CAPÍTULO 5: LOS PROFESIONALES NUNCA LLORAN

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- Cato – me llama Rock.

- ¡Dime! – respondo.

- Hoy vendrá un grupo de jóvenes para ver el estadio – hace una pausa para ver mi reacción ante lo que va a decir y prosigue – y me gustaría que mi mejor alumno les hiciera una demostración de lo que sabe hacer.

- ¿Yo? – estoy perplejo. En nuestro grupo hay muchos profesionales ( ya nos podemos llamar así, porque hemos crecido y entrenado duro durante estos años) que tiene mucha habilidad, pero de ahí a decir que soy el mejor... aunque, bueno... soy el mejor, para que mentir.

- Claro, ¿de quién voy a estar hablando? ¿Lo harás?

- Por supuesto, cuenta conmigo, Rock – respondo animando.

Os preguntareis por Clove y por Tedda, ¿o era Teddy?

Con Clove he crecido y vivido estos últimos cinco años, pero no nos hablamos, no nos miramos, ni siquiera cuando Rock nos pone juntos para realizar algún ejercicio. Sencillamente, nos ignoramos.

Teddy, bueno, ella, no la recuerdo muy bien... deje de contestarle a las cartas y deje de ir a verla,... ¡tengo cosas más importantes que hacer!

... pero ella tenía razón: lo arreglé con mi padre y las cosas han cambiado, Cato ha cambiado.

Me prepara para la demostración. Veo que el grupo de jóvenes se me acerca. Hago un circuito completo batiendo mi propio record de tiempo y veo que Rock me sonríe. Pero yo no sonrío. Solo sonreiré en el momento en el que el Presidente Snow coloque la corona de vencedor de los Juegos sobre mi cabeza. Continuo lanzando cuchillos, tirando con el arco y atravesando muñecos con todas las armas de las que dispongo. Pero el único momento en el me siento realmente a gusto es cuando cojo una espada y empiezo a decapitar muñecos. Veo que Rock me indica con la cabeza que deje de destrozar muñecos de entrenamiento y pase a realizar el último circuito. Cuando dejo la espada me da un poco de pena porque nunca me he sentido tan a gusto con otra arma que no fuese la espada. Me coloco en la salida del circuito y empiezo. Cuando voy por el final una de las pruebas me sale mal y veo que uno de los niños, el más pequeño empieza a llorar. No sé por qué pero eso me sienta mal y me acerco a él. Creo que Rock ve lo que voy a hacer, aunque aún no soy consciente de ello, y viene también.

Le miro con cara de desprecio y le digo:

- Los profesionales nunca lloran – levanto la mano para darle una bofetada pero Rock interviene y me para.

¿Por qué he hecho eso? Me siento idiota...

Salgo corriendo y subo a mi habitación. Abro y cierro de un portazo. Me tiro sobre la cama y me esfuerzo por no llorar. Nille me pregunta que me pasa tantas veces. Que pierdo la cuenta. No me deja en paz hasta que se lo cuento.

De repente me doy cuenta de una cosa: alguna vez he visto llorar a cada miembro de nuestro grupo, a todos... menos a ella... a Clove... ella nunca llora.

 De repente, viene a mi cabeza un día de verano, una vez terminado un entrenamiento diario. Fue el primer año que estuve en este Centro cuando ambos teníamos 12 años. Recuerdo dos helados y una puesta de sol.

Intento recordar la conversación que tuvimos... lo que me contó para explicarme él por qué nunca llora.

"Mi madre no está aquí para apoyarme. Cuando yo tenía cinco añitos vi como ella subía a ese tren que la llevaría al Capitolio. Quería ser estilista, aprender moda y vestir a los tributos. A los dos días de estar allí, me mando una carta que decía:

Clove, te echo mucho de menos, hijo. He visto una peineta preciosa que te quedaría genial, os echo tanto de menos. Mamá.

Junto con esa carta me mandó la peineta. Es lo único que recibí de ella. Pasaron unas dos semanas y los agentes de la paz enviaron otra carta, mi madre había robado aquella peineta para dármela y por ello está condenada a servir al Capitolio como avox eternamente. Quiero ir a los Juegos, pero no para ganarlos, Cato. Lo único que quiero es ver a mi madre, verla viva... y esta es la única oportunidad que tengo."

Así lo ve CatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora