Capítulo 2

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Dos días

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Dos días. Habían pasado dos días desde mi vuelta a casa. ¿Noticias de mi novio? Ninguna. Pero ninguna, ninguna. ¿Y yo? Pues rayada, rayada como nunca antes. Eran ya muchos los días sin saber de él. Y sabía que estaba vivo porque su conexión en WhatsApp variaba. Seguía sin coger mis llamadas ni contestar a mis mensajes y había decidido dejar de agobiarle. Esa sensación tenía, que era la novia controladora que no paraba de escribirle. En unas horas volvía al trabajo y lo iba a hacer con una carga mental importante y, por consiguiente, con un cansancio corporal brutal. Como si nunca me hubiera ido de vacaciones y nunca hubiera desconectado.
   El grupo de amigas estaba repletito de fotos y vídeos de las vacaciones. Me agobiaban, no quería verlas, me recordaban esos días en los que yo me lo estaba pasando teta mientras mi relación, sin saber muy bien cómo, se iba a la mierda.
   Tenía una opción, ya como último recurso, porque eso rozaba la cordura, ir a buscar a Aarón a su casa. Me preparé, incluso me maquillé un poco, que pareciera despreocupada. Me miré y me sonreí.
   —Tiene que parecer que estás de superbuén rollo, que todas tus intenciones de comunicarte con él han sido para contarle lo superbién que te lo has pasado y estás. Que no te note preocupada —le dije al reflejo del espejo.
   Fui andando bajo un sol de justicia. Un sol que me iba derritiendo a cada paso. Un sol que me decía: «¿dónde vas, alma de cántaro?».
   Justo en el momento en que llegaba al portal de la casa de sus padres, alguien salía y corrí para evitar llamar al telefonillo. El contraste de temperatura fue, simplemente, orgásmico. ¡Qué fresquito! Me senté en un escalón y me froté la cara. No era más tonta porque no practicaba. Estaba claro que no quería hablar conmigo. Lo mío era arrastrarse a niveles cutres. Además, estaba convencida al 90 % de que no estaría allí, de que estaría en la casa del pueblo. Otra opción sería ir allí, pero no sabía llegar, siempre me llevaban o me indicaban...
   Tenía que pensar bien en cuál era el plan.
1.- Subir a su casa.
2.- Llamar al timbre.
3.- Su madre me abriría y yo saludaría con una sonrisa de oreja a oreja sin mostrar mi preocupación.
4.- Preguntaría por él.
5.- Improvisar.
   Respiré hondo y me dispuse a cumplir con la lista de tareas.
1.- Subir a su casa. √
2.- Llamar al timbre. √
3.- Su madre me abriría y yo saludaría con una sonrisa de oreja a oreja sin mostrar mi preocupación. X
   Su madre me abrió, pero me eché a llorar. La tensión de ya casi una semana sin saber de él.
   —Chiara... —dijo con visible preocupación—. ¿Qué te pasa?
   —Pues... que llevo... que Aarón... —hipé casi en cada sílaba. Ella me acarició el brazo y volví a tomar aire para relajarme. Cerré los ojos y... del tirón—. Hace días que no sé nada de Aarón, no me coge las llamadas, no me contesta a los mensajes y no vino a buscarme al aeropuerto. No sé si he hecho algo mal. Y estoy preocupada.
   —Hija... No... Ya sabes cómo es... Está con el amigo suyo ese en la casa del pueblo. Ya sabes que se ponen a jugar y se olvidan de la hora que es. Que cada vez que viene está más delgado, se olvidan hasta de comer. Puedo intentar llamarlo yo, pero sabes que el resultado es el mismo.
   —Ya..., pero a mí siempre me había contestado o me había llevado con él.
    Se encogió de hombros sin más y me miró con ternura. Aquella mujer tenía el cielo ganado.  Pero es que yo tenía el castillo de los cielos, qué digo, el puto reino al completo.
   —Bueno, gracias. Mejor me voy a casa y espero a que me conteste.
    Sonrió, movió levemente la cabeza y cerró la puerta. Bajé las escaleras para aprovechar el fresquito del rellano y escribí a Laura comentándole la situación. Al instante llegó un audio.
    —Vamos a ver, que si estoy a tu lado te pego un bofetón que lo oyen en la Polinesia francesa. ¿Desde cuándo tienes tú la necesidad de arrastrarte por un tío? Que oye, me dices que es guapo, que está cachas, que al follar te pone los ojos del revés y te hace ver las estrellas, que te mima y te respeta como te mereces, pues a lo mejor... Pero ¿desde cuándo es o ha hecho eso por ti Aarón? Te voy a ahorrar un audio o una excusa. Me vas a decir: «es que le quiero, nos queremos, él a mí también, mucho, me lo demuestra». Que después de cagarla venga con ojitos de corderito degollado, con palabras bonitas y pidiendo perdón, no merece la pena el sofocón que te estás llevando. Haz el favor de irte a casa, ponte un vestido corto y unas deportivas. En una hora paso a buscarte, nos vamos de terraceo en las alturas de Madrid.
    La voz de la sabiduría había hablado.
    —Lau, no puedo, mañana trabajo, pero te compro todo lo demás. Voy a escuchar tu audio varias veces para concienciarme de que el que tiene que venir arrastrado es él. Me dejó tirada en el aeropuerto, coño. —Claro, que la suerte me sonrió con el muchachote que me trajo en su súper Audi. Qué guapo era, leñe—. Que tienes razón, joder. Que ya está bien. Que soy tonta, siempre detrás de él como un perrito.
    Ay, qué bonito había sonado aquello en el audio. Y qué llorera en el sofá. ¿A quién pretendía engañar? Estaba atada sentimentalmente a Aarón. Le quería. Le quería de verdad. Y durante horas busqué, me creé, me inventé excusas para justificar aquel vacío de información, de señales de vida por su parte. Y le mandé un mensaje.


