Capítulo 5

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Pedro

Había pasado un día desde el rechazo de Aurora y no tenía noticias de ella. No me atreví a llamarla o a visitarla. No sabía cómo reaccionaría si trataba de contactar con ella. Quizá iría bien o quizá me mandaría a la mierda una vez más. Con Aurora nunca sabía a qué atenerme, pero mantener las distancias con ella me resultaba difícil; por no decir imposible.

Aurora estaba mal, y yo no quería que estuviera sola por lo que pudiera pasar. No era tan imbécil para cometer una estupidez de la que arrepentirse, pero durante los últimos meses había conocido a una persona diferente. Mi Aurora estaba encerrada en alguna parte de sí misma, y yo me propuse ayudarla para salir al exterior.

Aquella noche, había quedado con mis amigos para dejar de pensar. Quizá, en cuanto bebiese un par de cervezas, sacaría el valor para llamarla. O para caer rendido en mi cama, que también era una opción.

Estaba cogiendo las llaves de casa cuando la canción Livin' On A Prayer —de Bon Jovi— comenzó a sonar en mi móvil. Lo saqué de mi bolsillo trasero y miré la pantalla. Era una llamada de Aurora.

— ¿Aurora? —contesté, pero solo escuchaba su respiración—. ¿Hola?

—Lo siento, Pedro. —Aurora estaba llorando y, por su tono de voz, diría que... ¿borracha?—. Perdóname.

— ¿Dónde estás? —Estaba preocupado, esa clase de intranquilidad de que algo no estaba bien. Que nunca estará bien. Aurora llevaba sin beber una gota de alcohol desde hacía tres años—. Aurora, ¿estás en casa?

—Soy una estúpida. —Aurora ahogó un llanto y la escuché tragar—. ¿Por qué no me dejaste de lado como los demás? ¿Por qué continuaste a mi lado? ¡Eres igual de estúpido que yo!

Traté de buscar un sonido que me indicara dónde estaba, pero no escuchaba nada. Solo silencio, aparte de los balbuceos de Aurora. Podría estar en mil sitios... en cualquier bar de la ciudad, en algún parque o incluso en el bosque.

Y, entonces, escuché el silbato de un tren. Escuchaba ese sonido cada mañana, cuando esperaba el tren para ir a la universidad. Aurora debía estar cerca de la estación. Muy cerca, diría, parecía incluso que estuviera en los vagones.

Se me paró el corazón en la posibilidad de que... no, joder. ¡NO!

—Quédate dónde estás —ordené—. ¿Me has entendido? Quédate dónde estás y no te muevas.

Aurora no respondió, sino que colgó el teléfono. Busqué las llaves del coche de mi padre y salí corriendo de casa. Tenía que llegar antes de que fuera demasiado tarde.


Aurora

Colgué a Pedro, no tenía nada más que decir. Solo quería disculparme por los últimos meses, por haber sido tan mala amiga con él. Entró una nueva llamada de Pedro, seguramente quería contactar conmigo y preguntar dónde estaba, pero no pensaba decírselo. Yo solo... solo quería estar sola. Con la única compañía de mi botella de whisky. Estaba sentada en la barandilla del puente de mi ciudad, al lado de la estación de tren. Era la primera vez que me alejaba tanto de casa.

Volví a mirar hacia abajo y vi el lago. Pensé en saltar, en poner punto final a la locura que mi vida se había convertido. No encontraba una luz al final del túnel, ni una razón para existir. Nada que me indicara que mi situación cambiaría algún día. Yo no quería vivir así. Yo quería... yo quería ser normal, pero era consciente de que nunca sería la misma persona que antes.

Le di un largo sorbo a la botella, mientras las lágrimas no dejaban de caer por mis mejillas. Tenía que hacerlo. Tenía que ser capaz de hacerlo. ¡Tenía que ser valiente de una vez! Dejé caer la botella vacía a la espera de escuchar el estruendo del cristal contra el agua.

Aurora: una historia sobre enfermedades mentalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora