El sol comenzaba a caer sobre el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas, mientras las luces de la plaza central se encendían una a una. El aire de aquella tarde de otoño tenía ese fresco característico, pero no lo suficiente como para ahuyentar a la gente del lugar. Las familias paseaban, las parejas reían y algunos niños corrían tras una pelota, mientras el viento jugueteaba con las hojas secas que habían caído de los árboles.
Viviana, de 17 años, caminaba lentamente entre los bancos de la plaza. Siempre encontraba un tipo de calma en ese lugar, algo especial que la hacía sentir en casa. Cada rincón de esa plaza le traía recuerdos: las tardes que pasaba leyendo bajo el gran árbol del centro, las veces que sus amigos y ella se reunían después de clases para hablar sobre sus sueños o las veces que, simplemente, se sentaba en silencio, observando a las personas pasar.
Aquel día, sin embargo, algo en el aire parecía diferente. Se había detenido frente a una de las fuentes, absorta en sus pensamientos, cuando un golpe leve la sacó de su ensoñación. Una pelota había rodado hasta sus pies, y cuando se agachó para recogerla, una voz suave pero firme le habló.
—Perdón, ¿puedo? —dijo un chico, señalando la pelota.
Viviana levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de un joven de cabello oscuro, algo despeinado por el viento, y una expresión entre tímida y relajada. Era alto y tenía una sonrisa que parecía dibujarse sin esfuerzo, como si fuera natural en él.
—Claro, toma —respondió, entregándole la pelota.
Él la recibió, agradeciendo con una pequeña inclinación de cabeza, pero en lugar de irse, se quedó un segundo más, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para decir algo más. Entonces, el chico extendió la mano, un gesto sencillo pero inesperado.
—Soy Sael —dijo, con esa misma sonrisa amable.
Viviana lo miró por un instante, sorprendida por la naturalidad con la que él había decidido presentarse. Pero su sorpresa no duró mucho. Ella era una persona segura, y el gesto le pareció simpático.
—Viviana —respondió, tomando su mano con una sonrisa propia.
Sael soltó una risa suave, como si algo lo hubiera hecho gracia.
—¿De qué te ríes? —preguntó ella, divertida.
—Es solo que... —dudó un segundo—. Tenía que venir a esta plaza hoy por una razón, y no pensé que conocería a alguien tan... —hizo una pausa, buscando la palabra correcta—. Interesante.
Viviana arqueó una ceja, pero no pudo evitar reírse. Había algo en la forma en la que Sael hablaba, en su sinceridad, que hacía que fuera fácil estar a su lado. No parecía tener esa intención típica de muchos chicos de su edad, esa de impresionar. Simplemente era él mismo.
—¿Interesante? —repitió ella, cruzándose de brazos, divertida—. ¿Y qué es lo que te parece tan interesante?
—Bueno, para empezar, te gusta la plaza, ¿no? —dijo, mirando a su alrededor—. Se nota que vienes seguido.
Viviana asintió, un poco sorprendida.
—Sí, desde siempre. Es mi lugar favorito.
—Lo imaginé —contestó Sael—. Yo no soy de aquí, pero hoy vine porque me hablaron de esta plaza. Quería conocerla por mí mismo.
—¿No eres de aquí? —preguntó Viviana, ahora más curiosa—. ¿Y de dónde vienes?
—Vine de una ciudad más al norte, pero me estoy quedando un tiempo aquí con mi tía. Quería tomar un respiro del caos de la ciudad grande, ya sabes. Y me dijeron que este pueblo era perfecto para eso.
Viviana asintió. Había algo en la forma en la que Sael hablaba, como si fuera alguien que también estaba buscando algo más que solo un cambio de paisaje. A veces, ella misma sentía que ese pueblo, tan pequeño y tranquilo, podía volverse sofocante. Sin embargo, escuchar a alguien que encontraba belleza en su hogar la hizo sentir una nueva apreciación por lo que tenía alrededor.
—Y, ¿qué te ha parecido? —preguntó ella, señalando la plaza con un gesto amplio.
Sael se encogió de hombros, pero con una sonrisa genuina.
—Me gusta. Es más pequeño de lo que imaginaba, pero tiene... algo especial. Supongo que esa es la palabra.
El silencio cayó entre ellos por un momento, pero no fue incómodo. Ambos se quedaron observando cómo el sol desaparecía por completo, y la plaza comenzaba a iluminarse con las farolas que titilaban, llenando de luz dorada el lugar. Sael miró hacia el gran árbol en el centro de la plaza, donde Viviana solía leer, y señaló con la cabeza hacia él.
—¿Te importa si nos sentamos allí? —preguntó—. A veces me gusta ver a la gente pasar.
Ella asintió y juntos caminaron hacia el árbol. Cuando se sentaron en el césped, Viviana se dio cuenta de que había algo en ese momento que hacía que todo pareciera más fácil de lo que había esperado. No era común que un desconocido la hiciera sentir tan cómoda en tan poco tiempo.
—Entonces, Sael, cuéntame —dijo finalmente, volviendo a mirarlo—, ¿cuánto tiempo piensas quedarte por aquí?
Él suspiró, mirando hacia el cielo estrellado que comenzaba a asomarse.
—No lo sé. No tengo un plan claro, solo... quiero ver qué pasa. Creo que a veces uno necesita un descanso de todo, y este lugar parece ser lo que necesito.
Viviana asintió, comprendiendo. Ella también había sentido esa necesidad alguna vez. Aunque vivía en ese pueblo toda su vida, había momentos en los que el deseo de escapar la invadía. Pero ahora, al escuchar las palabras de Sael, se dio cuenta de que tal vez no era necesario escapar para encontrar lo que uno estaba buscando. Quizás, como Sael, lo que uno necesitaba era simplemente una nueva perspectiva.
—Bueno, si decides quedarte, podría mostrarte algunos de mis lugares favoritos —dijo ella, sin saber muy bien por qué lo decía, pero sintiendo que quería pasar más tiempo con él.
—Me encantaría —respondió Sael, y su sonrisa, otra vez, apareció con naturalidad—. ¿Mañana?
Viviana sonrió, un poco sorprendida por su propuesta directa.
—Mañana suena perfecto.
Y así, sin darse cuenta, algo en el aire cambió. La plaza, que siempre había sido su refugio personal, ahora se sentía más viva, más llena de posibilidades. Sael, con su calma y su curiosidad, había traído una nueva energía a su mundo. Y mientras caminaban de regreso hacia la salida, Viviana supo, en lo más profundo de su corazón, que ese encuentro casual era solo el comienzo de algo mucho más grande.
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Bajo las estrellas
Genç KurguViviana, una chica tranquila y soñadora de un pequeño pueblo, conoce a Sael, un misterioso joven que llega al lugar buscando un respiro de la vida en la ciudad. Su primer encuentro casual en la plaza marca el inicio de una conexión inesperada, llena...