Ver el rostro de Jonatan a pocos centímetros de mí hizo que me entrara un pánico que solo sentía cuando estaba él presente. Los latidos de mi corazón se aceleraron de manera desenfrenada y mi cuerpo instantáneamente había empezado a sudar frío.
Me había jodido el muy cabrón.
Su sola presencia era capaz de derrumbarme, de fragmentarme en más pedazos de los que ya estaba rota.
Y él disfrutaba de ello.
—Mi pequeña Alana —dijo a modo de saludo. Mi estómago se contrajo solo de escucharlo pronunciar mi nombre.
—¿Qué haces aquí? —pregunté cruzándome de brazos en actitud defensiva —No deberías...
—Ay, pequeña. Esto es una vía pública y a la tienda puede entrar cualquier cliente. No puedes negarme la entrada.
Dio un paso hacia mí, entrando a mi trabajo e invadiendo mi espacio.
—Lo que pasa es que tú nunca vienes aquí como cliente —repliqué, poniendo una mano en su pecho para buscar empujarlo lejos de mí.
Él sonrió con malicia y apartó mi mano de un sopetón, sin ningún esfuerzo. Tragué saliva con nerviosismo cuando Jonatan empezó a dar pasos al interior de la tienda, arrastrándome allí con él.
No podía ir al fondo...
Al fondo nadie me escucharía, nadie me vería...
¡Silas! Dios, él debía de estar viendo todo.
Intenté desbloquear mi celular para escribirle y pedirle ayuda, pero Jonatan captó mi movimiento y me tomó del brazo con una de sus manos.
Hice una mueca ante la fuerza que estaba aplicando para inmovilizarme.
—No intentes pasarte de lista conmigo, Alana —gruñó con un ligero tono de enfado -. No podrás escapar de mí todo el tiempo, vivimos en un pueblo muy, pero muy pequeño. Me vas a ver en cada esquina, en cada calle, en cualquier lugar, a cualquier hora. Soy esa sombra que va a perseguirte toda tu vida.
Cada palabra que salió de su boca fue como un aguijonazo directo a la pequeña armadura de cristal que había armado con mis esfuerzos y mis avances. Él, con unas cuentas palabras, me destruía.
Entonces su rostro se acercó al mío. Me alejé de él con horror, pero su manó presionó mi brazo con fuerza, sacándome un quejido.
—Jonatan, me estás lastimando —dije, aunque eso a él le importaba muy poco —, para, para o grito pidiendo ayuda.
Aquel comentario le sacó una carcajada que erizó cada vello de mi piel. Pegó su boca a mi oído y me tomó con su otra mano por el cabello. Chillé.
—¿Y quién te va a escuchar si gritas? ¿Quién te va a ayudar? ¿Quién te va a creer?
—Yo.
Ambos nos quedamos quietos ante el sonido de su voz, pero a los pocos segundos las manos fuertes de Silas estaban tomando a Jonatan de los hombros para alejarlo de mí de un empujón.
—¿Otra vez tú? —fua la pregunta molesta de Jonatan al ver a Silas mientras se acomodaba la camiseta.
La mirada de Silas pudo hacer que Jonatan ardiera si hubiera querido.
—Eso debería estar diciendo yo. Otra vez tú aquí, dándome unas ganas tremendas de partirte la cara y de romper cada hueso de tus manos.
El hecho de que le haya dicho todo con una sonrisa hizo el momento más escalofriante. Era una sonrisa fría, sin ningún ápice de bondad. Silas parecía una pesadilla personificada, pero aún así...
ESTÁS LEYENDO
El día que aprendí a amarme
Genç KurguAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...