—¿Qué haces mañana, gótica gruñona? —preguntó Silas entrando a mi trabajo con total seguridad cuando se acercaba mi hora de plegar.
Puse los ojos en blanco, pero por dentro me gustaba que las cosas no hubieran cambiado entre nosotros. Incluso, ahora que lo conocía mejor, me sentía más unida a él.
Aunque no supiera muy bien qué hacer con eso...
—Voy a una fiesta —respondí mientras organizaba la sección de bisutería.
Por el rabillo de los ojos lo vi llevarse una mano al pecho, fingiendo sentirse ofendido.
—¿Vas a una fiesta y no estoy invitado? Me dueles, Alana. Me lastimas.
Me giré para verlo y casi suelto una risa al ver su expresión dramática y de dolor.
—Aunque quisiera, no puedo invitarte porque ni siquiera sé donde es. Solo sé que será acá en Sitges.
—Ah, pero quieres que vaya —dijo ahora con una sonrisa pícara.
Joder.
—No he dicho eso.
—Sigue mintiéndote a ti misma, pero tarde o temprano admitirás que estás loca por mí.
Bufé ante su comentario poniendo los ojos en blanco.
—Ese ego, Silas. Cada día me sorprendes más.
—Nunca dejaré de sorprenderte —me guiñó un ojo.
Terminé de arreglar las pulseras. Mirando el reloj en mi muñeca me fijé en que ya era hora de cerrar.
—Eso me gustaría verlo —confesé, yendo hacia el fondo de la tienda en busca de las llaves para poder cerrar.
Sentí los pasos de Silas a mis espaldas.
Vas a verme en esa fiesta, ya lo verás. Seré el chico más guapo de todos los que estarán ahí, eso tenlo por seguro.
—Ya estamos con el ego por las nubes.
***
Las horas y los días se me habían pasado volando esa semana. Habían ocurrido tantas cosas que en un parpadeo nos encontrábamos a viernes.
Faltaban veinte minutos para mi horario de cerrar. Había recibido un mensaje de Paula diciendo que ya venía en camino después de enviarle la dirección de mi trabajo.
Me encontraba ordenando imanes cuando sentí el peso de una mirada sobre mi cuello. Al girarme, me encontré con Silas en la entrada de la ferretería mirándome con los brazos cruzados a la altura del pecho. Desde allí podía ver como sus antebrazos se tensaban y se marcaban con aquel jersey de manga larga.
Al percatarse de que lo estaba viendo, sonrió de medio lado, se sacó el móvil del bolsillo de su pantalón y me hizo una seña con los dedos para que mirara el mío.
Con un resoplido para hacerle creer que me estaba fastidiando, tomé mi móvil. Tenía un mensaje de él, pero como llevaba el teléfono en silencio no me había fijado.
Abrí el chat que teníamos en Instagram y leí el mensaje.
¿Me concederás un baile esta noche?
La parte cursi de mi corazón sintió una calidez agradable embargándome. La otra se negaba a reconocer lo que sentía.
¿Todavía piensas que iremos de fiesta al mismo sitio?
Después de preguntarle a Paula donde iríamos y decirme que la fiesta sería en la casa de un amigo de su mejor amigo y que dicha casa era de las que quedaban en el paseo marítimo, supe que las probabilidades de toparme a Silas allí eran pocas. A menos que conociera a gente del círculo, era muy poco probable que se pasara por allí.
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El día que aprendí a amarme
Roman pour AdolescentsAlana Acosta lleva una rutina tranquila en su día a día: trabajar, ir a casa, descansar y prepararse para el día siguiente. Un plan muy básico. Vivir de esa manera es lo que le ha dado la estabilidad y la tranquilidad que necesita, ya que gracias a...