Cuando volvió a casa después de clase, se encontró con un suave aroma a especias y a comida caliente.
Dejó sus llaves sobre el cuenco que tenían en una mesita junto a la puerta de entrada y soltó su bolsa con el portátil sobre la silla de la mesa del comedor que más cerca le caía. A su izquierda, en la cocina, vio a Colette y Catalina se reían animadamente junto a la vitro. Ni siquiera se habían dado cuenta de que habían llegado.
La luz entraba a raudales por las enormes ventanas de la pared del fondo, tras el salón, iluminando prácticamente todo el piso. Junto a aquellas ventanas, había una puerta de cristal que conducía a un pequeño balconcito en el que los tres solían reunirse para fumar después de cenar. Las paredes del piso estaban pintadas de color crema y los muebles de la cocina eran grises, menos la encimera blanca. No era muy grande, pero les bastaba para vivir los cuatro y eso era lo importante.
—Hola —las saludó antes de encaminarse a la nevera para sacarse una Coca-Cola, solo que no había. Era cierto eso que le había dicho Catalina de que solo tenían agua, leche y una manzana. Incluso se había acabado la crema de verduras que había preparado en el finde—. Tenemos que ir al súper —sentenció antes de sacar la cabeza del electrodoméstico y volver a cerrarlo.
—Vamos mañana por la mañana, ya lo hemos organizado todo —le dijo Catalina con una gran sonrisa. Seguía llevando el pijama y el pelo un poco revuelto, pero parecía no importarle. A él ya ni siquiera le sorprendía que le hubiese abierto así a su posible futura compañera de piso. Seguro que habría pensado algo en plan «que se vaya acostumbrando».
Neil también sonrió y miró a Colette, que parecía mucho más relajada que cuando habían hablado.
—¿Entonces eres oficialmente nuestra nueva compañera de piso?
La chica asintió con la cabeza con entusiasmo.
—Es oficial. Esta tarde después de clase traigo mis cosas para instalarme.
—Ya he hablado con la casera —añadió Catalina—. Firma los papeles mañana.
—Bienvenida —le dijo Neil sinceramente—. Ahora es cuestión de tiempo que nos odies hasta que tus huesos se desintegren. Esto se merece unas cervezas para celebrarlo.
Catalina lo miró con una ceja enarcada mientras movía los macarrones en la olla que había sobre la vitro.
—Creía que habías jurado no volver a beber en un buen tiempo.
—Una cerveza no le hace daño a nadie —se excusó él con aquella sonrisa de demonio.
—¿Por qué has jurado no volver a beber? —inquirió la nueva inquilina con curiosidad.
Lina soltó una carcajada al acordarse de la razón y Neil la miró mal. Ella había sido la única de los tres que había sido mínimamente responsable y solo había salido el jueves, el viernes y el sábado. El resto de días no se había gastado ni un dólar en un bar para nada que no fuera café y dónuts y se había reído de ellos todas las veces que había podido al verlos con resaca. Ya podían aprender Daryl y él de ella.
—Porque se ha pasado la semana bebiendo cada vez que salía de clase y no ha habido ni un solo día en el que no tuviera resaca.
Colette lo miró con el ceño fruncido.
—Pero tú eres un inconsciente.
—Y casi un alcohólico —asintió Catalina.
Neil dejó de mirar un momento al móvil y puso los brazos en jarras, medio ofendido.
—Vale, primera norma del piso: no podéis juntaros para meteros conmigo.
—Pero es que es tan divertido... —suspiró Colette con una sonrisa divertida. No llevaba ni dos horas en aquel piso y ya se estaba acoplando perfectamente a la dinámica.
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Plus ultra
Teen FictionNeil ha alcanzado el momento de su vida que siempre ha soñado: vive con sus amigos, estudia lo que le gusta y sus únicas responsabilidades son aprobar, llamar a su madre regularmente y cumplir con las tareas que le tocan. Sale de fiesta, se lía con...