Amy

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Mi historia comienza en el Hospital General Mixto de cuando mi esposa Angeline estaba dando a luz a nuestra hija, Amy. Estaba exhausta, lo veías en su rostro, pero no se daba por vencida. Tomaba fuerzas y lo volvía a intentar. Angeline siempre fue una guerrera. Después de una larga espera, Amy nació y su llanto fue lo más hermoso que he escuchado en mi vida. Cuando estuvo en nuestros brazos, todo lo que había a nuestro alrededor dejó de existir. Amy era todo el mundo.
Por supuesto que la vida con un recién nacido no fue sencilla, pero nuestra hija era tranquila y muy alegre. Aprendimos tanto en pocos días que pronto nos acomodamos en la rutina.
Fue una de esas tardes en las que, con tantas tareas encima, se nos olvidó comprar pañales. Salí de casa para dirigirme a la tienda más cercana y comprar algunos. Era de tarde, casi era de noche y las luces de la zona comenzaban a encenderse. Por mala costumbre, a esa hora no era común ver depredadores por las calles, el recuerdo del toque de queda todavía lo tenemos muy marcado. Incluso yo no me sentía seguro, pero mi hija era más importante que cualquier otra cosa. Pasaba por una calle que estaba desierta y crucé un pequeño callejón. Puedo asegurar que no vi a nadie hasta que unas manos me imposibilitaron abrázame por la espalda y cubriendo mi boca. Lo primero que pude distinguir fue que se trataba de una presa un poco más baja que yo. Sentí de pronto una punta filosa sobre mi espalda y el animal susurró en mi oído.
—Más vale que no intentes nada, Justpiece lo hace por la justicia.
Estaba aterrado así que permití que me dirigiera. Me llevó hasta la parte trasera de lo que parecía una bodega abandonada. Tocó a la puerta tres veces y se abrió con un chillido metálico, me arrojó dentro y caí al suelo mientras él entraba. Cuando pude ver bien quiénes eran, descubrí a tres presas jóvenes. Una zuricata y dos cebras. Todos llevaban chaquetas que imitaban el logo del movimiento Justpiece mientras jugueteaban con sus navajas en las manos. Supe en ese instante que eran farsantes y que sólo lo hacían por divertirse, sin embargo, no dejaba de ser peligroso el plan que llevarán entre manos; yo era un depredador a su merced y, aunque las leyes ya apostaban a nuestro favor, seguía siendo un animal vulnerable.
El movimiento Justpeace fue creado por presas ambiciosas que todavía deseaban tener poder sobre los depredadores, que todo fuera como antes. No es de extrañarse que los líderes son ex funcionarios de gobierno o jefes en cargos importantes. Se movían por todas las ciudades de todos los Esquemas de la Zona A ganando simpatizantes y ocultándose. Los altos mandos fueron quienes les enseñaron a fabricar más droga salvaje y utilizarla a su favor. Era cierto que muchos depredadores ya no eran encarcelados por los delitos de salvajismo, sin embargo, siempre había uno que debía pagar los platos rotos de los demás. Su forma de actuar era capturar a los depredadores e inyectarlos directamente para luego crear la escena del crimen perfecta. Pero, tal y como sucedió antes, ninguno de nosotros llegó a herir a nadie. Esos actos atrajeron simpatizantes de todos lados, los jóvenes (sobre todo) adoraban jugar a que pertenecían al grupo y herian a los depredadores. Muchos de ellos fueron arrestados, pero eso no los detuvo. Aunque actualmente el gobierno castiga cualquier atentado provocado por los Justpeace, lo cierto es que no hacen nada. Llevan a los depredadores a comisaría, los encierran durante algunos días y los dejan ir con advertencias.
En ese instante lo único que pensaba era que me inyectarían la sustancia y que al despertar sólo habrían barrotes de metal. Angeline y Amy eran lo que más me preocupaban. Necesitaba asegurarme de que estarían bien.
—Mirá, Ash, encontramos a éste vagando. —Dijo una de las cebras.
No supe a quién se dirigía, pero descubrí que no era a ninguno de los otros dos. De pronto escuché que una silla raspaba en el suelo y hacía eco en la bodega. Apareció un venado con grandes cuernos se acercó a sus compañeros y luego me observó.
—Sé ve viejo. —Dijo sereno e inexpresivo.
—¡Vamos, Ash! —respondió una de las cebras— Es un zorro, éstos malditos tiene más energía que cualquier otro.
—Ash, sólo lo hacemos por la diversión —comentó la zuricata burlándose.
El venado asintió varias veces y regresó al lugar donde estaba sentado mientras sus compañeros celebraban. La zuricata se acercó a mí y comenzó a revisar mis dientes, mis ojos y orejas sin mucha atención.
—¿De dónde vienes, zorrito?
—¿Dónde?
—¡Imbécil! ¿¡De qué Distrito!? Debes de haber salido de alguno. Ningún depredador viejo nació en la ciudad.
—Del Distrito 3, F2.
—Distrito F, entonces eres Fiera, ¿no? Perfecto.
Jaló de una de mis orejas antes de alejarse. El venado regresó con ellos y levantó frente a su nariz una jeringa llena de droga salvaje. Cerré los ojos y empecé a temblar mientras lloraba. Suplicaba por mi familia, porque Angeline y Amy estuvieran a salvo en casa.
—¡Por favor, Ash! ¡Te lo suplico! ¡Déjame ser yo quien tenga el honor hoy! —insistió la zuricata.
Sus compañeros lo voltearon a ver desaprobando su actitud y el venado bufo.
—Eres un imbécil y lo sabes, Damian. Nos has causado muchos destrozos.
—Por favor, fueron accidentes. Prometo no joderla esta vez. Por lo menos esta vez.
Las cebras se voltearon a ver en complicidad, luego intercambiaron miradas con el venado y todos parecieron de acuerdo.
—Sí metes la pata, estás muerto, Damian. —sentenció el venado antes de darle la jeringa.
La zuricata saltó de emoción cuando tuvo la droga en sus manos golpeando unas cajas amontonadas al lado de él. Todas cayeron y él se detuvo.
—Sólo son un par de cajas vacías —respondió molesto antes de acercarse hacia mí. Yo estaba sentado en el suelo temblando y suplicando, la zuricata se burló de mí diciendo que yo era un cobarde y que eso sería lo más divertido de todo. Me pateó en el pecho para tirarme al suelo antes de ponerse sobre mí inmovilizándome con sus piernas. No quise imponerme, tal vez empeoraría todo, pero estaba aterrado y reaccioné al miedo retorciéndome lo cual complicaba a la zuricata.
—¡Quédate quieto, imbécil!
—¿No puedes, Damian? —se burló una de las cebras.
—Creo que siempre serás un imbécil niño de mami. —dijo la otra mientras se reían. El venado permaneció en silencio.
—Eres tan inútil.
La zuricata empezó a temblar de rabia sobre mí mientras trataba de mantenerme quieto. De pronto empezó a gritar frustrado y se levantó de un salto.
—¡Ya cállense, imbéciles! ¡Yo puedo hacer cualquier cosa incluso mejor que ustedes! ¡No soy un niño de mami!
Se arrojó hacia mí para inyectarme, pero cuando trató de sostener mi brazo y clavarme la aguja, no se dio cuenta de que estaba inyectándose a sí mismo la droga salvaje.
—¡Mierda! —gritó antes de alejarse de todos.
—¡Damian! —exclamó una de las cebras.
Ya no había nada que hacer, la zuricata era un animal salvaje.

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