Único.

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La situación en Hogwarts era notablemente no la mejor de todas en ese momento. Quizás empezó a decaer antes de que lo que creían, quizás la oscuridad estaba robándose todo a su alrededor más rápido de lo que les gustaría, quizás la agonía ocupó sus almas sin darse cuenta y viven con eso día a día.

Había tensión, había miedo, aún si la mayoría quería actuar como si no.

Luego de lo sucedido en el cuarto año de Harry y de allí en adelante, con el regreso de el que no debe ser nombrado, todo se tornó diferente, como si una manada de dementores hubiera arrasado con todos los estudiantes, robándoles esa juvenil alegría. Eran raros los momentos de paz en el castillo cuando la muchedumbre estaba despierta yendo de un lado a otro, de una clase a otra, de un punto de encuentro a otro, hablando con una persona y otra.

La noche era la única pacífica entre todos los momentos del día, cada mente humana dormitando en sus alcobas, el viento algunas noches silbando por los pasillos ante el silencio, los grillos escuchándose a la distancia, tan sólo tranquilidad, la tan anhelada tranquilidad que generalmente era tan complicada de alcanzar, especialmente para cierto dúo que la noche únicamente le traía pesadillas y llantos hasta la madrugada.

No tenían otro lugar para refugiarse mas que los brazos del otro, brazos que se sostenían mutuamente con entendimiento, brazos heridos pero gentiles, en búsqueda de la comodidad en el silencio.
Silencio que si aún más de una vez alguno quiso romper, no se veían en la capacidad de hacerlo; como si algo los echara para atrás, como si el miedo, la desconfianza, el dolor fuera más fuerte y más grandes que ellos.

Por lo que, debían contenerse, contener todas esas verdades, esas profecías, esas revelaciones que nacían desde el fondo de sus sistemas, y quedarse en ese silencio que se formaba luego de miradas que de algún modo decían más que cualquier otra frase que pudieran pensar, quedarse abrazados en algún rincón del castillo hasta que saliera el sol porque era el único momento donde podían estar en paz que y deseaban fuera eterno, sin nada atormentándolos, persiguiéndolos. O al menos así era la mayoría de sus encuentros.

Se abrazaban, se daban calor, seguridad, mientras se mantenían recostados en esa cama que ya era usual encontrar cuando entraban en la Sala de los Menesteres, sabían que estando allí estarían bien, al menos por un breve instante. Todavía recuerdan cuando esa misma fue destruida por Dolores Umbridge en quinto año con ayuda de la Brigada Inquisitorial, y aún si Draco en su momento se sintió orgulloso de sus acciones, la culpa no tardó mucho en llegarle, dejándolo por lo bajo por un tiempo, peor cuando Harry se negaba siquiera a dirigirle la mirada por lo traicionado que se sintió, y con razón.

Una voz muy atrás de su cabeza no lograba entender cómo fue que lo perdonó, tal vez el otro era más ingenuo o bueno de corazón de lo que pensaba.

Si era honesto, el ajeno era muchas más cosas de las que él pensaba. Se daba cuenta de esto en momentos como esos, ambos recostados en la usual cama en la Sala de los Menesteres con el calor de una chimenea a unos pasos de ellos, y los pensamientos del gryffindor eran demasiado ruidosos.

ㅡEstás pensando muy alto ㅡgruñó suavemente, abriendo apenas sus ojos y por lo tanto provocando que las caricias en su rubio cabello cesaran por un segundo.

Verde y gris se conectaron como fulgurantes estrellas en el cielo al armar una constelación, ninguno apartándose del otro, una conexión tan profunda y tan fuerte que tomaría fuerzas mayores para cortarla para siempre.

Un suspiro. Quizás cansado, quizás estresado, quizás ansiado, quizás muchas cosas que ahora el slytherin no se veía con la capacidad de descifrar.

ㅡTenemos que- ㅡHarry se cortó a media frase para carraspearㅡ. Tengo que hablarte de algo, Draco.

One Last KissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora