Prólogo

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—Por favor, Kaveh... ¡déjame entrar! —El joven de cabello gris gritó desesperadamente frente a la extravagante puerta que se situaba cerrada con llave frente a él, sin embargo cada sufrido intento por tratar de quitarla de su camino se hacía más difícil cuando el tímido chico rubio cargaba su espalda contra ella para evitar que Alhacén siquiera tuviera la mínima oportunidad de forcejear.

—Déjame en paz —Kaveh enterró su rostro entre sus piernas con la tibia esperanza de que el mundo se olvidara de su existencia por un momento. Había intentado de infinitas formas alejar a su mejor amigo mientras corría por los pasillos de la secundaria como una medida drástica para evitar mostrar algún mínimo ápice de lágrima que el más joven evitaba mantener dentro de su ser.

—No lo entiendo, ¿qué te han dicho? —Alhacén siguió insistiendo mientras movía con fuerza el mango de la puerta, casi al borde de un colapso nervioso que superaba sus expectativas. No subestimaba el poder de la depresión de su mejor amigo cuando ocurrían situaciones cumbre en la vida de Kaveh. Alhacén sabía que podía ser un chico tan explosivo en muchas formas, que sus rasgos más sensibles y retraídos suelen ser eclipsados por todos sus gritos y enfados (que casi carecen de sentido alguno la mayoría de veces).

—No soy gay, Alhacén... Por favor, no les creas —vociferó el menor con su voz quebrada, por las lágrimas que salían incesantes de sus delicados ojos carmesí—. Solo es una tonta mentira que esparcieron para joderme la vida... No es real... No es real... No es real...

Alhacén se sentía como un estúpido por dejar que su mejor amigo sufriera de esa forma sin que él mismo pudiera hacer algo al respecto. Inmediatamente se puso de pie y se alejó de la puerta velozmente para poner en marcha la primera loca idea que se le viniera a la mente. Nuevamente frente a otra puerta del mismo pasillo, ignoró completamente las formalidades que tanto lo caracterizaban, y abrió sin pedir permiso alguno a su viejo amigo Cyno, el cual con sorpresa se levantó de su escritorio para reprimir a Alhacén por su actitud tan desconsiderada.

—¿No puedes tocar?— masculló el más bajo de ambos antes de dirigirse a la puerta previamente azotada por el joven de cabello gris y espero una disculpa con recelo. Sin embargo, se llevó una sorpresa al darse cuenta de que Alhacén solo tenía un objetivo en mente: saltar por la ventana.

—¡Hey, hey! ¿Estás loco? ¡¿Qué demonios estás haciendo ahí?! —abrió sus ojos cuales platos ante la bizarra situación, pero solo se limitó a acercarse y escuchar cuando su amigo tuvo algo para decirle.

—Lo siento Cyno, Kaveh me necesita —Alhacén sacó poco a poco todo su cuerpo por la ventana, quedando únicamente su pierna derecha sosteniendolo de lo que podría ser una muerte segura de no ser por su agarre tan seguro y por la cercanía a la ventana de Kaveh. Entre tanto lío, Alhacén se tomó un segundo en mis abrumados pensamientos para pensar en lo idiota que era esa gente situada en el campus que sorprendía por la destreza que emanaba por ver tales maniobras muy correctamente realizadas para ir de una habitación a otra... Detestaba escuchar a la gente hablar y mucho menos cuando se trataba de él como el centro de atención, por lo que se apresuró a abrir la ventana de Kaveh y a introducir rápidamente cada extremidad de su cuerpo, hasta que logró llegar a su mejor amigo.
Para su sorpresa, este no se había movido ni un centímetro de su lugar, ni siquiera cuando Alhacén había arriesgado un par de huesos para tratar de llegar a él. Permanecía con su cabeza oculta debajo de sus mechones dorados que eran cubiertos por su delgados brazos. Se negaba a quitar su rostro de entre sus rodillas y enseñar sus lágrimas que caían con intensidad alrededor de sus mejillas. Alhacén se acercó lentamente y se puso a su nivel, dejando caer todo su peso sobre sus rodillas para obligarlo a que levantara la vista hasta él.

—Kaveh, deja de llorar... solo son unos idiotas. Siempre nos tendrás a Cyno y a mí —musitó Alhacén acercándose a su amigo con algo de miedo. Si bien, sabía que siempre estaría dispuesto a ayudar a todos sus amigos en todo que necesitaran, en el fondo reconocía que era un poco complicado para él demostrar cariño. En una situación como esta, Alhacén trató de hacer un esfuerzo para lograr que su mejor amigo se sintiera mejor. Kaveh levantó lentamente la mirada con miedo de ver directamente esos ojos turquesas y ser juzgado horriblemente por la persona más importante en su vida. El ojiverde casi deja el grito en el cielo al ver que Kaveh tenía una gran herida en su ojo, causada seguramente por las personas que le habían hecho esa broma pesada referente a su sexualidad. Se sintió avergonzado al instante mismo en el que visualizó con pudor la gran mueca de rabia que se formó en el rostro de Alhacén.

—No me mires así... No deberías verme así.

—Lamento no haber estado ahí para defenderte. Nada de esto volverá a ocurrir —Alhacén se acercó bruscamente a Kaveh para rodearlo gentilmente con sus anchos brazos. El silencio reinó en la habitación y el rubio había cesado su llanto considerablemente, pero seguía conservando ese sentimiento de culpa por una situación que para él era horriblemente embarazosa para ambos, al contrario de Alhacén, que solo logró sentirse responsable de que no haber protegido al indefenso chico que nunca se caracterizó por su fuerza física o su destreza. Kaveh respondió a su abrazo y hundió sus delgados dedos en la espalda del contrario, en un intento de refugiar su débil anátomía en un lugar que para él siempre fue seguro.

—¿Te apetece jugar Invocación de los Sabios? Podemos convencer a Cyno de que se saltee sus clases hoy —Alhacén se reincorporó y miró fijamente el rojo carmesí que palpitaba en sus ojos. Kaveh, anonadado por un segundo, limpió su rostro con sus mangas blancas e hizo su mejor intento por reponerse.

—Voy a aniquilar a ese enano de circo.

Al fin y al cabo, ambos tenían diecisiete años y solo trataban de sobrevivir a su último año de preparatoria antes de tener que afrontar el mundo en su forma más cruda posible. Los internados de preparatoria podían ser un infierno para los jóvenes que desconocían su lugar en esa ciudad que presionaba tanto la disciplina, el conocimiento y los que los eruditos llamaban "la norma".

Prohibidos | HaikavehDonde viven las historias. Descúbrelo ahora