10

8 4 0
                                    

Me encontraba en un trance, vacilando entre el mundo real y el de los sueños, siendo consciente de que estaba dormida pero sin estarlo del todo. Notaba el cuerpo de Alan inclinando el colchón hacia su lado y me acerqué sin ni siquiera abrir los ojos para abrazarlo por la espalda. Escuché que suspiraba cuando le pasé las manos por el cuello y le acaricié el pelo, y sonreí un poco en la oscuridad.

En ese momento, oí que la puerta de la habitación se abría y sentí un rayo de luz disparando directamente a mis ojos. Fruncí el ceño y apreté los ojos durante unos instantes, pero cuando iba a abrirlos escuché unos pasos y ya fue demasiado tarde. Sentí gotas de agua helada colisionando contra mi piel a la vez que diferentes carcajadas explotaban en la habitación. Abrí los ojos de golpe y maldije todo lo que pude en mi cabeza a Leo y Alessandro, que se lo estaban pasando en grande con un vaso vacío en la mano. Entonces miré a Alan y me di cuenta de que a mí el agua solo me había salpicado un poco, porque él tenía la cara completamente mojada y ahora intentaba limpiarse la piel con las manos.

—¿Sois imbéciles? —pregunté con mala leche.

—Sí —respondió Leo con una sonrisa—, pero somos unos imbéciles muy graciosos.

—Yo diría que imbéciles a secas —añadió Alan con voz ronca mientras se incorporaba en la cama.

—¿Pero qué os pasa?, ¿por qué habéis hecho eso?

—Sentimos que te hayas mojado tú también, pero no sabíamos que dormías aquí —comentó Alessandro, y luego me dedicó una mirada insinuante que me hizo soltar una carcajada—. Teníamos que hacerlo de todas formas, tú solo has sido un efecto colateral como cualquier otro.

—Vaya, muchas gracias. —Puse los ojos en blanco—. ¿Pero podéis explicarme ya por qué demonios queríais tirarle un vaso de agua a Alan?

Antes de que respondieran, miré a Alan de reojo y supe por su expresión que él conocía de sobra el motivo.

—¡Porque es el cumpleaños de tu novio y queríamos que empezara el día de una forma especial, ¿no es obvio?! —contestó Alessandro.

—¡Felicidades! ¡Cumpleaaaaños feeeliiiz —empezó a cantar Leo y luego se le añadió el otro—, cumpleaaaaños feeeliiiz! ¡Te deseeeeamos!

—¿Y si me la cantáis en un momento en el que no tenga ganas de tiraros una pala a la cabeza? —los interrumpió Alan.

Alessandro lo miró mal.

—De acuerdo, so muermo. —Entonces sacó de detrás de su espalda una magdalena de chocolate con una pequeña vela cuya presencia no había advertido hasta ese momento—. ¡Mira lo que te hemos traído!

—Seréis cutres —contestó Alan con una risa.

—¡Eh, que la hemos hecho nosotros, eso tiene mucho mérito! —dijo Alessandro, orgulloso.

—¿Y estáis seguros de que no me voy a intoxicar si me la como?

—Hombre, pues claro que no —contestó Leo, medio indignado—, que es la única que nos ha salido bien. Las demás se nos han quemado.

Solté una carcajada y Alessandro se me quedó mirando ofendido.

—Te acabas de quedar sin magdalena.

—Genial, así viviré diez años más.

Alessandro me miró mal y salió de la habitación indignado mientras Leo lo seguía diciendo:

—No te preocupes, así habrá más magdalenas chamuscadas para nosotros.

Empecé a reírme, pero dejé de hacerlo cuando fui consciente de un dato importante que debía reclamarle a Alan, así que me giré hacia él, seria.

Las consecuencias de un nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora