De regreso a Sitges me quedé pensando en toda la sesión con Lucía. Por mucho miedo que tuviera de volver a llevar una vida sexual activa, era consciente de que no podía vivir con miedo. Tenía que afrontar ese temor y superarlo.
Por mí misma.
Sentí el calor subiéndome por las mejillas solo de pensar en la idea de quedarme recostada en cama, o en la ducha, abierta de piernas, mientras mis dedos se deslizaban...
Negué con la cabeza. No podía pensar en eso ahora, en pleno vagón del tren.
En su lugar, pensé en otra cosa que no podía sacarme de la cabeza: Silas. Aún recordaba la ultima vez que habíamos hablado, dentro de la tienda medio cerrada, a oscuras, donde ambos nos habíamos confesado secretos del otro y me había sentido... bien.
Luego el resto de la semana, las cosas habían seguido su curso normal, como si aquel momento no hubiera ocurrido. Silas se dedicaba a picarme desde la ferretería, haciéndome muecas y viniendo a molestarme en mi descanso para insistir en que vaya a almorzar con él. Incluso había entrado de la manera más inoportuna cuando las dueñas del local habían venido a ver cómo se encontraba la tienda para el inicio de la temporada de verano.
—¿Este es todo el género nuevo que te llegó del almacén? —había preguntado una de las jefas, mirando la sección de la entrada, donde estaba todo el catálogo nuevo de imanes y souvenirs, la ropa nueva también estaba expuesta y me había dejado la vida en dejar todo perfectamente ordenado.
—Sí, es todo y me encargué de dejarlo etiquetado y expuesto.
Me había tardado todo el día en hacerlo, hasta había sacrificado mis horas de descanso.
La segunda jefa estaba paseando su mirada por el resto de la tienda, mirando la ropa, la sección de bikinis, observando que todo estuviera bien, pero como no encontró ningún error y ellas siempre debían encontrar uno, me miró a mí. Una mirada calculadora de arriba abajo antes de arquear ambas cejas, como juzgando mi imagen.
—¿No había otro color dentro de tu armario? —preguntó de manera acusadora mientras seguía mirando mi atuendo.
Resistí el impulso de poner los ojos en blanco. La ropa oscura me gustaba, me hacía sentir bien conmigo misma, era de las pocas cosas que no habían cambiado. Mi estilo. Aquel día iba toda de negro, una falda negra de estilo estudiantil con dibujos de crucifijos en el dobladillo, acompañado de unas medias negras a rayas junto con unas botas del mismo color al estilo militar, todo eso acompañado de un top ajustado de negro, que decoraba con un collar de cuero con un aro metálico en el medio.
Estuve a punto de hablar para decirle que no se metiera con mi estilo porque la empresa en ningún momento exigía control de vestimenta para trabajar, pero entonces Silas había entrado a la tienda como si fuera su casa.
—Mi gótica gruñona preferida —había dicho a los cuatro vientos captando la atención de las dos mujeres que con solo una palabra podían haberme dejado de patitas en la calle —. Vi el reloj y me sorprende que no hayas cerrado. Ya han pasado veinte minutos desde tu hora del cierre y quería ver si esta vez lograba convencerte para ir a almorzar
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El día que aprendí a amarme
Teen FictionAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...