—Está todo mal, Alana —dijo Marisa revisando la sección de bikinis de la entrada.
Cómo no, mi jefa tenía los momentos más oportunos para venir a hacer visita. En plena hora punta, después de haber pasado una avalancha de gente por la tienda.
Momento maravilloso para venir y encontrar la tienda ordenada.
—Te faltan tallas, los sujetadores están mal colgados, está todo movido. Parece esto un basurero en vez de una tienda. Es un desastre —siguió con aquel discurso lleno de quejas. Entonces salió a la entrada para encenderse un cigarrillo y hablarme desde allí.
El olor del tabaco llegó a mis fosas nasales y tuve que hacer fuerza de todo mi autocontrol para no hacer una mueca de desagrado.
—Marisa, entiendo que estás encontrando la tienda en estas condiciones, pero tienes que entender que estoy yo sola haciendo todo el trabajo y que llegaste justo cuando acababa de cobrarle a un montón de clientes.
Marisa expulsó el humo del cigarro por su boca, pasándose una mano por su melena castaña mientras me dedicaba una mirada llena de decepción.
—¿Estás poniendo a los clientes de excusa? —preguntó para volver a dar una calada a su cigarro.
Tomé una profunda bocanada de aire.
—No, lo que quiero es que entiendas que es imposible dejar la tienda en perfecto estado en todo momento cuando estoy yo sola.
—Alana, a mí esto me sigue sonando a excusa para no hacer el trabajo bien —el humo del tabaco salió por sus fosas nasales —, tienes que hacerlo mejor porque la Semana Santa se nos viene encima y debe estar todo perfecto. Ya para el verano, ni te digo, debes esforzarte más.
Al verla tirar la ceniza al suelo sentí la rabia y la desesperación creciendo en mi interior. Me estresaba que Marisa no valorara mi trabajo. Hubiese llegado una hora antes y la tienda hubiera estado perfecta, pero aquel no era el punto.
Yo trabajaba muchísimo, ponía todo mi esfuerzo en hacer que mi trabajo fuera bueno y prolijo, en las ocho horas que pasaba ahí desconectaba de toda mi lucha interna. Incluso la saturación de trabajo me ayudaba a distraerme de mis problemas. Y a pesar de todo lo negativo, me gustaba trabajar allí y hacer que las cosas quedaran bien.
Pero no me gustaba que Marisa menospreciara mi esfuerzo y que siguiera explotándome de esa manera.
Así que la encaré.
—No —repliqué, mi jefa enarcó una ceja ante mi negativa —, no es excusa porque sé que mi trabajo es bueno, me parto la espalda día a día en dejar este local perfecto, pero tampoco hago milagros Marisa —tomé aire. Mi jefa me miraba, expectante —. La cantidad de turistas que están viniendo este año es el triple a la de años anteriores, no puedo seguir trabajando yo sola. La entrada de la Semana Santa está siendo como la del verano del año pasado. Hay que contratar más personal, no puedes dejarme a mí sola hasta junio y no puedes venirme con la excusa del dinero porque sé perfectamente las cantidades de dinero que facturamos y tenemos para contratar hasta diez personas si quisiéramos.
Silencio. Fueron varios segundos los que pasé mirando a mi jefa a la espera de una respuesta. Pero en principio lo único que recibí fue una mirada de desesperación. La vi tirar el cigarrillo al suelo y removerlo con el pie antes de poner sus ojos sobre mí. Casi creí verla resignada, pero fue tan rápido que pensé haberlo imaginado.
—Está bien, tienes razón —por un momento no daba crédito a lo que estaba escuchando —, haz un cartel diciendo que necesitamos personal y pones mi correo electrónico. Intentaré hacer las entrevistas lo más pronto posible para que tengas a alguien en Semana Santa.
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El día que aprendí a amarme
Teen FictionAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...