Maldita escuela: Parte 2
El juego comenzó, pero mi equipo era nulo: Se dejaban quitar el balón fácilmente, la defensa no estaba presente y me dejaban solo. Una lluvia de meteoritos de nuestro lado. Una vez, dos veces, tres veces y paré de contar. Mi grupo solo observaba cuando todos venían hacia mí. Tenía que soportar los proyectiles. Adolorido y con un marcaje de 12 a cero. No entendía porque mis compañeros se reían y no hacían nada.
Pronto uno de los impactos fue directo a mi cara. Un pitazo resonó en mi cabeza. Sangraba por la nariz —¡Ya listo, Carlos a la banca! —gritó el profesor. Todos muriendo de la risa. —¡Anda a lavarte la cara!
Estando en el baño escuchaba a unos de los espectadores del partido. —¿Viste cómo le partieron la cara al mariquita? —preguntó una chica. —Lorenzo y Mariano se pasaron con Carlitos, lo pusieron a propósito para acribillarlo, pobrecito —respondió Luisa. Reconocí su voz. —Eso le pasa por marica. Demasiado cómico, se le partían las manos cada vez que tenía que parar la pelota —habló la desconocida. —No está bien eso, no estoy de acuerdo —replicó Luisa molesta. Tuve miedo de que ella no estuviese de mi lado.
Decepcionado, comprendí las intenciones de mis ídolos. Querían ridiculizarme aún más. —Carlos, ¿todo bien? —Me sorprendió el profesor. —Si, si, todo bien —le respondí con mi voz congoja. —¿Tu nariz? —me preguntó él. Aporreado por dentro y por fuera, había olvidado limpiarme. Solo poner el dedo en el tabique dolía. Al mirarme al espejo, mi nariz estaba inflamada junto con mi labio superior. Finalmente, el Lorenzo que tanto practiqué, nunca apareció y si lo hizo, el verdadero Lorenzo lo opacó.
Regresar a la casa no era mi más grande ilusión en ese momento. —«Si mi mamá me ve así le va a dar un patatús» reflexionaba que iba a decirle para que no se angustiara. Iba a ser difícil, pero por lo menos, si tenía hematomas no iban a ser tan visibles.
Al llegar, fui directo al cuarto sin que me viese. Mi mamá fue a verme, pero había cerrado con seguro. —¿Carlos, todo bien? —me preguntó tocando a la puerta. Sabía que no iba a poder retener, por lo tanto, abrí y me lancé en sus brazos. Expliqué todo lo que había pasado sin derramar una lagrima; no quería crear más drama.
Al día siguiente, mi mamá me acompañó hasta la puerta de la escuela. La mayor parte del tiempo, yo caminaba desde la parada de bus. —Ya era un niño grande, un varón —decía para que me dejara hacerlo. Entre tanto, ella esperaba que cruzara desde la distancia o tomaba el bus de regreso o simplemente iba a trabajar al hospital.
—Señor Durán, Señor Durán —vociferó mi mamá agitada al ver a un hombre pasar por la puerta. Era el director de la escuela. —Papi vaya a clases, tengo que hablar con el director—Su mirada estaba llena de ira.
Dejé que ella se fuese para luego seguirlos. Quería saber de qué iban a hablar, sobre todo, qué le iban a contestar. La dirección se encontraba al fondo de la escuela: Específicamente, al lado del salón de primer grado. Del otro lado de la pared se podía escuchar cuando hablaban fuerte. Me escabullí hasta el pasillo de los muros azules. Me senté en el banco de cemento pegado al muro que separaba la secretaria del portón de salida.
Mi mamá los destruyó. Nunca había escuchado a Carmen hablar en ese tono y de esa manera. Estaba admirativo de la fuerza que mi mamá podía mostrar. No creía que fuese a defenderme así. No tenía idea de las consecuencias de ello.
—¡Martínez! —me hizo sobresaltar la voz chillona del maestro de deportes. —¿Es por ti que el director me está llamando? —me preguntó alterado. Mis ojos parecían dos huevos fritos. El viejo me señaló con su índice y entró. No necesitaba hablar para comprender lo que eso quería decir: —Me la vas a pagar.
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Matarme para no suicidarme
RandomCarlos ha sufrido el acoso, el maltrato y el rechazo desde su niñez. Ser pobre, negro y gay en una sociedad clasista, racista y homófoba no ha sido de ayuda. Lo que más desea: Ser aceptado, amado y respetado. Lo que en realidad necesita: Aceptarse...