El poder del infierno (#3)

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En la ribera del río, que estaba en los dominios del pueblo, se encontraban Juana, Miriam y Cristina limpiando la vajilla de madera con la fresca agua del río. Juana las había llevado a ese lugar tras que, tanto su marido como José, le pidieran que no se alejaran. El aviso no le agradó en absoluto. Miriam al parecer tenía una ligera idea de lo que estaba pasando, pero se mantenía con la boca cerrada porque estaba aún Cristina muy cerca.

Había algo gestándose y no era para nada bueno. Juana sabía reconocer las señales fácilmente y todas aquellas conducían a un desastre. Alfredo y José abrían sus negocios tarde, los cerraban antes y, muchas veces, ni eso para molestia del resto de Villanueva. Salían de madrugada y llegaban de madrugada. Una vez le confesó que salían a explorar, en busca de indicios.

—¿Indicios de qué? —había preguntado Juana sin recibir ni una respuesta por parte de su marido.

A pesar de todo, su faz se vestía de tranquilidad. Su labor era aparentar normalidad ante los ojos de Cristina. Miriam aparentaba una entereza que le estaba costando mantener. Si bien no la veía tan nerviosa como Ana, Juana la conocía lo suficiente para saber que, a pesar de su fachada de alegría, se encontraba muy perturbada, incluso asustada. De alguna forma, tenía que sonsacarle algo de información. No podía esperar a volver a la herrería para que Alfredo le contara todo. "Sólo necesito que Cristi se aleje un segundo", pensó frustrada.

Juana analizó la expresión de Miriam mientras lavaba los platos. Demasiada concentrada en dejarlos inmaculados. Distinguió una lágrima caer por sus mejillas que, rápidamente, Miriam limpió con el hombro. Desafortunadamente, no se había equivocado. Aquella niña estaba rota.

Una vez terminada su parte, se sentó en el borde del río, introdujo sus pies en el agua y se echó sobre la hierba. Se relajó y en la comisura de sus labios apareció una leve sonrisa. A pesar de que la tarde había estado nublada, las nubes se abrieron para que el sol volviera a pegar fuerte como las futuras mañanas del verano que llamaba a las puertas. Se sintió animada por la calidez del sol.

—Qué día más bonito —Juana no respondió—. Es una pena que dentro de poco todo se vaya al infierno.

—¡Por Dios, querida! —exclamó sorprendida Juana—. Imagino que las cosas no están bien, pero ese lenguaje no es el apropiado para una dama cristiana como tú.

—La verdad, no me importa. Lo que sé es que, dentro de poco, estaremos en un lugar mejor donde no habrá dolor ni tristeza.

—¡Qué dios nos guarde entonces, querida! No obstante, no puedes dejarte llevar por los acontecimientos como los cobardes. Tienes afrontarlos como los valientes. Y tú eres una de ellas.

—¿Yo? ¿Acaso no ves lo asustada que estoy? Y todavía no sé qué le pasó a madre —declaró Miriam mientras enjugaba sus palabras con lágrimas.

Juana abrazó a Miriam sin demora. Con total seguridad, esa sería la primera ocasión que la jovencita había tenido para desahogarse. Miriam se secó nuevamente las lágrimas y reprimió su llanto mientras miraba a Cristina. Sería una estúpida si la descubría llorando. "Quiero que al menos ella pueda estar tranquila".

—Escucha, mi amor. Muchas veces nos sucederá que no entenderemos y tendremos que sacar fuerzas de donde creemos que no hay, y tener fe en que todo saldrá bien. Todos nosotros hemos tenido miedo en innumerables circunstancias. No sabes lo que hemos pasado antes de que nacieras. Hemos batallado por este lugar contra los moros por años, y bien sabes que ellos no son enemigos fáciles. También nos las hemos visto con muchas bandas de malhechores que se han querido aprovechar de la ausencia de señor feudal. Querida, Villanueva ha sangrado para seguir existiendo. Tuvimos que enfrentarnos a nuestros miedos, a la muerte y, sobre todo, a los hombres para hoy permanecer donde otros murieron.

27: La Leyenda Sangrienta (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora