Capítulo 4

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Después de esa alocada noche comencé a salir con Luna, en una especie de "citas"

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Después de esa alocada noche comencé a salir con Luna, en una especie de "citas".

De lunes a jueves me dedicaba a mis noches desenfrenadas, trataba de rendir en el trabajo y por las tardes me paseaba en las ciudades vecinas con Leo, dejaba mis fines de semana libres para Luna, quien me mandaba mensajes o me llamaba de vez en cuando.

Las cosas no podían ponerse más locas, ¿cómo era posible que yo saliera con una mujer en una cita?
Pues ni yo lo entendía, no sabía qué era lo que me ocurría, pero la adrenalina que me causaba la idea de ser atrapado en el acto por mi adorada Luna, me hacía sentir poderoso y deseado, amado por las chicas como ningún otro y sobre todo excitado a más no poder.

En la ciudad tan peculiar en la que vivíamos había de todo para pensar en una cita, así que llevaba a la pequeña Luna a un lugar diferente cada fin de semana. La consentia como si se tratase de mi novia, le compraba regalos costosos aunque ella no me los pedía, cumplía sus caprichos de niña inocente y por más loco que pareciera, tenía relaciones con ella sin llegar a más que abofetearla de vez en cuando o propinarle un par de nalgadas.

—¡Así, Sebastián! —gritaba Luna cada vez que tomaba su cuerpo con fuerza—. ¡No pares! ¡Más fuerte!

Quién diría que una chica tan dulce y tierna, terminaría siendo toda una depredadora sexual en la cama.

—Podría hacértelo día y noche mi Luna, y no me cansaría de ti...

Al soltar esas palabras caí en cuenta, estaba perdiendo el camino, así que comencé a ser más brusco con ella, aunque me costaba trabajo.

No podía hacerle daño, Luna me inspiraba paz, con ella tenía ganas de más, con ella quería salir y descubrir el mundo, con ella lo quería todo, era esa chica que los hombres buscaban para pasar el resto de sus vidas, no sólo la mujer de un rato, ella merecía más, mucho más de lo que yo podía ofrecerle, y no tenía ni idea de por qué estaba conmigo.

Así que hacia todo lo posible para tratarla bien, aunque a veces me costaba trabajo, pues siempre quería hacer lo que yo quería y muy pocas veces pedía su opinión, sin embargo; podía ver lo feliz que era a mi lado, la luz en sus ojos que aparecía cada vez que me veía, era la evidencia de su amor y adoración por mí.

—Mi Sebastián... —murmuraba por las noches al dormir a mi lado.

—Mi Luna... —Le respondía en voz baja viéndola dormir.

Las últimas noches había dormido en mi cama, ella se quedaba del lado de la ventana, donde la tenue luz de la luna acariciaba su delicada piel.

Verla era como ver a los mismos ángeles, besaba sus labios y de vez en cuando la mordía un poco, dejaba marcas en su piel para que supiera que me pertenecía, que era mía, aunque yo no era de ella, jamás sería de nadie.

Las siguientes semanas se me fueron volando, Luna me seguía preguntando si quería formalizar nuestra relación para pasar a ser novios, eso jamás lo haría, pero yo le decía que lo pensaría, pues la duda siempre me asaltaba.

LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora