-¿Por qué no vamos a dar un paseo?- preguntó el espadachín después de un largo rato de comentar y recomentar la situación de Artie. Ya estaba aburrido y creía que los demás también.-Okey- se alegró Perrito, que sentía exactamente lo mismo pero no quería decir nada que llegase a molestar a sus amigos.
Cómo la felina también estuvo de acuerdo, los tres salieron a pasear. Se dirigieron primero hacia la pastelería. Comieron sendas galletas de jengibre (tras comprobar que ninguna tuviera vida) y fueron a la peluquería regentada por la Madrastra Malvada.
-¿Que tal me queda este peinado?- preguntó el can. Las aprendices le habían puesto una peluca y probaban diferentes peinados con él gratis.
-Creo que te va mejor un recogido francés- opinó Kitty sus que su amigo notara la ironía en su voz
. Su humor había mejorado muchísimo desde que salieron del castillo.-Oye, Perrito, ¿Te podrías quedar un par de minutos aquí solo?
-¡Claro! ¡Podría pasar horas aquí?
-De acuerdo. ¿Mi amor...?
-Vamos.
Salieron de la peluquería a caminar. Cuando llegaron al muelle, Gato supo que ya era el momento.
El atigrado había decidido no retrasar más la charla con su esposa. A pesar de que la amaba con todo el corazón, sería capaz de apartarse de su camino si era lo que ella quería.
La gata blanquinegra le sonrió con despreocupación. No parecía para nada estresada o insatisfecha, pero Gato sabía que bien podría estar mintiendo.
-¿Te pasa algo?- le preguntó la ojiazul- estás muy... aburrido.
-Si, ya no puedo ocultarlo más.
La preocupación nublo los ojos de la felina.
-Bueno, lo único que puedo agradecerte es que me lo digas cara a cara y no huyas.
-¿Que?- no entendía de que estaba hablando.
-Es obvio, Gato. Viste hace poco a tu antiguo maestro y quieres retomar las andadas. Y yo ya no tengo cabida en tu vida.
-¡Claro que te quiero en mi vida! Lo que pasa es que tú no...
-¿Que yo no?
-Te has cansado de mí, mi reina, no lo niegues.
-¿Crees que me cansaría de ti? ¡Estas loco! ¡Te amo, y nunca he podido dejar de hacerlo, desde que empezamos a salir juntos! Incluso cuando te maldije después de...ya sabes, prometí no decirlo en voz alta. Incluso después de eso, te seguí amando. ¿Cómo crees que ahora no?
El anaranjado la miró asombrado. Sabía lo fuerte que era, pero en ese momento lo sorprendió una vez más. Él estaba a punto de echarse a llorar, por miedo a que ella lo dejara, pero su esposa seguía tan firme y tranquila como siempre.
Hubo un largo silencio, en el que solo vieron el paisaje.
-He sido un tonto.
-Repitelo- le ordenó Kitty.
-¿Por qué?
-Me encanta que reconozcas tus errores, como cualquiera.
-Pero es que yo no soy cualquiera. ¡Soy el Gato con Botas! De Patitas Suaves- dijo esto último en un susurro, pero con más orgullo aún que el resto de su famoso nombre.
La gata no pudo resistirse y lo besó. Así se pasaron un rato, hasta que llegó la hora de ir a recoger a Perrito.
Cuando llegaron se estaba probando una trenza campesina, que, como todos los peinados, le quedaba fatal.
-¿Ya tenemos que irnos? ¿No podemos quedarnos un ratito maaaas?- trató de poner ojitos, pero estaba frente a los maestros de ese arte y no funcionó.
Fueron a cenar al castillo, solo con Arturo, porque los demás ya se habían marchado a sus casas.
Artie ya se veía mucho más tranquilo, y en los primeros cinco minutos no menciono a su próximo matrimonio. Siguiendo su ejemplo, el Equipo Amistad tampoco dijo nada.
-¿Puedo pedirles un favor bastante grande?- dijo el joven rey después de un rato de charla trival.
-Claro- se apresuró a contestar Kitty- has echo muchísimo por nosotros.
Gato y Perrito asintieron con la cabeza.
-Bueno- Artie fingió que examinaba su tenedor de oro labrado por duendes- una de las exigencias de España es que mande una escolta de Muy, Muy Lejano para la princesa, desde que salga de su castillo hasta la boda. Ustedes son españoles y se que estaría totalmente segura bajo su cuidado. ¿Podrían ir?
-Por supuesto, majestad, pa'eso están los amigos- la amistad no era lo único que impulsaba a Gato volver a España.
-¡Cuenta con nosotros! Verdad que sí, ¡Equipo Amistad!- se unió Perrito.
-¡Oh, su nombre es tan guay!- suspiró el rubio con auténtico embeleso.
Los dos gatos contuvieron las ganas de protestar y reír.
-¿Cuando partiremos?- preguntó el atigrado.
-En dos semanas, me parece.
-Entonces, ¿Yo también podría pedirte un favor?
-Lo que quieras, Gato.
-¿Podríamos irnos esta semana? Hay gente que quisiera visitar allá.
-Claro, en la fecha que quieran. La tripulación estará a sus órdenes desde mañana. Muchas gracias, de verdad.
-Gracias a ti- aunque a Kitty no le gustaba ir en barco, si le emocionaba volver (por un tiempo) a su país.
Desde el día siguiente empezaron a hacer los preparativos necesarios para el viaje.
Eran expertos, ya que para el robo de las provisiones en La Coruña a velocidad estrella se habían preparado bastante bien.
Cuando llegó el día de partir, todos sus amigos fueron a despedirlos. Burro se pasó media hora llorando y ni Perrito pudo consolarlo. Shrek estaba más bien calmado y, tras estrecharle la pata a todos, dejó espacio al gris.
Fiona tampoco armó ningún escándalo, al contrario que sus hijos, los cuales milagrosamente hablaron y gritaron, a pesar que en el terapeuta no les habían sacado ni una palabra.
Tras largas despedidas, se hicieron a la mar con su tripulación. Habían dos cocineros, un timonel, un contramaestre, un grumete y cinco soldados que ayudarían a garantizar la seguridad de la princesa Catalina.
Fue un viaje muy rápido, ya que la marea y el viento estaban a favor, desembarcaron en Granada, ya que Córdoba no tenía mar, y quedaron en reunirse una semana después con el contramaestre y el resto de la tripulación.
Rápidamente se fueron a Zamora, donde estaba el ya conocido pueblo de San Ricardo.
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El Gato con Botas: La última vida
FantasyDespués de cumplir sus sueños sin necesidad de la Estrella del Deseo, el legendario Gato con Botas y sus fieles amigos Kitty Patitas Suaves y Perrito se embarcan en una nueva aventura. Sin embargo, el pasado siempre está presente, y el recuerdo de S...