De todas las veces que debía volver al trabajo luego del horario de descanso, aquella, sin duda alguna, había sido la ocasión en la que más me había costado regresar.
Me hubiera pasado toda la tarde sentada en aquel bar con Silas, pero después de que me contara su historia y acabáramos de comer, las horas se habían ido volando y ya debía regresar a la tienda.
No había tenido tiempo de explicar mi historia y mi situación con Jonatan, aunque una parte de mí se aliviaba por ello.
Era una herida que no sabía si estaba dispuesta a abrir, sobre todo cuando vivía intentando sanarla día a día.
Sin embargo... con Silas podía hacer el esfuerzo y más después de que él se hubiera abierto conmigo de esa manera.
Pasé el resto de la tarde trabajando, dándole vueltas a mi cabeza con todo lo que él me había dicho. Me había confiado una parte importante de él y de su vida.
Conocer su historia, de alguna manera, me hacía sentir más cerca de él.
Y eso era lo que me confundía.
¿Qué sentía por Silas?
¿Qué tenía que hacer?
¿Debía alejarme o acercarme?
¿Era bueno lo que sentía?
No lo sabía.
Lo que sí tenía claro, es que por más que lo intentara, no podía alejarme de él.
Y tampoco quería hacerlo.
***
Al instante de poner un pie sobre mi apartamento, me di cuenta de una cosa: era la primera vez que llegaba a casa sin sentir que el mundo se me venía encima.
Siempre entraba con aquella sensación de tristeza, de derrota, y aunque hubiera tenido un incidente con Jonatan, no sentía que el mundo se acababa.
Seguí con mi rutina de siempre. Dejar mis cosas, ir a mi cuarto y alistarme para darme una ducha, leer un poco e irme a dormir.
Sin embargo, al entrar a mi habitación, me detuve frente al espejo que si situaba al lado de mi pequeño librero. Era un espejo grande, que ocupaba gran parte de la pared, pero siempre hacía lo posible por ignorarlo.
Esa vez no lo hice.
Me paré frente a él e intenté hacer lo que me pedía Lucía en cada sesión. Ver lo positivo, lo que me gustaba de mí. No los defectos. Lo bueno.
Así que vi mi reflejo con otra perspectiva diferente a la que solía hacerlo.
Admiré mi cuerpo, detallé cómo mi cabello largo recogido en aquella coleta alta hacía resaltar las facciones de mi rostro. Mis ojos grises relucían con fuerza al llevar un atuendo completamente negro. Entonces me fijé en como el top negro de manga larga hacía relucir mi silueta y cómo el short de cuero de talle alto lograba resaltar mis piernas y mi cadera. Y luego estaba mi toque personal, las medias de mallas en las piernas, con las botas de sobrecargo y los accesorios de cuero.
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El día que aprendí a amarme
Novela JuvenilAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...