Yo:
Nene, no me gusta esto, el no saber de ti durante días. Sé que no he hecho nada mal y no me parece justo que me des de lado de esta manera.

   Y ahora me venía con el órdago, solía funcionar, así que lo usé llenando el mensaje de caritas llorando.


Yo:
Si crees que lo nuestro ya no puede ir a más, que ya hemos quemado todos los cartuchos, vale, me dolerá, pero lo aceptaré, te lloraré un poco, me levantaré y seguiré con mi vida. Lo nuestro será un bonito recuerdo.
Si te es más fácil que sea yo quien rompa con esto, lo haré.

    Lo envié, me temblaban las manos. Uh, demasiado directo... Lo leyó. Uy, uy, uy. Fui consciente de que me la había jugado, porque en realidad yo no quería eso que había escrito. Yo le quería a él, quería estar con él.
    El móvil comenzó a sonar y su nombre y su foto salían en la pantalla. A punto estuve de descolgar, pero ¡qué narices! Ahora iba a probar de su propia medicina. Hala, vacío existencial. Y para no caer en la tentación, apagué el móvil, me puse el pijama y me metí en la cama. Objetivo: cerrar los ojos, pensar en cosas bonitas y dormir, que al día siguiente tenía que trabajar. Y cerré los ojos. Y la cosa bonita apareció. Cara perfecta, barba cuidada y unos ojos verdes con reflejos marrones me llevaron en brazos de Morfeo.
    Me despertó el telefonillo de casa. Las seis de la mañana. Ni despegar los ojos podía de las legañas que tenía. Si hubiera podido arrastrarme, literalmente, hasta la puerta, lo habría hecho.      Me di la vuelta. La insistencia del individuo que se empeñaba en romper mi descanso me dejaba entrever que se trataba de Aarón. Me levanté, qué remedio.
    —Pensé que no ibas a abrir nunca. Perdóname. No me puedes dejar, no lo podemos dejar. Te quiero, te amo, eres la princesa de mis sueños, no... no... Chiara...
    ¿Eso que le caía por la cara eran lágrimas? Vaya, pues sí que había funcionado.
    —Pasa, anda. Explícame..., porque son muchos días sin saber de ti, me has ignorado completamente y me dejaste tirada en el aeropuerto, joder. Que se fueron todas y allí me quedé yo sola.
    Cerró los ojos con fuerza y arrugó el morro.
   —Perdona. Joder, perdona. Pufff, qué cagada. Estaba en la casa, ya sabes, jugando, haciendo los directos. Siempre que me llamabas me pillabas en medio de una partida importante y luego... se me olvidó. Caía rendido a la cama, perdíamos la noción del tiempo. Te leí todos los mensajes, lo juro. Lo del aeropuerto..., no tengo excusa, me puse una alarma, te lo juro. No sé... Perdóname, por favor, te juro que te compensaré, Chiara, lo haré, te voy a compensar, hoy mismo —dijo nervioso de carrerilla—. Hoy nos vamos de viaje, de escapada, a... a Valencia, por ejemplo. Dormimos en la playa, disfrutamos del sol, del mar, de nosotros, nos disfrutamos. Recuperamos el tiempo perdido. En unos días volvemos. Yo cubro con todos los gastos. Vas a ir como una princesa, no, no, como una reina, como una reina, sí.
   —Aarón, hoy vuelvo al trabajo, se me acaban las vacaciones en, exactamente, una hora y cuarenta minutos.
   Se mordió el labio. Estaba guapo y ese gesto me resultó atractivo. Se frotó la cara y se apoyó en la pared.
    —Déjame arreglarlo de otra manera. Te recojo a la salida y nos vamos a un hotel de esos de habitaciones privadas para parejas, con piscina y jacuzzi...
   —Tenemos esta casa sola, privada, para parejas, sin piscina y sin jacuzzi, pero con bañera, amplia.
   —Joder, Chiara, tiras todas mis ideas a la basura...
   —Joder, Aarón, me dejaste tirada en el aeropuerto y hace días que no sabía siquiera si respirabas...
   Gruñó, y lo hizo porque sabía que llevaba razón.
   —¿Me vas a dejar? A ver, que me lo merezco, que uno no puede, no debe olvidarse de su novia, y en realidad no lo hice —intentó justificarse, pero ya lo había dicho segundos antes—, solo que nunca era el momento.
   —Pues es lo mismo que sucede con tus improvisados planes, que no es el momento. Y, no, no te voy a dejar. Te quiero.
   —Yo también te quiero, cari.
   Se acercó con cautela, me agarró por la cintura y me besó en los labios. Sin más.
   —Bien, pues aclarado el tema, dos cosas antes de nada: es la última vez que haces esto y me voy a dormir la hora y poco que me queda de vacaciones. Si quieres, puedes quedarte, pero para dormir.
   Se limitó a asentir con nerviosismo. Se desnudó hasta quedar en calzoncillos y se metió en la cama conmigo abrazándome fuerte, como si me fuera a escapar y al oído me susurró esa canción que siempre utilizaba para convencerme de lo mucho que me quería y de lo importante que yo era para él. La princesa de mis sueños. Qué va, lo quería con locura, no pasaba por mi mente ni un pequeño reflejo de lo que podría ser mi vida sin él. No. No.

Objetivo: tocar tu pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora