Andreas no sabía qué hacía allí, no debía haber ido. Por más que intentara hacerse creer la idea de que solo sería amigo de Leslie, muy en su interior sabía que no podría. Lo que sentía por ella era tan fuerte que nublaba toda pizca de raciocinio.
Sus manos sudaban y su boca estaba seca, hace mucho tiempo que los nervios no lo dominaban de esa manera. Para él, era sorprendente la capacidad que tenía esa mujer para convertirlo en un adolescente encaprichado con sólo un mensaje.
Pero más sorprendente era que, a pesar de que sabía que lo que hacía estaba mal, la culpa cada vez era menos perceptible en su interior. Estaba embriagado por todas las emociones que Leslie le despertaba, emociones que ni la misma Lucilia jamás le hizo sentir.
—Io sono un idiota* —masculló, despeinándose el cabello. Hace más de diez minutos que esperaba frente la puerta del edificio intentando tomar valor para entrar. Se suponía que estuviera trabajando, de hecho, eso era lo que su novia creía. La verdad era que se había tomado unas horas libres para visitar a Leslie.
Llevaban una semana de recuperar el contacto, y ambos tenían muchos deseos de volver a verse, tal vez tomar un café. Leslie le había comentado que no se había sentido muy bien desde hace un tiempo, así que, sin pensarlo se ofreció a visitarla o hacerle compañía mientras Amanda no estaba, con la intención de que no estuviera sola en momentos de necesidad.
Costó un poco que aceptara, no quería que la viera en sus peores momentos, sin embargo, al final lo hizo y allí estaba, frente al edificio mordiéndose el labio inferior. «Al diavolo» pensó exasperado mientras entraba sin arrepentimientos; en la recepción, un guardia detuvo su paso apresurado con amabilidad, era un señor de mediana edad y cabello tan blanco como la nieve.
—Disculpe, ¿viene a visitar a algún residente?
—Si, lo siento, voy al apartamento de Amanda Santiago —murmuró, sintiendo como se escapaba el poco valor que había tomado.
—De acuerdo, debo confirmar con ella, ¿su nombre es?
—Andreas Barbieri —el guardia sonrió y se dirigió al intercomunicador empotrado en la pared a sus espaldas, esperó un rato que alguien le contestara, sin embargo, los segundos se convirtieron en minutos y todavía no hubo respuesta.
—Disculpe, creo que la señorita Santiago no ha llegado a casa, la vi salir hace algunas horas ahora que recuerdo...
—Eh, si, vengo a ver a su amiga, ¿Leslie Caín? —el guardia hizo un gesto, identificando a la chica en sus recuerdos.
—Ya, si, ¿una chiquilla castaña de ojos grandes? Debería estar en casa, solo la he visto salir dos veces desde que llegó al edificio... —volvió a marcar en el intercomunicador de nuevo, la espera se hizo larga y no consiguió respuesta—. Lo siento, no parece haber nadie y no puedo dejarlo pasar si no me confirman —dijo encogiéndose de hombros.
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El ocaso entre nosotros.
RomanceLeslie es una artista en auge que adora su libertad e independencia. Su mayor defecto es que cuando ama lo hace con tanta intensidad que no se da cuenta que a veces el amor también puede ser peligroso. Andreas es un doctor que sueña con formar una...