ATADO.

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Taehyung movió el pequeño vaso entre sus dedos, intentando obviar —u olvidar— el hecho de que el calor del alcohol subía por su garganta y en su cabeza un suave hormigueo bajaba por su nuca. No estaba borracho. Mucho menos se encontraba entre sus planes estarlo. Necesitaba permanecer tan sobrio como pudiese. Y aun así sintió sudor en su frente cuando el hombre de camisa de franela sentado a su derecha bebió su cuarto vaso de un trago.

—El circo está perdiendo dinero. Yo estoy perdiendo dinero. La clientela ha bajado mucho. Es comprensible, se acerca la Navidad y las familias prefieren ahorrar el dinero de la entrada.

Taehyung dejó el vaso en la barra de madera barnizada, con la mirada perdida en algún punto.

—Siempre me trae a este recóndito bar para hablar de lo mismo, señor Jeon.

El sonido del cristal golpeando con delicadeza la barra tensó su espalda. Siempre se sentía alerta cuando, después de ser invitado a unas copas, escuchaba la misma propuesta.

—Trabaja para mí, Taehyung. Déjame contratarte —su voz bajó hasta convertirse en un roce de palabras—. El circo necesita novedad, ver tus habilidades como trapecista. Por favor.

El aludido acarició algunos de sus mechones oscuros entre las puntas de sus dedos, dejando escapar un suspiro.

—Lo siento, señor Jeon. Pero como el resto de las incontables veces que me lo ha ofrecido, debo rechazarlo.

Sus ojos se fundieron al enfrentar sus miradas. El señor Jeon, Jeon Jungkook, era apenas unos años mayor que Taehyung. Un simple obrero que había amasado una importante fortuna gracias a su espectáculo de rarezas. Rarezas poco, por no decir nada, aceptadas por la sociedad neoyorquina. Se escuchaban historias horripilantes sobre ellas. Hasta podría ser considerado políticamente incorrecto lo que ocurría tras el telón del espectáculo. No solo por los trajes, la mezcla de personajes fuera de lo convencional o el supuesto fraude de algunas de las maravillas que el señor Jeon presentaba, sino también por la lascivia, el morbo, lo prohibido y pecaminoso. Un mundo inferior, terrenal, hedonista. Atrayente.

—¿Qué le puedo ofrecer a un joven que lo tiene todo para que cumpla los caprichos del público? —el mayor pellizcó uno de los mechones de Taehyung, sosteniendo su mirada.

Incómodo, Taehyung se inclinó hacia atrás en su asiento alto, alejándose de su contacto.

—Los caprichos del presentador, querrá decir.

Un pie del menor bajó hasta el suelo. Su mano se dirigió a uno de los bolsillos de su costosa chaqueta para pagar e irse. No entendía cómo siempre terminaba accediendo a acompañar al hombre que estaba en boca de todos, cuyo apellido era manchado y juzgado una y otra y otra vez, a aquel bar solitario.

—No eres un capricho, Taehyung.

Chispas. Saltaron chispas de sus ojos y otro escalofrío atravesó su cuerpo de una punta a otra.

—Si estás pensando en irte no te retengo más, te dejaré marchar. Supongo que no puedo invitarte a un último trago, ¿verdad?

—Bueno, puedo quedarme un rato más.

Siempre terminaba cediendo.
Su peso volvió a la silla, frente a ese hombre de porte y brazos fuertes, con las mangas de la camisa remangadas hasta la mitad del brazo y los tirantes adheridos a la tela, a su pecho. Un hombre que a regañadientes sería admitido en su entorno de ambiente lujoso, elegante, sobrio. Jungkook prefería lo exótico a lo estipulado por las clases, lo nuevo ante lo tradicional. Era un hombre de mundo, que había salido de la pobreza siendo niño, trabajando en un tren que le llevó por todo el país. Un hombre de hechos, pero que se manejaba bien con las palabras.
Él, en cambio, era un joven de veintiún años que asistía a fiestas, vestía de etiqueta y bebía champagne. Aunque en ocasiones tenía la mala costumbre de tomar licor de melocotón en el bar con el showman del circo. Aún se cuestionaba si hubiese sido mejor no entrar a ver su espectáculo nunca, no acercarse y decirle a un hombre que acababa de conocer que él, Kim Taehyung, hijo de padres estimados y queridos por la alta sociedad, había practicado durante años trapecio y telas. Ahora se sentía como una pieza más que Jeon quería incluir en su juego de luces y hechizos falsos. El camarero sirvió dos tragos más a los únicos clientes del bar.

Las cuerdas del trapecista ー  taekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora