Capítulo 13: «Si pierdo los estribos, tú pierdes la cabeza.»

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Dagmar se desperezó poco a poco, sintiendo las suaves sábanas de seda bajo su cuerpo; el material rozaba con tanta delicadeza su piel, que parecía estar descansando en una nube

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Dagmar se desperezó poco a poco, sintiendo las suaves sábanas de seda bajo su cuerpo; el material rozaba con tanta delicadeza su piel, que parecía estar descansando en una nube. Lentamente y aun sin ser consciente de todo lo ocurrido, la princesa fue abriendo los ojos. La luz dificultaba su visión; tuvo que parpadear varias veces para ir acostumbrando sus ojos claros. El mundo daba vueltas lentamente, pero sin llegar a ser una molestia.

Su cuerpo, al igual que sus sentidos, aún estaban adormecidos; no sentía dolor ni cansancio. Al contrario, se sentía en paz consigo misma; jamás había estado tan en calma. Y fue precisamente esa extraña dulzura, que sentía recorrer cada centímetro de su cuerpo, la que aseguró que no terminara por perder la cabeza. Mientras el mundo parecía echar el freno y Dagmar iba despertando su conciencia, los recuerdos fueron apareciendo.

Como si estuviera viendo una obra de teatro sobre su vida, la princesa, repasó mentalmente todo lo sucedido. Extrañamente, no sintió miedo ni experimentó el trauma.

Entonces, se preguntó, si aquello no sería el cielo.

«Si hubiese muerto, habría ido al infierno», reflexionó.

Cuando por fin pudo recorrer el lugar con la mirada, sorprendida, se dio cuenta de que estaba en una habitación ajena, el doble de grande que la suya y con una decoración neutra.

La cama mullida era notoriamente más ancha que la de su alcoba. Tampoco se necesitaba ser un genio para darse cuenta de que el colchón sobre el que estaba tendida, así como los cojines que descansaban bajo su nuca, eran de mayor calidad.

Las paredes blancas daban una sensación de inmensidad. La princesa fijó la vista durante unos instantes, en el ventanal de cortinas blancas, que se abría frente a ella, para dar paso a una kilométrica terraza. La suave brisa le acarició el rostro.

—Quizás sí, que me he ganado el cielo —dudó.

Pero las respuestas llegaron junto a la figura que apareció en escena. El príncipe Maximiliano, con preocupación en su rostro, entró en aquella estancia y aprisa se sentó sobre la cama.

—¿Cómo se siente, princesa Dagmar? —le preguntó. En su rostro se reflejaba el cansancio.

Su presencia dejó confusa a la princesa, que trató de reincorporarse para mostrar educación. Pero el príncipe se lo impidió.

—Ha tenido que ser un inferno para usted —le susurró, invitándola a volver a tumbarse—, pero ahora, está a salvo.

Dagmar no se estremeció al recordar lo ocurrido; la traición de Annabelle y los golpes que le dedicaron aquellos soldados. Era como si todo aquello no fuera con ella, como si le hubiese sucedido a otra persona.

—Me siento calmada —se esforzó por pronunciar. Era como si tuviese la boca dormida.

Lo que tampoco comprendía, era como parecía haber salido ilesa.

Érase una vez: una princesa malvada [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora