prólogo

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Sunghoon se levantó de su cama con una pereza abismal en su interior.

Con las mismas ganas colocó su uniforme en el templo de su alma y se dirigió a la cocina para degustar su preciado desayuno.

Se sentó en la mesa con una sonrisa, su desayuno estaba servido y él se moría de hambre—Eso no es para tí—escuchó a sus espaldas.

Estaba seguro que sus glándulas salivales lubricaban su boca para probar un bocado de una vez.

—¿Estás sordo? Levántate de ahí, eso no es tuyo.

Su hermano en frente suyo lo miró con pena, él degustaba su desayuno con entusiasmo pero éste había disminuido considerablemente al ver a su hermano menor en esa situación.

—Mamá, desde ayer no pruebo un bocado y ayer caminé de la escuela hasta aquí, muero de hambre—suplicó.

—Estás castigado y lo sabes. No vas a comer en lo que reste de la semana, a ver si así aprendes a obedecer a tu padre.

La cuestión era que su padre quería presentarle un alfa diez años mayor que él, hijo de un amigo de ésta. Ambas padres decidieron que Sunghoon se casaría y dejaría de estudiar, dejaría de ser una carga para ellas.

Y Sunghoon simplemente no pudo quedarse callado.

Se negaba profundamente a ser unido a un alfa en contra de su voluntad.

Él quería estudiar, quería ser libre, quería ser alguien, quería ser el responsable de sus propios gastos, ser autosuficiente.

No ser otra carga para alguien.

Sintió como los brazos de su madre tocaban sus hombros y con fuerza lo estamparon directo al suelo.

—He dicho que es el desayuno de tu hermano y tú no vas a comer hasta que aprendas a comportarte— vió como su hermano alfa se sentaba dónde él estaba y Sunghoon no tuvo de otra que obedecer.

Y guardar sus lágrimas.

Lágrimas de rabia.

Salió al jardín esperando ver a su soporte emocional; su perrita Gaeul, una hermosa canina de pelaje blanco como la nieve, aunque sonara tonto, esa pequeña lo mantenía con vida.

Tal vez nacía de su instinto omega, tener la necesidad de cuidar, proteger y maternar a  un ser tan vulnerable, por eso se había encariñado tanto con su perrita, quien también lo amaba a él.

Tal vez era el único ser vivo que lo amaba en este mundo.

La llamó una, dos, tres veces, perdió la cuenta desde la décima sin éxito en encontrarla.

Empezó a desesperarse y sus manos comenzaron a sudar, no encontraba a su pequeña por ningún lado.

—¿Qué mierda haces aquí? En lugar de estar perdiendo el tiempo deberías ayudar a tu madre con el desayuno.

—Padre, ¿has visto a Gaeul?

—¿A quién?

—A mi perrita Gaeul, la perrita que estaba aquí—explicó.

—Ahh esa rata, ayer en la noche ladraba mucho y la fui a dejar al parque que está a una hora de aquí.

Sunghoon la miró atónito.

—¿Qué?

—Me molestaba mucho, pero tranquilo, seguro encuentra una familia que la quiera o sino ha sabes, a la perrera y eutanasia—se alzó de hombros.

Sunghoon se quedó paralizado sin ser capaz de decir o hacer algo, la opción más viable sería ir corriendo a ese maldito parque para encontrar a su nena, pero las posibilidades eran mínimas y nunca había salido solo tan lejos, ni siquiera sabía cómo llegar allá...

crucifícame [heehoon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora