una carcajada seca ante el desconocimiento del novato.

– Los vampiros controlamos los hospitales, la policía, los ayuntamientos... – le desveló Erika. – Aunque la mayoría de los dirigentes son mortales, son tan adictos a nuestra sangre y a todos sus beneficios, que nos hacen una serie de favores bajo el más absoluto secretismo.

Bertram Kastner: El Origen OlvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora