Aurora
Eran las nueve menos cuarto cuando cerré la puerta de mi casa. Guardé las llaves y el móvil en el bolsillo de la sudadera. No quedaba mucho para que apareciera el buen tiempo, aunque todavía refrescaba durante la mañana.
Puri —la bisabuela de Álex— vivía en el segundo piso, justo en el mismo bloque que yo. Bajé las escaleras hasta la planta antes de picar a su timbre. Los padres de Álex, antes de irse a trabajar por las mañanas, llevaban al pequeño a casa de su bisa. Ella tenía un problema en los huesos —osteomalacia—, y le costaba caminar con normalidad. Por ese motivo no podía acompañar a Álex al colegio. De lo contrario, tardarían unos veinte minutos en llegar, cuando solo estaba a escasos minutos.
Yo conocí a Álex por encontrármelo cada día en el rellano del bloque en compañía de sus padres. Visitaban con frecuencia a Puri para que no estuviera sola después de perder a su marido, quien le ayudaba en todas las tareas posibles debido a su enfermedad. Álex y yo siempre jugábamos a piedra-papel-tijera en cuanto nos veíamos por las escaleras. Me encantaban los niños. Aquel inocente juego fue suficiente para que su madre me preguntase si estaba interesada en llevar a su hijo al colegio, quien empezaba el parvulario.
Habían pasado tres años desde entonces.
— ¡Bisa! ¡Es Aurora! —gritó Álex, quien me dedicó una sonrisa de oreja a oreja. Se le habían caído las paletas, pero él estaba entusiasmado porque el Ratoncito Pérez le dejó veinte euros bajo la almohada.
— ¿Cuántas veces tengo que decirte que te pongas la chaqueta antes de que llegue? —le reproché. Siempre era la misma historia, parecía que no tuviera ganas de ir al colegio.
—Has llegado más pronto de lo normal. —Me sacó la lengua—. No es mi culpa.
Puse los ojos en blanco y entré en casa de Puri. El ambiente era muy cálido, debido a que la calefacción estaba encendida. Ella estaba sentada en un sillón, con una manta que le tapaba las piernas, y vestía un albornoz que se veía muy calentito.
—Buenos días, niña —saludó—. Llevo un rato diciéndole que se ponga la chaqueta, pero no me hace caso.
Miré el televisor, donde daban unos dibujos animados que a Álex le encantaban —Pokémon—, aunque a mí también me chiflaban cuando tenía siete años. Busqué a Álex con la mirada, que estaba detrás de mí, mirando el televisor.
—La chaqueta, Álex —gruñí—. Vas a llegar tarde.
— ¡Están en pleno combate de gimnasio Pokémon! —gritó, pero yo apagué la televisión con el mando a distancia—. ¡No! ¿Por qué has hecho eso?
—No te lo quiero repetir más. —Señalé su chaqueta roja, que estaba sobre una silla—. Siempre llegamos tarde, no hay manera de que despegues los morros del televisor.
Cabizbajo y malhumorado, Álex cogió su abrigo y la mochila.
—Hasta luego, cielo —le dijo Puri a su nieto desde el sillón—. Hasta luego, Aurora.
—Hasta luego —me despedí antes de abrir la puerta principal—. Qué tenga un buen día.
Salimos del bloque y el frío se caló en mis huesos. Miré el cielo y vi que estaba nublado, parecía que estaba a punto de llover. Me maldije a mí misma por no ser previsora y mirar por la ventana antes de salir, así habría cogido mi abrigo con pelito por dentro y no me rechinarían los dientes. Ahora lo único que quería era dejar a Álex en el colegio y llegar a casa para resguardarme de nuevo bajo mi cómodo nórdico.
—Ayer fui con mi padre al cine —explicó Álex—. Vimos una película de superhéroes.
El repentino enfado por apagar la televisión se había esfumado. Era un niño muy bueno, pero bastante cabezota respecto a los dibujos animados. Le absorbían por completo, como si no hubiera nada más impactante que sentarse delante de la pantalla. Lo envidiaba, para qué engañarnos, ojalá mi única preocupación fuese sumergirme en esas series tan adictivas y divertidas.
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Aurora: una historia sobre enfermedades mentales
Roman d'amour« ¿Sabes lo que realmente veo yo? Veo a una chica de diecinueve años que lucha cada mañana por ser feliz. Que tenía una vida que le encantaba y que, aunque no fuera perfecta, ella estaba conforme. Pero un día se la arrebataron de las manos, y ahora...