Como luz y oscuridad

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Regresar a aquel lugar, después de tanto tiempo... Se preguntaba si todo seguiría como la última vez. Igual de puro, igual de hermoso. Aunque hacía algunos meses solía visitar el lugar con regularidad, llegó un día en el que todo acabó, un día en el que el viento de la revolución fue más fuerte que el poder y la voluntad que allí se ejercían. En el fondo, todos sospechaban -y, secretamente, anhelaban- que acabaría por ocurrir algo así; ese lugar no estaba hecho para cometer actos tan deplorables y abusivos, debía ser un remanso de paz, un templo sagrado donde encontrarse en armonía con uno mismo, no un centro de operaciones del Sector Quinto. Hacerse uno con la naturaleza, sentir la agradable brisa sobre el rostro, tumbarse en la hierba a contemplar las estrellas en las noches más calurosas, cuando el ocaso hacía ya rato que se había despedido con los últimos rayos de sol. Cosas como aquellas, que a primera vista se veían tan simples, tan mundanas, eran las que realmente se echaban de menos una vez te dabas cuenta del tiempo pasado desde la última vez que, sencillamente, pudiste relajarte, ser tú mismo. Añorar esa sensación de libertad era algo común en el ser humano, el querer, por uno mismo, extender las alas y echar a volar.
Tal vez, por eso, el Santuario le gustaba tanto. Con cada visita que realizaba, tenía la impresión de sentirse exactamente de esa forma: libre, sin ataduras, sin obligaciones, sin preocupaciones. Como el viento. Ese paraíso natural conseguía calmar su corazón, incluso si no tenía muy claras las razones a las que eso se debía. Dejando escapar un suspiro, cerró momentáneamente los ojos, solo para disfrutar del único sonido que producían las olas al chocar contra las rocas y llegar finalmente a la orilla, hasta mojar sus pies, completamente descalzos. Apenas se molestó si el bajo de su pantalón se humedeció también, estaba demasiado aborto en el paisaje que lo rodeaba para pensar en ello.

Empezó a caminar, sin ninguna dirección premeditada, como atraído por una llamada que lo guiaba hacia su destino. Tampoco se le ocurrió volver a calzarse, porque, en realidad, ¿para qué iba a hacerlo? Aquel sitio no era como la ciudad, no corría peligro de clavarse un cristal en los pies. Darle vueltas a algo tan tonto y con tan poca importancia hizo que esbozara una pequeña sonrisa, casi sin darse cuenta, y siguió su camino; ya no le importaba nada más que seguir avanzando.
Como sospechaba, el ambiente por allí seguía igual. Claro que, ya no estaba lleno de Imperiales, al igual que las instalaciones dejaron de utilizarse tiempo atrás. Creía recordar que no había pasado ni un año desde que pasaron todas esas cosas, y a pesar de ello, le parecía que hubiesen transcurrido siglos. Realmente no era consciente de lo mucho que echaba de menos el Santuario hasta que regresaba, pero, ahora que se encontraba allí, tenía la impresión de que sería capaz de quedarse para siempre, refugiado en la tranquilidad que le inspiraba.

Dejó que sus manos acariciasen con suma delicadeza la punta de las hojas de algunos arbustos, así como la rugosa corteza de los árboles. La zona entera olía como un campo recién regado, notaba la tierra bajo sus pies húmeda, por lo que, casi con seguridad, el día anterior habría llovido. Ojalá hubiera estado allí para poder presenciarlo, las noches lluviosas en la isla eran preciosas, y las tormentas, más aún. A pesar del calor que hacía en la ciudad por la mañana, justo antes de tomar el barco, en ese sitio la frescura era palpable, aún con el sol brillando en lo alto del cielo, a través de la frondosa maleza. Con cada paso que daba, algo en su interior parecía incitarlo a que continuase, ya creía saber a dónde lo estaban conduciendo sus piernas. Y, en efecto, apenas vislumbró las pequeñas estatua de piedra, su sonrisa se hizo más amplia. Se agachó al lado del enorme árbol en cuya base se encontraban, juntando sus manos a la ver que inclinaba levemente la cabeza, en gesto de respeto. Ese era, con diferencia, el sitio más especial de toda la isla.

Apoyando las manos sobre las rodillas, volvió a ponerse de pie, mirando atentamente a su alrededor. Esperaba, quizá, encontrarlo a él allí, pero quién sabía en dónde se encontraría en esos momentos. Con un resoplido de resignación, dejó caer la espalda contra el tronco, sentándose sobre el césped. Puede que no se hubiese dado cuenta, pero la caminata desde la playa hasta allí había sido bastante larga y, como era lógico, se encontraba cansado. Permitió que sus ojos comenzaran a cerrarse, lentamente, escuchando en la distancia lo que le pareció una canción, una preciosa melodía que lo relajó por completo, sumiendo sus pensamientos en la penumbra del sueño. Se abandonó a los brazos de Morfeo, sabiendo que, con "él" cerca, no le pasaría nada.

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