Parte I

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Este es un pequeño regalito a todas esas personas que me colaboraron con cafecitos, no saben lo mucho que me ayudaron. Estoy pasando por una mala situación económica y escribir es lo único que está a mi alcance, así que si estás en la posibilidad de ayudarme, voy agradecer enormemente tu colaboración.

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¡Espero que disfruten la lectura!


Desconoció el cielo sobre su corona. Un extraño púrpura teñía las nubes. El sol salía por el oeste y el tiempo parecía detenido en un eterno atardecer con aires invernales. Preocupado, dio algunos pasos por una calle sin salida de un lugar que apenas reconocía. Llamó a su madre, pero no escuchó respuesta. Llamó a su padre, pero tampoco respondió a su solicitud. Finalmente, gritó los nombres de sus hermanos, pero ninguno estaba cerca. ¿Estaba solo? ¿Pero en dónde? ¿Habría alguien conocido cerca?

Siguió caminando y el silencio era tal, que semejaba agujas que lentamente se clavaban sobre cada uno sus nervios. Los vellos de su cuerpo se erizaron y jugó ansioso con sus dedos mientras seguía dando pasos en ese callejón sin retorno. Finalmente, algo le fue reconocible, el porsche de su casa familiar en Pujato. Corrió hacia ella como si una bestia hambrienta estuviera siguiendo sus pasos. Desesperado, empujó la puerta de rejas negra para ingresar en el que debía ser su hogar.

Nuevamente, invocó todo nombre que poseían sus parientes, pero ni siquiera un eco respondió a sus llamados. Frustrado, optó por encerrarse en su cuarto y esperar hasta que alguien se hiciera presente en su morada. Cerró la puerta con fuerza y se tiró en su cama con desánimo. Se sentía abandonado, pero también tenía la sensación de ser un intruso, de estar hallando una propiedad ajena. Volvió a observar su alrededor, pero se convenció a sí mismo de que aquello era una locura, estaba en su casa, solo él podía tener los póster de cada jugador del mundial del 86 ordenado de menor a mayor en la pared izquierda de su cuarto.

Cuando por fin se sintió algo más aliviado, un extraño peso presionó su pecho. Bajó su mirada y se encontró con una mata de pelos castaños. Asustado trató de apartarse unos cuantos centímetros, pero la cosa alzó su rostro y reconoció a su amigo y compañero, Pablo Aimar. "¿Qué haces?" Inquirió al ver cómo el muchacho se sentaba sobre su pelvis para luego quitarse su camiseta alternativa de su equipo local. Scaloni sintió escalofríos al verlo con su torso desnudo, al ver expuesta esa piel casi transparente sin imperfecciones que tanto presumía cada vez que hacía un gol. Pero se volvió especialmente loco cuando, el cordobés, arqueó su espalda y se echó ligeramente hacia atrás apoyando sus manos en sus rodillas para refregar su parte trasera contra su bulto. "¡Basta, boludo, qué mierda estás haciendo!", exclamó más sobresaltado que antes, pero su voz casi se perdía en una extraña atmósfera contenida en su cuarto, un eco le devolvía sus palabras casi a modo de broma.

A Pablo no pareció importarle el miedo y la ansiedad que expresaba la voz del santafecino, al contrario, parecía disfrutarlo. Sus manos se colaron por debajo de la camisa de su amigo, y recorrieron su marcado abdomen mientras se mordía el labio inferior, todo su rostro expresaba una lujuria desmedida de la que Scaloni caería preso de no detenerlo a tiempo. "No, no, no, para, pibe, vamos a terminar mal", advirtió tapándose la cara con ambas manos, si continuaba viendo aquella erótica escena, no respondería por sus actos. El centrocampista de River lo obligó a destaparse para que viera con lujo de detalle como se quitaba el pantalón para quedar con tan solo un boxer negro. Sin aún pronunciar palabra alguna, volvió a sentarse sobre su pelvis, aunque esta vez echado levemente hacia adelante para rozar su propio bulto con el bulto ajeno que era cada vez más grande. Los vaqueros comenzaban a doler.

Cuatro para uno (Scaimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora