—¿Tienes Instagram, gótica preciosa? —preguntó Silas apoyando un brazo del mostrador de mi trabajo.
Puse los ojos en blanco y resoplé mientras yo también apoyaba mis brazos del otro lado del mostrador.
—Hoy en día ya no se pide el número —me quejé en tono sarcástico —, pero sí, tengo Instagram, como más de la mitad de la población de este país.
Silas se encogió de hombros y me miró con expresión divertida. La intensidad de su mirada hizo que mi pecho se encogiera porque, dios, era guapísimo. Traté de no fijarme en la forma en la que se tensaban los músculos de sus brazos, en la manera en la que su torso se apretaba contra su camiseta del mismo color de sus ojos, en como las venas se le marcaban en esa posición y en como su dragón cobraba vida a través de su piel.
Tragué saliva.
—Para hablar prefiero hacerlo en persona —dijo Silas, haciendo que desviara mi atención hacia su rostro —, en cambio en Instagram...
—¿Puedes hacer cochinadas mientras miras una foto mía? —repliqué poniéndome de brazos cruzados.
Una sonrisa maliciosa asomó sus labios, mientras en un abrir y cerrar de ojos, rodeaba el espacio del mostrador y me acorralaba contra la puerta del almacén. Sus manos se pusieron a cada lado de mí. Su rostro se acercó tanto al mío, que todo su aroma me inundó por completo y casi podía sentir el roce de sus labios.
—Ay, preciosa, no necesito una foto tuya para querer hacer cosas sucias.
Un calor me recorrió las mejillas a la vez que sentía el corazón latiéndome con rapidez.
—Y tú la del espacio personal no te la conoces, ¿verdad?
Que Silas conservara su sonrisa solo me sacó más de quicio.
—No te veo quejándote.
Me sonrojé con más fuerza.
—Pues lo estoy haciendo ahora. —Aunque no quería que se alejara.
Él se rio y negó con la cabeza, pero aún así, cumplió mi petición y se alejó, volviendo a su posición inicial, enfrente del mostrador con los brazos apoyados.
Traté de ignorar la sensación de decepción que sentí en el pecho ante la ausencia de su cercanía.
—Muy bien, ¿me darás tu Instagram? Si me lo das, prometo que te dejaré stalkearme, y te recrearé en vivo la foto que más te guste. —Me guiñó uno de esos ojos azules.
Enarqué una ceja.
—¿Y yo para que quiero que me recrees una foto tuya? Serás engreído —resoplé.
—Ay, pequeña gruñona, tal vez no la quieras ahora, pero la querrás. O tal vez si la quieres, pero no me lo quieres reconocer.
Debía admitir que me daba un poco de curiosidad saber cómo era el Instagram de un chico como Silas, pero eso jamás se lo iba a admitir a él.
—Está bien —accedí anotándole mi nombre de usuario en uno de los sobres pequeños de la tienda —, pero no creo que encuentres fotos muy interesantes, hace tiempo que dejé de usar la aplicación para subir fotos.
Silas tomó la nota a la vez que me miraba con curiosidad.
—¿Por qué, prefieres ser la que mira y no a la que miran? —preguntó en tono divertido y ambas cejas arqueadas.
Forcé una sonrisa, pero la verdad es que el motivo por el que había dejado de postear cosas se reducía al motivo de todos mis problemas: Jonatan. Cada vez que subía una historia o publicación, Jonatan me acosaba, me mandaba tantos mensajes, videos de él tocándose mientras veía lo que posteaba. Daba igual cuantas veces lo bloqueara, siempre lograba crearse una nueva cuenta y volver a lo mismo. Así que había decidido dejar de publicar cosas por ahí.
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El día que aprendí a amarme
Teen FictionAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...